domingo, 20 de abril de 2014

Aquí ahora

Rolando Lazarte

No haber una clara distinción, o no haber ninguna distinción entre lo que se vive y lo que se escribe. No tenía una idea muy exacta de si esa era la frase textual de Julio Cortázar en La vuelta al día en 80 mundos, pero eso no era lo que le importaba esa mañana de Jueves Santo.

Lo que le importaba verdaderamente, era la tranquilidad inmensa que le había venido al saber esto: que no hay distinción, o no hay demasiada distinción, entre lo que escribo y lo que vivo, entre lo que vivo y lo que leo.

Esa mañana se levantó con la nítida sensación de que si esto es cierto, como de hecho así es, la inmortalidad puede ser alcanzada. No hay tanto trabajo en esto. La tarde anterior estuvimos conversando con papá y con María sobre Julio Cortázar, y otra frase del escritor argentino, del mismo libro, sobre la literatura como disolvente de la falsa objetividad creada por la intelectualidad raciocinante, la codificación cotidiana, y los medios de comunicación.

La charla ganó la compañía de Marcelo Nazar, y más tarde, la de mi hija Ana Carolina. Era otra comprobación de lo que vengo aprendiendo sobre todo en estos últimos tiempos en Mendoza, pensó. Agradecimiento, pensó, recordando a su hijo Leonardo. Fluidez, inocencia. Pensó en su hija Natalia, y en su hijo Rodrigo. La familia reunida.

¡Cuántas veces había citado ya otra frase de Cortázar, esta del Diario de Andrés Fava! La necesidad de liberar el lenguaje. Confianza, integridad. Recordó a sus hermanos Leonardo y Arturo. Mamá, Mamina, la abuelita Oliva, el tío Ramón y el tío Carlos.
La tía Agustina. Jaime y Pepa. Chogo, Feliciano. Jueves Santo. Había pasado el día anterior frente a la iglesia de San Juan Bosco, en una parte de la ciudad poco visitada. Recordaba a Dom Fragoso y al Padre José Comblin. Ambos incentivadores de esta su vida de escritor.

Ser palabra. Mosaico. Todo se juntaba. Todo viene juntándose. Todo es un ir convergiendo hasta aquí, este aquí ahora en que estas palabras van formándose frente a tus ojos, frente a tus anteojos.

Pensaba en el último encuentro de Terapia Comunitaria Integrativa del cual participara, en Valle María, Entre Ríos. Jueves Santo. Adalberto Barreto leyendo el mundo. Todo se juntaba, todo seguía convergiendo.

La Terapia Comunitaria Integrativa en Tarija (Bolivia), Misiones, San Juan. Un sueño que naciera en Paysandú. Vería aquellos rostros indios alrededor del fuego. Más y más gente volviendo a sí misma. Todas estas cosas le ocupaban la atención mientras el silencio de la madrugada.

El viaje a Uspallata el viernes. ¿Y hoy, y ahora? Ahora esto, dejar que las letras sigan bajando hasta que se vaya formando otra vez este mundo real que uno mismo va creando. Un mundo que hacemos nuestro, que vamos haciendo nuestro al escribir, al recuperar nuestra vivencia, rescatando nuestra vida de la alienación y del extrañamiento.
Liberar el lenguaje, liberarse en la palabra, con la palabra, por la palabra. Todo convergía y seguía convergiendo. Cada vez más, cada vez más esto, cada vez más aquí ahora.

La Quinta Pata

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