domingo, 4 de mayo de 2014

Cada vez más, la vida

Rolando Lazarte

Me gustaría escribir algo especialmente para esta revista donde me ha sido posible ir encontrando partes de mí que era necesario juntar. Tener un lugar donde publicar lo que uno escribe, es tan necesario para un escritor, como el agua para un pez, o el aire para los pájaros.

Haber visto publicados en las páginas de esta revista algunos de mis escritos más significativos, ha sido para mí, motivo de una alegría profunda. Me refiero en particular, en este momento, a dos de ellos: Un día marzo, que se refiere a la recuperación de la inocencia que un día deberemos permitirnos recuperar como argentinos y argentinas, en relación a las secuelas o huellas dejadas por la dictadura en nuestras vidas, y Beatlemanía, donde se alude a un estado de profunda despreocupación e inocencia también, derivados del disfrute de la música de Los Beatles, como antídoto eficaz para tantas enfermedades cotidianas.

Escribir se ha venido haciendo para mí, algo tan esencial como el propio vivir. El mágico ritual de ir dejando las palabras bajar al renglón, tiene para mí el efecto de ir llegando al lugar donde debo estar. Acabo de volver de participar del segundo curso de formación de terapeutas comunitarios realizado en la Argentina, ocurrido en la localidad de Valle María, Entre Ríos.

Una semana de convivencia con personas que están en busca de sí mismas, de hacer de sus carencias competencias, tuvo la virtud de reconectarme más profundamente conmigo mismo. En un clima de fraternidad y confianza, los ochenta participantes, tuvimos la oportunidad de recuperar buena parte de nuestra alegría de vivir. Descubrir que no estamos solos, que vivimos en red, y que somos capaces de construir y fortalecer vínculos solidarios que nos traigan de vuelta un estado de paz interior, de alegría profunda, como cuando éramos niños o niñas.

Especialmente, nos tocó a todos y a todas, la presencia y la participación de cuatro personas originarias de Bolivia. La fuerza y la sabiduría de los indios, que no se doblan, que no admiten la domesticación, que mantienen sus valores y sus raíces, entre los cuales la unidad con sus antepasados y con la madre tierra, la Pacha Mama. En ese ambiente de aprendizaje colectivo, uno también refuerza sus vínculos con su propia tierra, en mi caso, Mendoza, pero también Brasil, que se hizo mi segunda patria desde el momento en que allí me pude refugiar, en 1977.

En este momento en que comparto estas anotaciones, no puedo dejar de expresar mi gratitud a Adalberto Barreto, el creador de la Terapia Comunitaria Integrativa, una tecnología de cuidado que espero ver un día también aquí en mi Mendoza querida. “Juntos somos capaces de enfrentar todos los problemas.” Así se leía en un pizarrón en la Asociación de Vecinos del barrio de los Ambulantes, en João Pessoa, la ciudad del nordeste brasileño donde vivo, cuando la Terapia Comunitaria Integrativa llegó a esa ciudad, en 2004.

Hoy, diez años después de ese día, me alegra profundamente formar parte de esta red latino-americana de recuperación de la persona humana. Pude dejar la depresión, en esos encuentros con gente muy pobre materialmente, pero tan rica en recursos culturales para sobrevivir y enfrentar las adversidades de la vida. Vi tantas personas recuperar su alegría de vivir en estos encuentros de Terapia Comunitaria Integrativa, que no dejo de alimentar el deseo de que también las mendocinas y los mendocinos se puedan beneficiar de esta metodología de promoción de la vida.

La Quinta Pata

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