Ramón Ábalo
Apenas iniciada mi carrera periodística, en el 53 del pasado siglo, casi en paralelo me incorporé a la actividad gremial. Iba a decir lucha, pero ahora me retengo en el calificativo o concepto porque entonces concebía que el gremialismo, por esencia, era un peldaño en la escalera para llegar al cielo o el paraíso de la clase obrera. Ahora, ya no. Al menos en aquellos tiempos la acción gremial tenía por protagonistas al proletariado, es decir la clase, según el marxismo, determinada a promover la revolución: "Proletarios del mundo uníos", la consigna que recorrió el mundo a partir del "Manifiesto Comunista" de Marx y Engels: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Contra este fantasma se han coaligado en santa jauría todos los poderes de la vieja Europa, el Papa y el Zar... los radicales franceses y los policías alemanes…"
Actualicemos en esta era globalizada los poderes de aquella jauría y encontraremos su representación contemporánea en las corporaciones financieras y económicas, la Iglesia, la Europa de la social democracia y el imperialismo, por un lado, y por el otro, los trabajadores organizados, los productores pequeños y medianos burgueses, reiterando la "historia de todas las sociedades humanas habidas hasta hoy -siempre el manifiesto- ha sido la historia de la lucha de clases... en una palabra, opresores y oprimidos enfrentados en perpetuo antagonismo"
En el escenario actual las contradicciones se acentúan y la lucha de clases es en toda la geografía mundial, una constante y, por momentos y en algunos lugares, con alto grado de violencia, incluso armada, como se ve en la misma vieja Europa, y con más virulencia en las regiones y países de África y Asia. El desenlace de esas contradicciones, por ejemplo, en la Ucrania ex-soviética, va camino a resolverse en los campos de batallas, entre rusos de Putin y la dirigencia política de esa región de la mano del imperialismo capitalista de Occidente. Aquí la confrontación es una versión al interior del capitalismo, que no disimula o excluye que también se dirime desde un costado de la lucha de clases en cuanto en el conflicto van a ser los sectores populares los que pongan el cuerpo y la sangre. Y tiene significación porque esta guerra intercapitalista es la pura divergencia por la suerte del complejo petrolero y gasífero que unos y otros aspiran a su control y los correspondientes beneficios pecuniarios. Claro, para la Rusia también está en juego su soberanía territorial ante un imperialismo que se aproxima a instalarse en sus propias barbas, en su frontera occidental. Y lo que nos espera a nosotros, en esta Nuestra Latinoamérica, no va a ser diferente. Somos la reserva para la sobrevivencia de la humanidad toda. El poder imperialista yanqui ya tiene más de 70 bases militares en esta región. La versión europea es nada menos que nuestra Malvinas, convertida en una poderosa y estratégica base militar-nuclear.
¿Hasta dónde la subjetividad humana del mundo está conmovido por estas expresiones de la realidad cósmica? (que los enfrentamientos se trasladarán al espacio, más allá de la Tierra, dejará de ser una mera ficción). ¿Queda margen para la esperanza de una existencia futura en paz plena? ¿O al menos que el conflicto no se extienda, que el ruido no se extienda al extremo de nuestras fronteras? Y claro, algunas voces se levantan con banderas de reivindicación de la paz, que en verdad, siempre ha sido, en la historia de la humanidad, un patrimonio abstracto, de algo que, en todo caso, es tránsito, camino hacia ella. Puede hablarse, según dice alguna sociología esperanzadora, "de una paz social como consenso, o sea el entendimiento tácito para el mantenimiento de unas buenas relaciones, continuamente beneficiosas entre los individuos. Y a distintos niveles, el consenso entre distintos grupos, clases o estamentos sociales dentro de una sociedad. Lo opuesto a la paz es el estancamiento... vbgesto indica que la paz no es un absoluto, sino una búsqueda permanente. Y, además, que el conflicto no es lo opuesto a la paz. Conviene en un trámite hacia la paz, transformar el conflicto, no suprimirlo. Las gestiones no violentas encarnan este trámite de transformación pacífica del conflicto". Y lo dijo Luther King: "la verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión, es la presencia de justicia".
Podemos parafrasear lo que hemos dicho muchas veces, o sea aquello de que la muerte no es sino apenas ausencia. Entonces, la paz es presencia permanente en el afán humanista, en la esperanza existencial del mundo humano. Y por eso es también ausencia.
Y todo esto nos viene a cuento para detenernos en nuestra realidad de hoy en nuestra Latinoamérica, nuestra Argentina, nuestra Mendoza. Aquí, los conflictos sociales abundan (lo social es referirse a los sectores populares), pero enfrentados al poder político del Estado, o sea el gobierno, los gobiernos. Antagonismo que relativamente es reflejo de la lucha de clases, que supone, para los sectores populares -representados relativamente por la orgánica sindical en cuanto a la clase trabajadora- no solamente la pelea por la reivindicación económica, sino también por el poder en la relación de los modos y los medios de producción. Y ello es así, dialécticamente, porque la lucha por el poder es una lucha política e ideológica: capitalismo vs. socialismo. Si la lucha social no trasciende lo meramente economicista, la protesta en sus numerosas expresiones como la huelga, la movilización callejera, los piquetes con obstrucción de las comunicaciones viales, será una expresión caótica para el uso y abuso del enemigo de la clase obrera, de los trabajadores, de sectores de la clase media, de los medianos y pequeños empresarios, de las transformaciones de fondo del Estado.
El sindicalismo es expresión de un costado de la lucha de clases pero no alcanza para los cambios sustanciales del sistema de explotación y exterminio, que es el capitalismo. Ni para el mantenimiento de una paz social duradera, menos si ese sindicalismo se abstrae del enfrentamiento con el enemigo común de lo popular y nacional.
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