domingo, 18 de mayo de 2014

Del pasado reciente en Mendoza I

Eduardo Paganini (baulero)

Con texto y fotos del director del mensuario 5ª edición, podemos exhumar algunas acciones sociales y políticas durante la época de la última dictadura cívico-militar en Mendoza. El artículo es de por sí suficientemente significativo como para ahorrar comentarios sobre conductas y personajes de la época, y de siempre.

¿Qué significó para Mendoza la visita del secretario general de la Organización de Estados Americanos? Por un lado, se tejieron las más disparatadas versiones, incluso llegando a mencionárselo como un probable candidato presidencial. Por el otro, en realidad el diplomático procedió como tal, y no respondió a los interrogantes que se le formularon como muchos esperaban. Y finalmente, reavivó sin quererlo a los sectores políticos cuando sorpresivamente cuatro dirigentes justicialistas aparecieron en una recepción en la residencia familiar de San Martín, y sostuvieron una cautelosa entrevista con el doctor Alejandro Orfila, de la cual se obtuvieron solamente retazos de los conceptos vertidos. ¿Pero cómo fue que sucedió todo esto? Paso a paso se lo vamos explicando.

La visita que efectuara el doctor Alejandro Orfila al país tuvo la virtud de despertar, en varios sectores, el mismo espíritu exitista que se observara cuando se ganaron los campeonatos Mundial del 78 y Juvenil. La reelección del diplomático argentino por un período de cinco años al frente de la Organización de Estados Americanos, reavivó el sentimiento nacionalista, claro está que en vez del fútbol, los protagonistas resultaron los políticos.

Así fue como se dijeron numerosas barbaridades, producto solamente de la imaginación de los políticos y de la población misma, que al fin y al cabo siente la ausencia de figuras carismáticas. Entre los frutos de la imaginación más destacados, puede citarse que se le preguntó al doctor Orfila si se sentía candidato presidenciable. La respuesta del diplomático fue algo así como que él estaba en otra función, pero a nadie escapa que la relevancia del secretario general de la OEA supera la posibilidad de sumergirse en los vaivenes de la política interna Argentina.

No faltaron quienes lo vieron corno el hombre de la alternativa de las Fuerzas Armadas para la apertura política. Caben aquí las mismas razones que para el planteo anterior, con el agregado de que el doctor Orfila lleva numerosos años de residencia en Estados Unidos, tiene hijos norteamericanos y es ya casi tan estadounidense como argentino.

Su personalidad no tiene el carisma algo salvaje de los caudillos políticos argentinos, sino un magnetismo personal más depurado y una simpatía arrolladora. Su sonrisa recuerda mucho a la de Perón, y los justicialistas sintieron que su corazón se estremecía al recordar que inició su carrera diplomática hace 21 años, en 1946, con Juan Domingo Perón en el gobierno, como secretario de la embajada argentina en Moscú, ocupando luego el consulado de Varsovia. También fue cónsul en San Francisco (Estados Unidos) en 1948, y en Nueva Orleans (Estados Unidos) en 1949/50, y permaneció después dos años en la embajada argentina ante la Casa Blanca. Entre 1958 y 1960 fue ministro plenipotenciario de la embajada argentina en Estados Unidos, en épocas del gobierno de Arturo Frondizi, y posteriormente embajador en Japón. En noviembre de 1973, en la segunda era de Perón, este lo designa embajador argentino en Washington. Orfila se hizo políticamente en Estados Unidos, ya que estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford, California, y Comercio Exterior en la Universidad de Tulane, Nueva Orleans.

La simpatía que irradia el doctor Orfila le hizo ganarse muy pronto el aprecio de los poderosos norteamericanos, y se convirtió en una de las figuras destacadas del “gran mundo”. Ha sido anfitrión e invitado de la familia Kennedy, Johnson, Carter, Nixon, Frank Sinatra, Jacqueline Kennedy, el príncipe Rainiero y su esposa Grace, en fin, reyes, príncipes y estadistas han frecuentado su trato. Es proverbial su habilidad para contar chistes, y resulta simpático a las damas. Si en una fiesta del gran mundo no está Alejandro Orfila, es como si faltara el champagne.

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Fue ese exitoso curriculum de Alejandro Orfila el culpable de que se tejieran a su alrededor las más disparatadas hipótesis sobre su destino dentro del país. Se pasó por alto el que su función fuese absolutamente distinta a la que significa la política partidaria, su formación para la diplomacia exclusivamente, y su propia vida, que ya está asentada en Estados Unidos.

Lo que sucede, y es comprensible, surge de la trasposición de funciones en la vida pública. Políticos o militares son designados embajadores en la Argentina, como en muchos países latinoamericanos y en otras naciones, quienes ocupan funciones diplomáticas son funcionarios de carrera preparados especialmente para ello. Como nosotros estamos acostumbrados a otra cosa, se supone que un político puede ser embajador, y que un embajador puede ser presidente de la Nación. Es así como hemos tenido abogados en el ministerio de Economía, economistas en Bienestar Social, médicos como dirigentes políticos y hasta un dentista como Cámpora en la presidencia. Y caballerescamente hacemos abstracción de la presidencia de Isabel Martínez, y de su muy recordado ministro de Bienestar Social, ya que ambos superan todo margen al comentario.

Esta profunda confusión que lleva a que en este país seamos 25 millones de presidentes de la Nación, 25 millones de ministros de Economía, o 25 millones de directores técnicos del seleccionado, es un privilegio nuestro, pero de ninguna manera el patrón de los países más adelantados ni de los organismos internacionales. Y por supuesto, esa confusión no la padece Alejandro Orfila, que proviene de otra escuela.

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La reelección del argentino demuestra que estamos ante un excelente diplomático, que además es sumamente potable para los Estados Unidos. Conoce muy bien a los norteamericanos, su política interna y se maneja perfectamente dentro de la maraña. Cuando el país del norte o más bien dicho, su gobierno, comenzó la infausta campaña por los Derechos Humanos, el secretario general de la OEA publicó un trabajo titulado La Defensa de los Derechos Humanos en las Américas, como lo destaca el curriculum que el Departamento de Información Pública del organismo internacional repartió a los periodistas a su llegada a Mendoza. O sea que sabe adaptarse perfectamente a los giros de la política interna norteamericana.

Las respuestas de Orfila a todas las preguntas fueron sumamente diplomáticas. Comprensible, si se tiene, en cuenta la función que ocupa. Sobre la crisis de la OEA, dijo que había escuchado hablar de ella, pero no hay tal crisis. Frente a Estados Unidos hay que actuar por acción, no por reacción. Eludió totalmente la respuesta a una pregunta sobre lo que podría suceder si triunfaba Kennedy en las elecciones. En referencia a si Estados Unidos insiste como muletilla o política interna por los derechos humanos, dijo que no solamente es parte de la política interna, sino exterior de la Unión. Si los casos de Nicaragua y El Salvador había merecido el tratamiento de la OEA expresó que Nicaragua se había tratado, pero no aclaró a qué habían llegado, y El Salvador, que no había sido tratado. Respecto a palabras del embajador Emilio Giménez, quien dijo que su elección era un golpe a la democracia, respondió que Giménez era gran amigo suyo (!). Y cuando Dante Lorenzo (Clarín-LV10) le preguntó si estima la OEA que los países latinoamericanos necesitaban gendarmes para que los derechos humanos se respeten, dijo que “no podía contestar por razones obvias”.

Hay que recordar que Orfila es un hábil diplomático que contesta a todas las preguntas, pero rara vez responde al interrogante que se plantea. De allí que fuera muy difícil sacar posiciones concretas del secretario general de la OEA, y los diarios abundaran en fotografías, curriculum del funcionario, además de extensísimas y empalagosas entrevistas.

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De toda esta gira rememorativa del doctor Orfila por Mendoza, quedó como saldo un hecho curioso, que sucedió el sábado 3, en la casona construida en el año 1818 que la familia, del secretario general de la OEA posee en la zona limítrofe de los departamentos Junín y San Martín. Allí, el diplomático fue objeto de un agasajo por parte de pobladores de la zona que lo frecuentaron en su niñez, el que se desarrolló en un amplio patio situado entre la residencia y el denominado Molino Orfila.

El doctor Alejandro Orfila presenció bailes, recibió el saludo de todos, y con un amplio sombrero fue la delicia de los fotógrafos prestándose gustoso a que lo reflejaran junto a unos y otros.

Siempre sonriente, amable, aquí sí dio la impresión de ser un político acostumbrado al trato con las masas. Bailó en forma desenvuelta con cuantas damas quisieron hacerlo con él, y fueron muchas.

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Cerca ya del mediodía, se trasladó al interior de la casona, seguido por un grupo de cerca de 80 invitados, quienes iban a participar de un clásico asado.

El doctor Orfila dialogó algunos momentos con los intendentes de San Martín, doctor Pedro Pablo Agnesi, y de Junín, doctor Elías Oscar Martínez, en el amplio hall de la casona, de majestuosa imponencia, bajo los inmensos cuadros de sus antecesores.

Luego se reunió con el resto de los invitados en el jardín interior de la residencia, que tiene una pileta de natación, y una serie de paradisíacos rincones junto a añosos árboles.

Mientras las mesas estaban preparadas en un gran quincho y el asado comenzaba a crepitar en la parrilla, el doctor Orfila escuchó las canciones que le brindaron algunos intérpretes de la zona.

El vino y unas deliciosas empanadas circulaban por los distintos grupos que se habían repartido en los jardines, a la sombra acogedora de la arboleda. El diplomático iba y venía de un grupo a otro conversando con los más conocidos, recordando viejos tiempos, o respondiendo a preguntas que iban desde su vida en los Estados Unidos, a la función de la OEA.

Continúa en la próxima edición

Fuente: Guillermo Martínez Anzorena, Orfila con los justicialistas de Mendoza en 5ª edición, Mendoza, diciembre 1 al 25 de 1979. Director-propietario: Guillermo Martínez Anzorena.

La Quinta Pata

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