domingo, 11 de mayo de 2014

“Ni Ni” semillero de delincuencia

Alberto Atienza

Los muchachos “Ni Ni”. Ni trabajan. Ni estudian. Los narcotraficantes les ofrecen a premio módico (al principio) porros y sobrecitos que les darán, por minutos, una felicidad irreal. Luego llega “el bajón” el doloroso choque con el insobornable hoy, previo al oscuro mañana y se les instala, acaso para siempre, la adicción. Pasan a ser esclavos de elementos que los van destruyendo gradualmente. Mueren jóvenes. Los llamados “drogones” no llegan a viejos, salvo escasas excepciones que deambulan, cerebros amortizados, con sus canas al viento.

Los “Ni Ni” condenados a un destino similar al de los héroes griegos. No pueden eludir un fin trágico. La mayoría de ellos, pasan inexorablemente de la droga al delito. Y adoptan formas de vida de las que salen únicamente por la vía de un balazo en la cabeza, recibido en un enfrentamiento con policías o en una de las reyertas clásicas de los consumidores de estupefacientes. Esos, que se tirotean, como sonámbulos personajes de western blanco y negro.

La presidenta Cristina, con buenas intenciones, creó una asignación de 600 pesos por mes para ayudar a los “Ni” (estudian, pero no trabajan). Muy poca plata. Con cada día que pasa, inflación mediante (no es “sensación” de inflación) ese aporte se torna más difuso. La mayor parte de los “Ni” a quienes va destinado el subsidio, no llega a cobrarlo nunca. Cuando sus progenitores superan un máximo de ingresos, una suma casi inexistente por lo reducida, los chicos quedan afuera. No se dan cuenta los funcionarios que marcan una cruz en las peticiones que si unos ciudadanos solicitan esa ayuda es porque la necesitan. Si los sueldos de padre y madre o de uno de los dos exceden, como se dijo, un tope sin dudas destinado a dejar afuera a muchos, un “Ni” sigue en el agobio. Sería bueno que el mismo celo que emplea el gobierno en investigar y anular solicitudes de “Nis” lo usara para perseguir a personajones devenidos en millonarios, desposeídos totales antes de manotear un sillón. Pero no. Siempre ha sido más fácil atacar a los débiles. Los ricachones dueños de fortunas malparidas, fundadores de estirpes de zánganos, nunca serán juzgados, salvo que los “afanos” resulten tan escandalosos, como el de la hijita de Alsogaray. O de ese turco Jaime ex figurón de Transportes. Otro: el testaferro(¿De quién?) ex marido de la Jelinek (que lo parió). El inversor Lázaro Báez, un verdadero manirroto que gasta millones como quien compra una bolsita de tutucas. Los demás, una inmensa mayoría, viven como los motochorros mendocinos: en apacible impunidad.

Los “Ni Ni”, semillero de delincuencia. Una vez introducidos los pibes en el mercado de la droga, lo demás viene por añadidura. Una “ronda catonga”. Roban para drogarse. Y se drogan para robar.

En treinta años ningún gobierno provincial ha puesto en marcha fuentes de trabajo, excepto los cargos públicos que se llenan de entenados de políticos y la OSEP y el PAMI, de propiedad de afiliados y jubilados, respectivamente, en los que designan a partidarios y estos, a su vez, luego del infaltable ataque de nepotismo, nombran a amigos, a recomendados por amigos y a recomendados por recomendados.

Los últimos mandatarios y sus séquitos han reiterado la peligrosísima política del abandono. Se ocupan de las zonas marginales donde familias de escasos recursos apenas si pueden mantener a sus hijos. Pero lo hacen de una manera epitelial, una especie de maquillaje de cosmetóloga avara. No llegan soluciones de fondo. No se crean puestos para que el esfuerzo de los ciudadanos sea valorado y puedan asumir una vida digna brindándole protección a su familia. De ahí, aunque no solo de esos lugares, provienen los “Ni Ni”. Aparecen también en barrios cercanos al centro, en los departamentos. Y siguen librados a su suerte, a su mala suerte porque los narcotraficantes si se ocupan de ellos.

Cuando el delito los enrola en sus filas inician un camino sin retorno. Son jóvenes, pesa sobre ellos el diario ejemplo de una televisión repleta de violencia, al parecer lo único con aire de cultura que nos envía el país del norte (o es parte de su reiterado sistema de dominación). Uno prende la pantalla y asoma un sujeto descargando un arma de fuego. Se precipitan los muertos como palos de bowling. Cuando no son matanzas y edificios abatidos por bombazos, aparecen gordos (los yanquis de nuestros días son masivamente obesos) y gordas que destruyen autos, objetos de todo tipo, juegan a ver quien rompe más cosas en menos tiempo. Pero, lo predominante, es la figura egregia de un mandíbula cuadrada con una pistola 9 mm en la mano. Y los tiros.

A ese paradigma susceptible de emulación (es relativamente fácil conseguir una calibre 9 ilegal) se le suma el lavado de cerebro de la infamante cumbia villera. Un sucundún sucundún pelotón y rastrero que en sus letras (¿letras?) hace la apología del delito, humilla a la mujer, denosta a la policía y en una misma línea que el tinellismo, ensucia al bello idioma castellano.

A eso hay que sumarle la influencia de los líderes negativos, los “carteludos” que adquieren fama de héroes porque mataron a un abuelo desarmado, a un médico valioso para la sociedad, a un joven empleado, todo para robarles pertenencias. Esos viles cobardones se tornan importantes en los barrios porque asesinaron a indefensos seres humanos. Los grumetes narcotizados los admiran. Buscan ser como ellos. Y lo logran. Así es como están destruyendo familias al extirparles abruptamente un ser querido. Ocurre casi todos los días.

Entonces es el momento de salirle al cruce a los dos flagelos: el olvido, la distracción de los gobernantes con el que condenan a los “Ni Ni”. Hay que lograr que los funcionarios funcionen, que desplieguen sensibilidad, que inviertan dineros del pueblo antes de que no puedan disponer de ellos.

Llegó el minuto de tomar la valiente decisión de combatir la delincuencia y con ella, lo uno por lo otro, abolir el violento aterrizaje de la droga en Mendoza. De ninguna manera se pretende, con estas líneas, enseñarles a trabajar a los especialistas en seguridad. Pero si se puede hacerles llegar los pensamientos y opiniones de la gente, de los cercanos a las víctimas fatales. La muerte de un turista neocelandés, asesinado por un asaltante en el Parque San Martín, que echó por la borda efectivas campañas promocionales del turismo, arroja planteos que emanan del sentido común. El patrullaje no es eficaz. Cuando el móvil o el ciclista pasa, surgen los delincuentes que están justamente a la espera de eso: que los uniformados se alejen. Y matan. La imagen en movimiento de la policía no funciona como elemento disuasivo. Tienen que estar cerca de la gente, cosa que no ocurre.

En los barrios sucede lo mismo. Se producen tiroteos que causan la muerte de niños chicos en algunos casos y la policía llega en el momento de los llantos. Hay que partir de la base que es inaceptable para los mendocinos que bandas intercambien disparos cuando se les ocurre. Hay que entrar a esos lugares, con el apoyo decidido de la justicia y desarmar a todos los que poseen elementos letales. Y meterlos presos. No hacerlo una vez, sino varias. En todas las zonas donde Inteligencia de la policía detecte esos factores de peligro. No hay que esperar la comisión de delitos. Los asesinatos. Los uniformados deben estar en la calle y no encerrados en las seccionales. O comiendo pizza en callejones con el capot de los autos patrulla convertidos en mesas.

Para que todo funcione de una manera positiva se debe efectuar permanentemente control de gestión. Y avanzar, contra la delincuencia y uno de sus motores de producción, el narcotráfico.

Mendoza reaccionó con el crimen violento del turista neocelandés, cometido por un malviviente acompañante de un motociclista. La larga nómina de las otras víctimas sigue vigente únicamente en el dolor de los familiares, parientes y amigos. Fueron sacrificados por una delincuencia desmadrada, cada vez más activa, ante la inoperancia y los discursos estériles, reiterados, de los responsables de velar por nuestra seguridad.

Sería algo muy positivo preguntar a policías jubilados, a especialistas que no forman parte del equipo de gobierno, a gente común, qué harían con esta suerte de guerra civil en la que estamos inmersos, con sus dos bandos irreconciliables, la gente honesta y un hampa casi sin control.

Acaso entre todos y con un golpe de timón por parte del gobierno volvamos a una existencia sin tantos crímenes. Amen.

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario