domingo, 1 de junio de 2014

El príncipe Carlos censurado en medio de rechazo a sumisión

Alfredo Saavedra

Un grupo de residentes canadienses insiste en rechazar la obligación de rendir vasallaje a la reina de Inglaterra, como requisito para obtener la ciudadanía en Canadá, en actitud que de forma oficial el gobierno declara inaceptable por lo que ha reiterado que no será excluida esa declaración formulada en el procedimiento de examen para el acceso a la categoría de ciudadanía canadiense.

En medio de ese debate se produjo hace dos semanas una pifia del príncipe Carlos en otra de sus frecuentes visitas a Canadá, nación que de forma simbólica continúa perteneciendo a los dominios del reino de su madre, su majestad Isabel II, pifia consistente en comparar con Hitler al presidente de Rusia Vladimir Putin, en lo que medios de prensa consideraron otra metida de pata del heredero del trono de Inglaterra, ya conocido por su talento para cometer desafueros.

Lo dicho por el príncipe Carlitos fue recibido con aplausos por la fanaticada conservadora de Canadá, interesada en que se insulte al gobernante ruso no importa que con razón o sin ella, dada la animadversión crónica hacia Rusia por su pasado de nación “comunista”. Pero independiente de ese pueril estado de ánimo de la derecha senil apuntalada por el gobierno, medios con distinción de seriedad han destacado lo inapropiado de la declaración del probable monarca, que según esa prensa no tuvo en cuenta los antecedentes de su familia con relación al concepto de Hitler.

Se ha rememorado que el tío abuelo de Carlos, el duque de Windsor, quien renunció al trono para casarse con una mujer divorciada, fue huésped de Hitler, cuando este gobernaba Alemania, en placentera visita que hizo al retiro del dictador, en Obersalzberg. También se ha recordado que una hermana del duque de Edimburgo, de alguna forma tía también del príncipe, se casó con un alto oficial de la gestapo, por lo que habida toda esa asociación de sus parientes con Hitler, lo mejor que podría hacer es mantener la boca cerrada, según lo dicen las notas periodísticas.

La ligereza de lengua de este personaje de la realeza inglesa es atribuida a su habitual sonsera de probable origen por su falta de ejercicio mental pues la mejor inversión que hace de su tiempo es precisamente en no hacer nada y por su carencia de tino para hablar ya en el pasado ha dicho sandeces, como cuando en el clímax de su pasión por Camila, su actual mujer, dijo en una conversación privada que le hubiese gustado ser “tampón” de la amada.

Pero eso es excusable si se tiene en cuenta que de casta le viene al galgo ser correlón, pues su padre, el príncipe Felipe, es célebre por sus bromas de mal gusto y sus frecuentes metidas de pata, de las cuales está por publicarse una antología, atrasada en su edición por esperar la inclusión de las del hijo, a fin de hacer una dinástica colección corregida y aumentada. Por cierto que el principie Felipe ya pasa de los 90 años y ya quedó atrás el tiempo aquel en que corría por los corredores del palacio a las sirvientas en su afán de tocarles las nalgas, afición real que la edad y el cansancio de no hacer nada útil, lo han obligado a un retiro para solo rumiar esas memorias que no tuvo capacidad de escribir.

La Quinta Pata

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