domingo, 15 de junio de 2014

Un adiós mundial

Daniel Calivares

“A su abuelo le quedan seis meses de vida”. Hay momentos que uno recuerda siempre y yo, apenas escuché a mi vieja decir que mi abuelo se moría, sabía que ese sería uno de esos momentos. Lo que no entendía era porque mi vieja había usado la frase “su abuelo”, en lugar de decir “mi papá”. Era como si se quisiera despegar del dolor de ver al tipo que la crió, partir y nos tirara toda esa tristeza a mi hermana y a mí.

En aquel momento yo era mucho más chico que ahora, bueno, siete meses más chico, pero en ese tiempo había pasado de tener 15 a tener 16 y esa edad, no sé por qué, me hacía sentir mayor.

Mi hermana, en cambio tenía 20. Esa diferencia de edad siempre, toda la vida, fue una mierda. De chicos, mis viejos nos dejaban solos y ella quedaba al mando y yo me tenía que aguantar que me mandara a comprar mientras ella jugaba con sus amigas. Pero de grande es peor, porque no sólo seguía quedando al mando, sino que también me debía bancar que mis amigos la miraran y que ella se hiciera la linda para hacerme enojar y desde que descubrió que un escote siempre gana, todo se había vuelto peor.

Esa noche no pude dormir. La frase de mi vieja volvía todo el tiempo a mi cabeza. Lo peor es que quería llorar y no podía. Mi abuelo me había enseñado las cosas más importantes de mi vida. De que el helado de limón no lo quiere nadie, pero es porque no entienden lo exquisito que es; que el cacao sabe mejor cuando lo comes a escondidas; que las papitas de copetín saben mejor convertidas en sanguchito y que el fútbol es una de las cosas más hermosas que el Barba creó en este mundo, junto a las mujeres, algo que había comenzado a descubrir en el último tiempo, aunque sólo teóricamente. Pero de todo eso, lo más importante para él y para mí, era el fútbol.

Mi papá se había separado de mi mamá cuando yo tenía diez años y se había mudado a Santa Cruz, donde tenía otra familia, por lo que lo veía unas cuatro veces al año, con suerte. Desde ese momento, mi abuelo se había convertido en mi figura paterna y con él, había aprendido que yo podía atajar bien, a tomarle el tiempo a los delanteros y que jugar de ocho es una de las mejores sensaciones que tuve, pero también había otra cosa.

Él siempre decía que para mirar el fútbol, uno debe verlo con sus propios ojos en la cancha, para disfrutar del césped, de las camisetas, de las hinchadas o por radio, donde los relatores provocan que el partido más aburrido se sienta como si fuese una final del mundo y te hacen tener nervios hasta en los laterales. Al principio no le compartía eso de la radio, teniendo la televisión, hasta que en los últimos años comenzaron a salir campeones equipos como Arsenal y Banfield jugando un fútbol muy aburrido, entonces ahí le agarré el gustito a la radio, porque allí todos jugaban como el Barcelona, la Argentina del 86 o España del 2010.

II

Habían pasado tres meses desde que mi vieja llegó con la noticia. Juro que había días en que parecía imposible que el viejo tuviera una cuenta regresiva sobre él, pero así era y ni mi hermana, Agustina, ni yo, nos lo podíamos sacar de la cabeza.

Fue en uno de esos días que cayó el negro. Ignacio, tal cómo se llamaba era dos años mayor que yo y si bien me lo confesó tiempo después, se hizo amigo mío para levantarse a mi hermana, algo que nunca logró, pero las amistades, al igual que la vida, tiene caminos muy extraños.

El negro no sabía nada, pero cuando lo vio caminar a mi abuelo con dificultad se me vino al humo.

- ¿Loco, qué le pasa?

- Se muere, le solté y ahí nomás, antes de que me dijera algo le agregué: cuatro meses le quedan.

No lo podía creer. Desde hacía un par de años con el negro éramos inseparables, incluso ahora que estaba ayudando al tío con una radio, él siempre se las arreglaba para venir a casa casi todos los días y en las últimas semanas se había ausentado, por lo que tomó de sorpresa y no sabía que decir, por lo que inmediatamente comenzamos a contar historias que no habían transcurrido hacía tanto pero que habían tenido a mi abuelo ayudándonos en todas las cagadas que nos mandábamos.

- Estamos hablando cómo si ya estuviera muerto.

No alcancé a terminar el comentario que me arrepentí. A esa altura, Agustina se nos había unido y por primera vez en semanas la veía reírse con nuestras anécdotas hasta que mi comentario hizo que en el aire se olfateara un sentimiento de amargura.

Pero fue lo que vino después porque no entendimos nada. Llevábamos tres minutos envueltos en un silencio sepulcral cuando el negro se levantó cómo si lo hubiese atacado un ejército de hormigas carnívoras.

- ¿Qué te pasa Negro?

- Ehhh, no nada, mirá me tengo que ir, acabo de recordar algo pero mañana vengo a la misma hora. ¡No te vayas a ir!

Ese “no te vayas a ir” me dejó desconcertado, porque fue en tono de orden. Agustina, que entendía menos que yo, lo dejó pasar, total el otro era amigo mío y su locura debía bancármela yo.

Llegó hasta la puerta, se volvió, le dijo algo a mi abuelo, me miró, guiño y se fue y me dejó ahí parado el muy pelotudo, preguntándome qué le pasaba por su cabeza.

III

- Escuchá, ese es Víctor Hugo. ¿Viste cómo se te pone la piel de gallina? ¿Viste el sentimiento que transmite cuando le dice a Maradona barrilete cósmico, cómo se le quiebra la voz cuándo le agradece a Dios? Y Víctor Hugo es uruguayo. A eso me refiero cuándo hablo de los relatores de radio, ¿entendés Alejandro? Vos no habías nacido, pero ese relato no lo podrás olvidar jamás.

IV

- Estás loco negro, es imposible.

El negro había vuelto, tal como había prometido, y no había dejado de hablar en los veinte minutos que llevaba en la casa. Lo primero que hizo fue llamarme a los gritos y conducirme a mi propia habitación para contarme su plan.

- Ale, tenemos todo para hacerlo y con lo que menos contamos es tiempo. Sé que será complicado, pero la parte técnica la tenemos sólo hay que pulir un poco la idea.

- ¿Pulir? ¿Sabés cuánta gente necesitamos para hacer lo que me estás diciendo? Y eso sin contar que nadie debe decir nada, que hay que convencer a mi vieja, a mis tíos, es un quilombo… es imposible de hacer, olvídate.

- De tu vieja me encargo yo a su debido momento.

Me dijo eso y noté que le dijera lo que le dijera, el negro quería llevar su plan adelante y hasta que no fracasara no iba a parar. Intenté un último intento para frenarlo y me paró en seco.

- ¿Te acordás aquella vez en la escuela, cuando rompí el vidrio y si mis viejos se enteraban me iban a matar y tu abuelo se hizo pasar por el mío y se bancó que le dijeran todas las pelotudeces que yo hacía? Bueno, se la debo, por eso quiero hacerlo.

Me quedé mudo, no supe que contestar. El negro no era muy de recordar lo que se hacía por él y menos de ponerse sentimental, así que me callé y aguardé, con la esperanza de que se cansara de su plan y con el paso de los días se rindiera.

V

Pasaron dos semanas desde que el Negro había venido a mi casa con su idea y a mi abuelo ya sólo le quedaba dos meses, cuando empezaron los problemas

- Ya está todo listo, ahora toca tu parte. Incluso ya hablé con tu vieja y tu hermana y no se van a meter. Así que depende de vos.

“Depende de vos”. Antes dije que hay frases que quedan en la memoria, pero ésta en especial me hizo reír y querer cagarlo a trompadas.

La parte que a mí me tocaba del plan era una de las más complicadas. Se trataba de engañar a mi abuelo, y si bien no era complicado, me molestaba hacerlo. Debía hacerle creer que era otro tiempo, que no estábamos en abril, sino que en mayo. En otras palabras, aprovecharme de su débil memoria y hacerlo confundir, a él, al tipo que prácticamente me había legado lo más importante que tenía en mi vida.

Pero que mi vieja lo apoyara al negro fue lo que me terminó de convencer. Bah, en realidad fue que si yo no lo hacía, lo haría él y eso sería peor, porque así como era de tener locuras, también era conocido su poco tacto a la hora de manejarse.

VI

- Argentina debe ganar el mundial, Ale

- Y sí, sino nos matamos abuelo…

- No, no por eso. Al fútbol le falta la magia del 10. España salió campeón con un gran equipo, pero los hábiles, los que se sacan tres jugadores en un metro cuadrado casi ya no vienen. Si Argentina sale campeón será por Messi y otra vez ese tipo de jugadores serán importantes, como cuando estaban Maradona y Platini, Baggio, Valderrama. Hacen falta aquellos que aman el fútbol y se divierten. Hace falta magia…

VII

Los siguientes días fue un quilombo mi casa y hacer que el abuelo no se diera cuenta lo que se venía era una tarea que nos llevaba todo el día.

Lo primero fue suspender que nos trajeran el diario. Para eso adujimos que había paro de canillitas.

Lo segundo fue empezar a leerle noticias de internet. Ahí aprovechábamos que el viejo no quería saber nada con la computadora, entonces no corríamos el riesgo de que sin querer descubriera el plan pergeñado por el negro.

Lo tercero era también evitar que los vecinos hablaran o él se diera cuenta de que llevábamos una semana confundiéndolo con que ya casi estábamos en junio, hasta que logramos convencerlo, pero lo que vi ese último domingo de abril (mayo en nuestra realidad alternativa no me lo esperaba).

Salí ese domingo a la calle, había perdido el sorteo de ir a comprar las facturas con mi hermana y me encontré toda la cuadra adornada con banderas argentinas de los dos lados, hasta dos niñitos jugando al fútbol contra su portón con las camisetas de la selección puestas y fantaseando que ambos eran Messi.

En eso sale mi vecina, de 17 años, y que no me hablaba desde que su cuerpo comenzó a tomar formar y yo me quedaba como bobo viéndola y me dijo: “en casa estamos todos hablando de lo que ustedes idearon. Es muy lindo lo que hacés por tu abuelo”, me dio un beso en la mejilla y se fue, dejándome cómo un tarado en potencia que sólo atinó a decir “gracias”, y que aún hoy no sé si realmente lo dije o me lo imaginé.

Después de ese beso, para mí yo era Messi y también supe que ya no había marcha atrás. El plan debía salir a la perfección y me asombré de la capacidad del Negro para no sólo convencerme a mí, sino también a toda la cuadra de que vivíamos un mes adelantado del resto del mundo.

VIII

- ¿Seguro tu abuelo no ve televisión? Mirá que eso es clave.

- Posta, su vida pasa por la radio y ahora por lo que nosotros le leemos de internet.

- ¿Se lo creyó?

- Sí, negro, hasta ahora se ha creído todo. Cree que ya estamos a unos días. ¿Cómo vas a hacer con el tema del partido?

- Lo tengo todo listo. Vos pónele la emisora que te dije. El Pablo, que es el locutor, ya viene adelantando un especial. Le encantó la idea y hasta armó un concurso para sacar algún beneficio propio, así que viene todo de diez. Hasta móviles dentro de la cancha tendremos.

Tenía razón el negro. Que mi abuelo no viera televisión era clave. El resto de las cosas podíamos medianamente controlarlas, pero la televisión no. Creo que fue la primera vez en mucho tiempo que agradecí que no le gustara ver los partidos por la caja boba y amara escucharlos. El plan iba llegando a quizá la etapa más complicada. El mundial estaba encima de nosotros.

IX

- ¿Alejandro te acordás el primer mundial que escuchamos juntos?

- Sí abuelo, el del 2006, yo era chico.

- Siempre quise festejar con vos un mundial, pero nunca pasamos de cuartos.

- Yo también. Este mundial será nuestro, ya verás.

- …

- …

- Espero llegar.

- Eh viejo, vas a llegar, es una promesa.

X

Y llegó nuestro 15 de junio (para el mundo real aún faltaba un mes), pero para nosotros ese día jugaban Argentina- Bosnia y era el debut de nuestro mundial ficticio, el punto en el que el plan podía irse a la mierda si algo salía mal, si mi abuelo se daba cuenta de la trampa o si la transmisión de la radio se cortaba.

- ¿El Pablo está listo?

- Sí, está listo y es la quinta vez que te lo digo. Hasta los vecinos están avisados, no te preocupés que todo va a salir bien.

Cómo para no preocuparme. El negro había ideado un plan donde adelantábamos un mes el mundial, donde estaba complotada mi familia y mis vecinos, todo para que mi abuelo tuviese otro final.

Lo peor es que yo no podía estar detrás del plan, ya que debía estar con el viejo escuchando el partido, a través una radio donde el relator era Pablo, un amigo del negro y dos flacos más que ni siquiera conocía, pero que se habían prendido porque Pablo ideó una especie de juego en donde los oyentes debían acertar cómo salía el partido, quién lo ganaba y a través de eso, todo el mundo ganaba algo.

Admito que Pablo relataba bien y que lo había armado bastante bien. Por suerte, los otros dos pibes sólo se dedicaban a comentar alguna jugada del partido, ya que a último momento los logramos convencer de que no intentaran imitar a los jugadores haciendo notas de mentira.

A los 18 minutos del primer tiempo hubo un tiro libre para Argentina. No sé por qué, sabiendo que todo era mentira, ese disparo de Messi clavándose en el ángulo lo pude ver en mi cabeza cómo si realmente estuviese pasando, pero no fui el único. Lo grité con todas mis fuerzas pero mis vecinos también. Lo miré al negro que inspeccionaba todo desde detrás de la puerta. Toda la cuadra escuchaba la misma radio, el hijo de puta no había dejado nada al azar y no pude más que mirarlo con admiración.

A los 25 del segundo tiempo fue la primera vez que casi echamos a perder todo. El Pablo envalentonado con un 3 a 0, hizo que Marcos Rojo saliera gambeteando desde atrás, dejara a uno, a dos, a tres en el camino y la clavara en el ángulo. ¡Sí, Marcos Rojo!

Mi abuelo entró a sospechar y lo miré al negro con ganas de matarlo. Porque si era Messi, Agüero y hasta Di María, vaya y pase, pero Rojo que no puede gambetear ni un árbol en el parque era demasiado fantasioso.

Por suerte, Pablo vio el mensaje de WhatsApp en el medio de su grito de gol y corrigió el relato, asegurando que era Messi el autor de tal jugada. Esa misma noche nos iba a explicar que “su error” fue porque es fanático de Estudiantes y que se dejó llevar por la euforia. En tanto, mi abuelo se lo creyó y sólo pegó una puteada a los relatores que no ven nada y se confunden de jugadores.

La primera prueba había pasado y Argentina ya tenía su primer triunfo en el mundial. La cuadra estaba de fiesta y creo que si alguien ajeno al plan hubiese pasado ese día por ahí, habría pedido manicomio para todos.

X

- Tres goles hizo, te dije Alejandro, la magia existe.

- Sí, pero ahora se viene Irán y hay que ganarles para llegar tranquilos contra Nigeria.

- A Nigeria los tenemos de hijos, llegamos a octavos y ahí empieza nuestro verdadero mundial.

XI

La primera ronda se pasó fácil. 4 a 0 a Bosnia, 4 a 1 a Irán y 1 a 0 contra Nigeria. Argentina ya estaba en octavos de final y nosotros agotados.

Mi hermana ya estaba cansada de seguirnos la corriente y si lo hacía era porque también era su abuelo. Mi vieja todos los días se olvidaba del plan y teníamos que callarla o corregir sus metidas de pata. A mis vecinos no podíamos controlarlos y mi abuelo nos seguía creyendo pero su salud cada vez empeoraba más y casi ya no salía de la cama y menos aún de la casa.

Si bien eso nos quitaba el problema de los vecinos de encima, a nosotros nos partía el alma, pero el viejo siempre nos sacaba una sonrisa de vaya a saber dónde y todos sabíamos que no podíamos renunciar por más trabajo que nos costara.

Y ya era 1 de julio en nuestra fantasía y Argentina jugaba los octavos contra Suiza y yo no podía disimular mis nervios, mis ganas de gritar que paráramos con la farsa que no aguantaba más, pero que menos soportaba verlo al padre de mi vieja tirado en la cama, haciendo fuerzas para escuchar el partido en la radio, mientras nosotros, porque Agustina se nos había unido a la hora de los partidos, luchábamos para no llorar.

Ese día Argentina venció 2 a 0 a Suiza, en un partido discreto, pero que salió tal cuál se lo habíamos pedido a Pablo. A esa altura, el negro prácticamente vivía en mi casa y era el único con fuerzas para realmente seguir con el acto de ilusionismo que él mismo había ideado.

XII

- Alejandro, cuándo yo ya no esté, vas a tener que cuidar de tu mamá y de tu hermana, serás el único hombre de la familia.

- Abuelo dejá de joder que no te vas a ir a ningún lado.

- No, yo estoy viejo, enfermo pero no soy tonto. Sé lo que dijeron los médicos.

XIII

Cuando Argentina estaba en semifinales todo era como un sueño. En la cuadra, mis vecinos vivían una euforia increíble y a veces pasaban a visitarnos sólo para sentirse más partícipes del engaño.

Mi abuelo dormía o hablaba con Agustina y conmigo, dándonos todo el tiempo consejos de cómo debíamos portarnos cuándo él ya no estuviese para cuidarnos. Claramente era una situación de mierda, pero ni a mi hermana ni a mí nos daba para callarlo, ya que ninguno sabía cómo curarlo de esa muerte que parecía acercarse cada vez más.

De hecho, en los últimos días, su situación se había agravado y por momentos no nos reconocía o peor aún, se confundía de fecha y no sobre la real, sino que retrocedía años atrás.

Con ese cuadro de situación, fue que Argentina jugó uno de los mejores partidos en todo el mundial y con dos goles de Higuaín y uno de Messi, le ganó a España 3 a 1, pero en la casa no había mucha euforia.

Ese día mi abuelo estaba más decaído que de costumbre, escuchó a Pablo relatar el partido en silencio, hizo un comentario sobre cómo había mejorado a la hora de relatar y sólo atinó a hacer una pequeña sonrisa cuando el árbitro, o mejor dicho Pablo, dio por terminado el partido. Argentina llegaba a la final, la primera en 28 años y mi abuelo también se acercaba a su último partido. Esa noche me dormí llorando.

XIV

13 de julio en nuestro mundo, 13 de junio en el real. Finalmente llegaba nuestra final y cómo no podía ser de otra manera, era contra Brasil, porque si toda la historia es una fantasía, en la nuestra esa era la final soñada.

Tanto el negro como yo habíamos escuchado la historia del “maracanazo” de la boca de mi abuelo, de aquel 2 a 1 con el que los uruguayos vencieron a 200.000 brasileños en una final de copa del mundo, y en nuestro sueño, Argentina repetía aquella hazaña.

Esa mañana fue anormal teniendo en cuenta lo que habían sido los anteriores. Mi abuelo estaba de humor e impaciente porque a las 16 era la gran final y nosotros, nerviosos porque nuestro plan llegaba a su fin. Llevábamos un mes engañándolo, le habíamos regalado un mundial que en el mundo afuera de nuestra cuadra recién empezaba, pero que casi ya no nos importaba.

Esa tarde nos sentamos los dos en el living. Agustina estaba demasiado nerviosa y explicó que se iba a estudiar a su habitación, porque rendía en unos días. Todo era como antes.

Y casi como un calco de aquella vieja final, al comienzo del segundo tiempo, Brasil se ponía 1 a 0 con gol de Neymar, pero el viejo sonreía. Algo dentro suyo sabía cómo debían darse las cosas y a mí ya no me importaba si la final existía realmente o no, sólo disfrutaba de verlo tranquilo y feliz.

Y así fue porque a los 25, Pablo inventó una jugada maradoniana, Messi se limpió a dos al borde del área y se la picó al arquero. 1 a 1 y a ver qué sucede.

Y lo que sucedió fue que Agüero se escapó de su marca y de volea le pegó al arco faltando sólo dos minutos, el arquero vuela, Messi y los demás observan cómo la pelota se dirige a su destino inexorable que es dentro del arco, ven como el arquero roza el fútbol con dos dedos, cómo ésta se desvía apenas pero lo suficiente para reventar el palo, pero hay uno que no se queda viendo y se arroja al suelo, es Higuaín, el goleador con olfato para saber de antemano para donde iba a rebotar la pelota y cuando el partido está por terminar, se escucha un grito de gol u once, en medio del silencio de 200 mil brasileños.

Al lado mío, mi abuelo también lo grita y me abraza. No lo puede creer. Argentina gana 2 a 1 y está saliendo campeón. El mismo grito se replica en las casas de alrededor, que cómo no podía ser de otra manera, no querían perderse esa final ficticia.

Los últimos minutos fueron de nervios y muy reales. Quería que Pablo lo terminara, le mandaba mensajes al negro, pero era interminable el partido y de repente terminó. Dos segundos de silencio y la cuadra volvió a explotar en gritos y con ella mi casa.

Cuando dejé de gritar y festejar lo miré a mi abuelo, que se había quedado paralizado mirándome. Me abrió los brazos, y mientras me decía: “Te lo dije Ale, íbamos a salir campeones. La magia aún existe”, yo no soporté más toda la angustia cargada y me largué a llorar como cuando tenía 8 años y me caía de la bicicleta y corría hacia él, cómo si esa fuera la fórmula mágica para curar cualquier dolor.

En medio del abrazo, sentí otra persona que se nos unía. Era Agustina. No había aguantado el encierro y sin que me diera cuenta, había escuchado los últimos minutos parada en la puerta del living. Tampoco pudo evitar llorar y se nos unió en un abrazo en donde uno, mi abuelo, lloraba de alegría y los otros dividíamos lágrimas por verlo feliz pero también porque no dejábamos de pensar en lo que se venía.

XV

- Ale te debo confesar algo

- ¿Qué pasó Negro?

- ¿Te acordás cuándo nos hicimos amigos? Bueno… yo me acerqué a vos por la Agus.

- …

- En serio, no me mirés así.

- ¿Y pasó algo?

- No, nunca me dio bola así que nunca le dije nada y después se me pasó.

- Ah, ok.

- Ok.

XVI

Dos días después de aquella final, mi abuelo finalmente falleció. Lo sepultamos el mismo día. Esa tarde en el cementerio no faltó nadie. Ni siquiera Pablo y sus dos comentaristas, a quiénes abracé, les agradecí y les prometí un asado o algo, por todo lo que hicieron. Mi vecina también estaba ahí y me saludó desde lejos, con una sonrisa triste que devolví y agradecí, porque no me encontraba en condiciones de mantener una postura valiente en ese momento.

El negro lloraba con nosotros, como un nieto más, como si fuera otro hijo de mi vieja y Agustina no se separaba de mí.

Mientras volvíamos y mi vieja manejaba el auto, recordé que el verdadero mundial había empezado, miré la hora y deduje que Argentina debía estar jugando sus últimos minutos contra Bosnia, por lo que puse la radio justo para escuchar un gol.

No sabíamos de quién había sido, hasta que el relator dijo que era de Messi, que era de Argentina. Sonreí. Un minuto después, el mismo periodista nos confirmó que era el 4 a 0. Miré al negro y me devolvió la misma sonrisa que tenía yo y que Agustina también tenía dibujada en su rostro. Miré hacia el cielo y volví a sonreír. Era demasiada casualidad.

Fuente: http://bastadeabanicos.blogspot.com.ar/

La Quinta Pata

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