lunes, 14 de julio de 2014

El mercachifle como expresión de la inmigración siriolibanesa

El “Todo a Veinte” es una figura popularizada en el ambiente. Lejos de la
burocracia que nada da a los pueblos, este hombre que se gana el pan con el sudor
de su frente, ha resuelto el problema vital de la independencia económica del individuo.
Eduardo Paganini (Baulero)

Esta autorreflexión sobre el propio pasado como comunidad migrante que en 1933 redacta el sr Miguel Yapur en nombre de sirios y libaneses muestra algunas consideraciones —quizá hoy olvidadas— vinculadas con el quehacer cotidiano en aquellos años de conjugación multicultural. Probablemente las actuales ciencias sociales señalen aspectos cuestionables en el ensayo, pero si esto sucediera se estaría omitiendo el verdadero sentido de su publicación (como en la mayoría de los casos de EL BAÚL) que consiste en la edición de testimonios de época y de perspectivas diversas.
Vaya pues como testimonio y como respeto al recuerdo de todos aquellos peregrinos y ambulantes que hacían de su tarea no solo un negocio sino además un servicio.

¡A baintiii!.., Baine, baineta, jabun bara la cara, puntilla, agua di alor...! Tudo bale bainti!...

La media lengua del comerciante peregrino que deambula por todos los vericuetos de la barriada, pone en el silencio apacible de las calles suburbanas, una nota de franca cordialidad. La dulzura melancólica de su pregón insinuante y llamativo tiene todas las características de una invitación gentil...

El piberío de la barriada proletaria tiene en él a un Rey Mago del Siglo XX y espera con ansias su llegada para saciar sus curiosidades infantiles, contemplando las mil y una baratijas que pueblan las dependencias de ese palacio encantado que es el carrito de mano del vendedor oriental.

Pitos, cornetines, armónicas, fusiles, tambores, todo, todo, pasa por las manos de los pequeñuelos que más de una noche soñaron con la posesión de un juguete y en sus almitas ingenuas ha quedado como un consuelo divino el hecho de saberse —por un instante— dueños de uno de ellos.

Tudo a bainte!... Por la larga callejuela del suburbio se diluye la figura simpática de este hombre que se gana el pan con el sudor de su frente, poniendo en el ambiente una nota optimista y un ejemplo indiscutible sobre su concepto de la independencia económica del individuo.

El “Veintero” es el producto refinado de aquel otro señor de los campos que un día, hace ya 50 años largos, pobló de exotismo y de pujanzas, las llanuras dilatadas de la patria. Escaló las más altas montañas para llevar hasta el rancho humilde de las sierras una nota multicolor en la variedad de sus mercaderías. Es el continuador de la obra de ese pioner del progreso que con el fardo al hombro recorriera a pie las regiones más intransitables de la patria nueva, para llevar a sus habitantes un cachito de civilización, enseñando a nuestros hombres el uso de sus indumentos modernos y despertando en sus mujeres la coqueta vanidad de sus almas...

«      «     «

Llegó hasta el suelo de esta parte de América con una amplia visión sobre su porvenir económico y armonizó el natural nómade de su espíritu con la ciencia constructiva del comercio.

Ya lo dije una vez: de lejanas comarcas de ensueño, un hombre ha partido sin más bagaje que una gran aspiración de mejoramiento material, puesta al servicio de una voluntad de acero. Va por esos mundos huyendo de la opresión y la injusticia que imperan en el suelo que le vio nacer. Cruza los mares, escala las más altas montañas, convive su vida con la de seres que le son extraños, que no hablan su mismo idioma, que no tienen ni sus mismas creencias ni sus costumbres.

«      «     «

Y en esa jornada tan larga que sintetizó su calvario, conoció más de las penurias que de los goces de la vida; su espíritu no pudo gustar el néctar de tranquilidad de los satisfechos y atento tan solo a las exigencias de su única finalidad material, descuidó el cultivo del huerto de su espíritu. Su insaciable ambición de fortuna le encegueció el alma, pidiéndole oro y más oro.

Han posado desde su llegada, muchos días... muchos meses... muchos años…

Junto a su corazón semiendurecido por el mercantilismo que todo lo corrompe, martillea ahora en intermitentes tintineos, la imperiosa exigencia de una nueva preocupación. El nuevo hogar que él formara y cimentara para ahuyentar su soledad, exígele unos instantes de dedicación. Los hijos del hijo de sus padres, nacidos al calor de mutuos afectos en la modestia de su hogar y en un ambiente para él extraño en otrora, quieren torcer el rumbo de una vida que ha llegada a su ocaso, quieren enderezar el tronco del añejo cedro, imprimiéndole en esta lucha de ideas el sello del medio en que viven... Vano empeño?... No. La constancia y el anhelo de las nuevas generaciones siriolibanesas han de conseguir imponerse a la rutina y a la falta de espiritualidad. El viejo y añoso cedro tendrá que ceder y una gran batalla se habrá ganado al tiempo con el tiempo mismo.

«      «     «

Este es el corolario de una vida cuya intensidad solo ha de poder aquilatarse por hombres que, como estos de nuestra raza, han hecho del trabajo y la perseverancia un culto, una religión. El orgullo de sus descendientes debe fincar, no en el fruto de todas esos esfuerzos que les permita convivir la vida cómoda y muelle de los potentados, sino en el origen de sus progenitores y en el propio esfuerzo y perseverancia de los que se han consagrado, en lucha tenaz con el trabajo, como los prototipos de la laboriosidad y el empeño.

Joaquín V. González, uno de las grandes amigos de la colectividad siriolibanesa en la República, gran cultor del orientalismo y una de las figuras más prominentes de la Argentina, ha tenido para nuestros “mercachifles” palabras que debieran figurar esculpidas en todos los hogares donde aún se mantiene el culto de la raza a la que honra con su valiosa e indiscutible opinión. Decía el Maestro de la juventud argentina:

“Yo veía a los “mercachifles” llegar a Chilecito, doblados como Jesús y con los ojos tristes, vendiendo baratijas. En aquellas baratijas estaba para nuestra pobre gente popular la ilusión de la vida. Cuando se iban, nos quedábamos tristes, porque llevaban en el fondo de sus fardos todo lo que deseábamos; todo lo inaccesible. Nadie ha escrito hasta ahora el poema del mercachifle. No sé porqué se me ocurre que la vida de Martin Fierro se le parece un poco, aun cuando sea totalmente distinta. Ambos fueron hermanos de peregrinación”.

Y Juan José de Soiza Reilly, uno de los cronistas que más se han destacado desde muchos años a esta parte, decía en una semblanza aparecida hace poco en una de las más importantes revistas argentinas:

“La evolución del “turco” en la vida argentina ha sido de las más pintorescas. Llegó a Buenos Aires hace cincuenta años. Al principio no pudo adaptarse a las costumbres nacionales. Tropezaba con el inconveniente del idioma. La ciudad le resultaba incomprensible y él era también incomprensible para la ciudad. Prefirió internarse en el campo. Se hizo vendedor ambulante. Cargó sobre sus lomos una tienda de mercaderías. Llegó a la pampa pregonando su nueva profesión: Mercachifle!... ¡ Cosa linda e barata!

Los gauchos y las chinas acogieron al mercachifle con deleite y, acaso con orgullo. Aquel hombre les llevaba en sus fardos, cosas vistas en sueño. El arribo del mercachifle a sitios donde nunca llegaban las carretas, provocaba explosiones de alegría. Las chinitas eran las primeras en verlo:

—Mama; ahí viene el mercachifle...

Su llegada a los ranchos interrumpía la labor. Se hacía día de fiesta... El mercachifle depositaba en el suelo su carga de las ‘Mil y una Noches”. Sudoroso y con los pies deshechos, exhalaba un suspiro de alivio pidiendo:

—Por favor!... Agua!...

Apagada la sed, abría lentamente sus fardos milagrosos. Grandes y chicos, todos lo rodeaban con los ojos abiertos. El mercachifle no siempre sabía pronunciar el nombre de las cosas, pero, en cambio, no se olvidaba nunca de los precios.

……………………………..

Pasó el tiempo. El mercachifle después de haber recorrido todo el país a pie, compró un caballo y, en seguida un sulky. Así consiguió extender el vuelo de sus operaciones hasta que pudo instalar su tienda en el interior de un automóvil. Se hizo rico. En contacto con los campesinos, aprendió a hablar en criollo.

……………………………..

Vino a Buenos Aires.

Abrió una tienda proveedora de artículos para mercachifles. Habilitó a muchos de sus compatriotas recién llegados del Bósforo o del Monte Líbano. Los armó caballeros de la mercachiflería. Y estos a su vez, se hicieron ricos. Instalaron negocios para proveer a nuevos mercachifles. Y poco a poco, con paciencia, unidos por la cordialidad de la raza, formaron un barrio mercantil en la calle Reconquista, al llegar a Retiro. Aquel barrio resultaba pequeño, formóse otro, más lujoso, más reciente, en las calles Lavalle y Larrea, donde en dos manzanas, prosperan actualmente más de trescientas tiendas sirio-libanesas. El trabajo iniciado por los viejos mercachifles ha florecido en fortunas enormes. Poseen sus bancos y sus sociedades. Una de las familias más acaudaladas de la colectividad es dueña de cincuenta millones de pesos. De esa misma familia han salido dos médicos, un ingeniero y un profesor normal. Pero, para llegar a la posición espectable de que ahora disfruta la colectividad, ¡cuántas penas, cuántas amarguras, cuántas lagrimas!... Algunos hicieron fortuna, otros cayeron aplastados bajo el peso de sus mercaderías. Muchos fueron asesinados por los bandoleros.

Todos ellos fueron, en resumen soldados del progreso. Se les debe un recuerdo...


«      «     «

Tipo de aldeana del Líbano luciendo las clásicas vestiduras de la región.
De sus ojos fluyen llamas que alientan en nuestros corazones un ansia de
libertad y de su ser, el encanto sutil de las cosas puestas por el Supremo
Hacedor en la tierra, para embellecerla. Así nuestras madres, un día de los
días, lucieron para cubrir la belleza de su cuerpo y su alma, la tradicional
vestimenta.
Esta y no otra es la historia de nuestra raza en América. Historia modesta y sencilla, sin embargo imbuida de un hondo significado en la evolución de estos pueblos, cuyo progreso ayudaron a cimentar dando una lección de independencia económica que sirvió a muchos hijos del país para seguir su ejemplo.

Si bien es cierto que la Ciencia no tuvo en ellos aporte de significación alguna de parte de nuestros contemporáneos, ellos dejaron a la historia de los tiempos decir a todas las generaciones que se han sucedido, el orgullo de los fenicios (libaneses) legando la riqueza inapreciable del Alfabeto que hoy usan casi todas las Naciones del Globo. Como repercute también para orgullo de los que nos sentimos descendientes de esa raza fuerte y varonil, sabernos una rama de esos intrépidos navegantes fenicios que un día asombraron al mundo, al surcar los mares de todas las latitudes para llevar una expresión de su comercio y de su poderío, y fundar ciudades como Cádiz, Cartagena y otras. Sobre estas correrías de los fenicios por los desconocidos mares del mundo, nos han hablado los historiadores, muchos de los cuales aseguran que los primeros en pisar tierra de América en el Brasil, fueron los fenicios muchos años antes de J. C. Por otro conducto, los asirios, dueños en aquel entonces de la Arabia estupenda y magnífica, intensificaron un comercio de caravana que llegaba a los lugares más lejanos.

Todo esto hemos ofrecido al mundo por el conducto de nuestros antepasados y sin embargo pareciera que no hemos dado casi nada. Es que los herederos de esa raza no se han preocupado en difundir dichos conocimientos, muchos de los cuales son ignorados hasta por los mismos que debieran tener interés en divulgarlos.

Sin embargo, nos queda la satisfacción de poder decir, al amparo de estas tierras que nos acogen con tanto cariño y que hemos convertido en nuestra segunda patria, formando nuevos hogares y arraigándonos en el afecto de sus hijos, que la nuestra es una de las inmigraciones que mayores beneficios deja al país, moral y materialmente.

Nuestros hombres trabajan para cimentar la estabilidad del nuevo hogar levantado al calor de la acogida cordial de los argentinos. El dinero, fruto del esfuerzo de nuestros hombres, no sale fuera del país lo que contribuye a la solidez de la economía nacional.

La moderación de nuestras costumbres, lo moralidad de nuestros hogares, trasmitiéndose de generación en generación y la fácil adaptación al ambiente, son títulos suficientes para poder asegurar que la inmigración siriolibanesa, corresponde a la confianza que le ha díspensado la Nación Argentina y sus habitantes.

Ese y no otro debe ser nuestro orgullo. A las generaciones de descendientes de esa raza fuerte y emprendedora que ha dado una lección de sano optimismo y de vitalidad al mundo, toca ahora pulir sus maneras, aureolar la figura simbólica y respetable de nuestro viejo mercachifle y levantar sobre esas bases firmes y seguras, el edificio de su grandeza actual y de su potencialidad económica, para hacer a la nuestra, acreedora al respeto de todas los razas que contribuyen al engrandecimiento de la Nueva Patria.

Fuente:Yapur, Miguel A., Figura simbólica y digna de respeto: “el mercachifle”: Su influencia en el progreso de la Nación Argentina, Tucumán, 1933, Sociedad Sirio-Libanesa de Tucumán. Numero único.

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario