domingo, 1 de marzo de 2015

Libertad

Ignacio Sánchez

Conocí una vez andando por el Caribe, un pueblo devastado por la represión. No se diferenciaba demasiado de los otros a los que un gobierno de facto o una monarquía democratizada habían sepultado. Sus habitantes por miedo a las torturas o al mismo miedo habían perdido la facultad de la palabra. La tristeza reinaba como única soberana sobre aquellos hombres desprovistos de voz.

Fue entonces que a alguien se le ocurrió mandar una carta de amor con una paloma mensajera. Con el tiempo la comunicación volvió a instalarse en el aire a través de las aves que llevaban y traían papelitos atados a una pata. Los criaderos se fueron multiplicando y el firmamento se colmó de empleadas del correo. La gente volvió a amar, a tener amigos, a revolucionarse.

El General Ledesma no podía permitirlo y mandó a fusilar a las palomas. Mataron. Mataron a muchas y encerraron a otras. Peros las balas y las jaulas un día se acabaron y los otros aún podían hablar. Solo cuando no supo que más hacer, Ledesma pidió consejo a su superior. Y Dios, que siempre ha sido el más grande dictador encontró la solución para aquel caos de libertad.

Una nube gris cubrió todo el territorio. Nevó, hubo tormentas y una lluvia de plomo en forma de granizo tapó el cielo. Y así, con las mensajeras caídas y el pueblo mudo, todo volvió a la normalidad.

La Quinta Pata

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