viernes, 29 de febrero de 2008

Año 1 Nro. 7 - La voluntad infinita

Usurpa tierras. Controla el agua y el petróleo. Nos informa y entretiene. Gobierna. Y sólo tiene cuatro letras.


Nos encaminamos hacia un escenario peligrosamente novelesco: un sólo hombre es dueño de todo el pueblo; el banco, la plaza, la escuela, la calle principal, el hotel, el periódico... todo lleva su nombre. Es la voluntad infinita que adquiere nuevas formas y complejidades en los tiempos de la desterritorialización de los capitales.

Tiene corto apellido y largas uñas para codearse con la élite del poder mafioso. Ni los banqueros menemistas, ni los ex-ministros de glúteos operados, ni la gusanería de Miami quedan fuera de su extenso manto de influencias. Su escueto nombre materializa, contiene y condensa la esencia misma del poder en Mendoza, y más allá. Sólo cuatro letras alcanzan para convertirse en una totalidad, en un concepto absoluto, en una voluntad infinita.
Leer todo el artículo - CerrarLas tierras usurpadas, los medios de comunicación, el agua, el petróleo y las cárceles privadas, el club de fútbol, los arcos, la pelota, el pito del árbitro y, dentro de poco, el aire que respiramos nos remiten a esas dos sílabas. Una simple y diminuta palabrita es la llave que destraba situaciones adversas y reafirma el compromiso ideológico de jueces, legisladores y funcionarios con el verdadero dueño de las decisiones.

Nunca necesitó formar parte de ninguna lista partidaria, ni acceder a ningún cargo electivo, su voluntad infinita es el poder real. Sin embargo nunca evitó el reconocimiento público que todo gran empresario adquiere naturalmente. Cierto día, uno de sus lacayos le mostró una cita de Maquiavelo en la que el gran pensador italiano del medioevo aconsejaba al príncipe ejercer su poder a partir del amor o el temor que su figura generara en el pueblo. Para ello, imaginó, había que convertirse en un hombre conocido, recorrer actos protocolares, organizar fiestas y agasajos, participar de eventos estrictamente sociales, su nombre debía estar instalado en la cotidianidad mendocina. De ahí al amor, o al temor, hay un solo paso.

¿Cuarto poder?...no. El poder condensado en cuatro letras. Los medios de comunicación, sus medios de comunicación, son su principal herramienta para conseguir todo lo demás. Una campaña de desprestigio, una serie de editoriales, o varias notas tendenciosas alcanzan para hacer echar ministros, lograr fallos favorables, reabrir procesos licitatorios o decidir elecciones. ¿Libertad de prensa? Lenin prefería hablar de un mero fetiche burgués para ocultar la esencia propagandística que ontológicamente conlleva el ejercicio de la prensa.

¿Por qué evitar que se vea en Mendoza el canal público? La voluntad infinita no es antojadiza, siempre tiene su lógica de funcionamiento y su razón estratégica: Primero: las señales de difusión transitan por el aire que se supone es libre y de todos pero que, tarde o temprano, será también de su propiedad. Segundo: los medios de comunicación le permitieron alcanzar la cima del poder que hoy ostenta… Entonces ¿por qué dejar que alguien más maneje masivamente esa poderosa herramienta? Otro gran pensador italiano, Antonio Gramsci, advertía que el dinamismo propio de los procesos hegemónicos admite la diversidad de opinión mientras éstas no se aparten totalmente del discurso estratégico. Lo que no es admisible, aclaraba, es poner en situación de batalla a las ideas que tanto tiempo costó imponer como verdades universales.

Su corto apellido italiano -como italianos también son los apellidos de los grandes pensadores que recuperamos en estas líneas- hoy se repite coherentemente en las demandas que ganan las calles de Mendoza. Sus cuatro letras están en las protestas por la usurpación de terrenos de la Universidad Nacional de Cuyo, en las que se exigen aumentos salariales, en las que se promueve la recuperación de nuestros recursos naturales, en las que se denuncia la contaminación ambiental, en las que se cuestiona el fallo judicial que posibilitó la suspensión de la señal del canal público.

Estos hechos ponen de manifiesto la lógica misma del poder absoluto. El amor al príncipe ya es poco factible, su vocación monopolista arrasó incluso con la posibilidad de ser un pro-hombre; solo queda apelar al temor.

¿Será que fuera de las pantallas y los ámbitos adictos del poder político su figura se va convirtiendo lentamente en un símbolo de lo que hay que destruir para terminar con la injusticia en todas sus formas? ¿Será que el poder de sus medios, su poder, encontró el camino hacia su única muerte posible: la lenta pero incontenible rearticulación de las voluntades dispersas y atomizadas? ¿Será que la voluntad infinita sólo encuentra su límite en la infinita voluntad popular? Depende de nosotros.

Ernesto Espeche

La Quinta Pata

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