viernes, 29 de febrero de 2008

Año 1 Nro. 7 - Los mendocinos chochos con el Parque Central, pero...

Sin lugar a dudas el Parque Central se ha convertido en un atractivo para los mendocinos como fue en su momento la Peatonal hasta que quedó instituida como uno de los hitos de la nueva ciudad. Con el Parque Central ocurre lo mismo. Ya está instalado en el patrimonio colectivo no sólo de los habitantes de Capital sino que es pertenencia de la población en general. Sin embargo presenta algunas falencias que afectan a paseantes y vecinos.

La construcción de veredas en el sector sur este de Pellegrini en la rotonda de la referida calle con Perú, no entró en el diseño del proyecto original. Así es como los caminantes tienen que desplazarse por el asfalto para poder moverse con cierta comodidad, eso sí, asumiendo el riesgo de ser atropellados por un vehículo. En los días de lluvia la situación se agrava debido que los desagües están obstruidos y el agua gana parte de la calzada. El sitio por donde deben pasar sí o sí los peatones y los alumnos de la Escuela Belgrano (en su mayoría también peatones) es incómodo y peligroso.
Leer todo el artículo - CerrarEs la propia comuna de la ciudad (gestiones anteriores) la que ha transformado un predio vacío situado al costado de Servicios Públicos, sobre Perú, en una playa de movimiento de tierra. Todos los días aparecen camiones descargando, a veces, escombros. Ya se ha formado una verdadera montaña de tierra suelta de más de tres metros de alto. Ante la menor brisa las casas de las inmediaciones se llenan de polvo. Y si corre viento la situación de los vecinos se torna muy difícil. Resulta inadmisible el funcionamiento de un espacio como ese en medio de una zona residencial y dentro, casi, de un paseo que es un orgullo para los mendocinos. ¿Por qué no forestar ese lugar y agrandar así el magnífico pulmón verde del que disfrutamos? Lo que mencionaron algunos políticos (por suerte ya idos) es que ese gran predio está destinado a “negocios inmobiliarios” ¿Negocios de quién? ¿Del municipio? Creemos que no figura en los lineamientos de una comuna el “hacer negocios” Creíamos escuchar al recordado Cacciatore cuando se anunció que en ese gran lote sería edificada una catedral y edificios de departamentos (¿negocio inmobiliario?) Ya tenemos suficientes iglesias y demasiados bloques de cemento. La gente requiere espacios, aire, sol, libertad. ¿Por qué no cumplir con los deseos de los ciudadanos? Las obras concebidas pensando en ellos son exitosas y hasta casi imperecederas. Ese es el caso de la peatonal, verdadero polo social, de turismo, de arte. Cuando se planifica en aras del “negocio” el resultado es distinto. El lugar que ahora, indebidamente, es un tierral opresivo podría transformarse en un predio destinado a la salud, con vegetación, clases de gimnasia o deportes a cargo del excelente cuerpo de profesionales de la comuna y no en otros enormes edificios que lo único que logran es generar cierto hacinamiento, tapar la luz del sol, elevar la temperatura ambiental, disminuir la presión de agua y hacer que las añejas cloacas colapsen.

No se duda que el trazado, vías de circulación, ingreso y salidas de las dos rotondas aledañas al Parque Central nacieron de la concepción de especialistas. En computadoras y papel los planos quedaron plasmados. Lo concreto, en la realidad, es que esos distribuidores de tránsito automotor funcionan. Lo que al parecer nadie tuvo en cuenta es la existencia del peatón. Esas vías circulares son imposibles de cruzar sin arriesgar la vida o, por lo menos, un par de huesos. Las sendas peatonales están desdibujadas. Los automovilistas cumplen con una casi tradición de nuestro caótico tránsito, no respetan a los caminantes, no ceden el paso. Es más, entran y salen de las rotondas a velocidades excesivas. Ya se han producido accidentes, personas atropelladas, ciclistas. Pierden los más indefensos en ese planteo desordenado. Todos sabemos que es importante para un gobernante salirle al cruce a una situación de riesgo y no proceder con una tragedia encima. Es el momento de corregir fallas como las señaladas y luego difundir debidamente los resultados, ya que de eso se trata, de propender al bien común y que la gente sepa que se cumple con ese primordial postulado de la política.

Cuando alguien llega al Parque Central viene con un preconcepto. Algo le contaron. Los pintorescos patos. El lago. Esos montes verdes más bellos que los del Parque Lezama. Los visitantes, muchos, cada vez más, van al encuentro de cosas gratas. Y surge la nota discordante: coches con escape libre, mal llamados deportivos, atraviesan las calles laterales a velocidades peligrosísimas. Es un riesgo muy grande para quienes pasean ya que el estar inmerso en medio de la belleza, la tranquilidad hace que desciendan las defensas listas para funcionar en otros sitios (pleno centro, por ejemplo)

Se supone que una calle que surca un parque es parte del mismo y no una pista de competencias de estruendosos coches. Y aunque la familia no esté cerca por donde pasa un bólido conducido por un inadaptado, el paisaje, por hermoso y bucólico que sea, se rompe por imperio del ruido. No se puede disfrutar de algo si el cerebro tiembla por exceso de decibeles.

El espacio, bien pensado, de estacionamiento, es utilizado por conductores a quienes les hace falta que los eduquen, también como pista. Creen que la gente los mira y los admira cuando parten muy rápido, en medio del fragor de sus motores con silenciadores destripados. Y no es así. Concitan odio y generan encono contra las autoridades que deberían ser quienes los encaucen en normas de convivencia y respeto.

Calle Mitre, en su cruce del Parque Central, es verdaderamente infernal en lo que a altas velocidades se refiere. No hacen falta condiciones de vidente para afirmar que la posibilidad de uno o más accidentes graves está dada. Niños o ancianos que tienen una similitud, no pueden calcular con precisión su velocidad de paso en relación a un vehículo que avanza rápido hacia ellos, caminan a diario por ese lugar. Es un punto crítico. Habría que prestarle urgente atención.

Los escapes libres, eufemísticamente llamados “deportivos” se han adueñado de nosotros. Nos invaden. Alteran, paredes y ventanas por medio, al recién nacido, al enfermo. Interrumpen conversaciones. Nos sacan del sueño con un insulto en la boca. Están prohibidos y, sin embargo cunden. En un cuento que no hace mucho escribí los definí como la “música de la ciudad” Obviamente que no tienen nada que ver con la música. Y sin embargo están ocupando el espacio de aire y audición que le corresponde a la charla, al descanso y a la música, todo eso que cortan con ruido.

Las motitos de los repartidores, buenos servicios, sin dudas. De fábrica, las he escuchado, zumban. El sonido que sale de sus escapes es soportable. Y no. Los pibes cadetes tiran los silenciadores originales y les ponen otros “deportivos” Se acabó la paz. Bolones de óxido pintarrajeados llegan de departamentos vecinos, autos de los 70, 80. Su única manifestación de funcionamiento es reventar los oídos de la gente. Niños bien, pretenciosos y engrupidos, como decía un tango, en sus autos “tuneados” también con escapes semilibres.

Es la trasgresión. Saben que molestan a los demás con su marcha estrepitosa. No les importa. Son felices a bordo del estallido que los acompaña. Anexan estruendo a poder. A velocidad. Ocurre que el mundo no se mueve en el interior de un auto, ni arriba de una motito y tampoco en una cara chopera. La ciudad en definitiva, la parte del mundo que nos toca que es de todos nosotros, tiene que ser armónica.

Sería factible establecer una ordenanza muy dura al respecto. Cuando se detecta un escape no convencional, hay que aplicarle al infractor una multa y la obligación del llamado a silencio, a algo de silencio, a reglarlo. Si se produce la reincidencia ya la pena debe ser mucho mayor. Esto podría constituir la base de una campaña “Mendoza donde el silencio es salud” o algo así. Las sanciones podrían transformarse en una buena fuente de ingresos para el municipio.

Todo lo anterior se basa en la observación directa de una problemática que afecta a habitantes de la Ciudad. De ninguna manera pretendo erigirme en político, suplantar a alguno o enseñarles a varios a pensar y proceder. No. Ocurre que, como se sabe, todos los hombres somos políticos. Vivimos inmersos en la política, en los aciertos y errores de quienes la manejan. No nos queda más alternativa que ser políticos, aunque no candidatos.

Cabe reiterar, que todas las necesidades de mejoras surgen del mal manejo de gestiones anteriores. No le cabe responsabilidad a la actual conducción comunal. No obstante, son muchos los vecinos de la zona que verían con agrado y alivio la solución a estos problemas.

Y la ciudad entera, a la que todos amamos, se sentiría más orgullosa.

Alberto Atienza

Nunca falta un buey corneta decían las abuelas (¿Cómo serían?) Era, es, el “peludo de regalo” (abuelas sic) que irrumpe con una metida de pata irreparable. O el que formula declaraciones (en el caso de algún funcionario político) que nos deja “patitiesos” (nona, que raro hablabas)

“Hay que tapar el lago del Parque Central” dijo el otro día uno de esos “B.C”

“Vamos a construir en ese lugar un salón para actos culturales” agregó “B.C.” o “P de R”, como se prefiera. “Ese está de la nuca” comentó un chico de 13 años al enterarse del proyecto, “si el lago es lo más lindo que tenemos”

En torno a ese magnífico paseo hay predios en los que aun se erigen antiguos galpones del desaparecido ferrocarril (Menem ¡qué grande sos!) Y terreno en abundancia, prácticamente, grandes baldíos. ¿Qué le pasa a “B.C”? ¿No conoce la zona? ¿Quiere destruir lo hecho nada más que porque no lo hizo él?

“Es al ñudo que lo fajen al que nace barrigón” diría cualquier abuela de las de antes, no las actuales, estilizadas, bellas, jóvenes. No. Esas “yayas” de mecedoras y braceros a sus pies, sabias en sus dichos. Sin embargo, algunas vueltas de faja le vendrían bien al guatón del cuento. Y si algunos giros de esa banda le tapan la boca, mejor.

El deseo de los vecinos y de los mendocinos en su mayoría (¿por qué no una encuesta?) es que el lago permanezca. La ambición nuestra, en particular y dentro del tema es que la madre de la madre de “B.C” vuelva y le diga: “Pero mijo, no sea papanatas, ¿adónde se ha visto? ¿Cómo va a tapar un espejo de agua para levantar un socotroco de cemento?


La Quinta Pata

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