miércoles, 12 de marzo de 2008

Creación - Los últimos

Los últimos

-Es el último- dije mientras abollaba el paquete. Era lo último de casi todo: la comida se ha agotado hace tres días, la leña seca es sólo ceniza desde ayer y fósforos quedan dos para este cigarrillo, que a pesar de todo va a ser fumado. Agua sobra, no es pura ni bebible, pero sobra allá afuera. Podrían ser dos años, pero son dos semanas las que han pasado desde que nos refugiamos de la tormenta en esta cabaña, también la última de este asentamiento de dos o tres construcciones más. El barro de los aluviones ha tapado suficiente como para no poder salir con esperanzas de llegar lejos, donde siempre está la ayuda. También se ha colado hasta adentro y el frío húmedo del lodo obliga a mantenernos sobre la mesa. Hacia fuera se puede ver por un pequeño agujero del techo por el que se filtra el agua goteando. Verlo me hace dudar de prender el cigarrillo, lo muevo entre los dedos, noto que es casualmente del mismo ancho que el botón grisáceo del cielo raso.
Leer todo el artículo - Cerrar-Es el último- repito, para asegurarme que entienda, pero ella está decidida. Cuando lo prenda va a empezar a acabarse lo poco que nos queda. Saco el primer fósforo. Se quiebra. Intento con el segundo. El fuego nos ilumina las caras, puedo verla, ha estado lagrimeando. No volveré a verla así, por lo que no apago el fósforo inmediatamente después de encender el cigarrillo sino que lo dejo arder hasta que me quema la yema de los dedos y recién entonces lo suelto, más por reflejo que por voluntad. Pito dos veces, retengo el humo. Cuando se lo paso suelto el humo, que va a unirse al hilo de luz gris que rompe la negra monotonía. Miro la brasa encendida bailar un rato. Se queda quieta y se aviva mientras ella aspira. Alcanzo a verle la forma de los labios y los dedos. El agujero del techo se empequeñece levemente. Vuelvo a ella, me pasa el cigarrillo. Quisiera saber si me mira mientras fuma como yo lo hago con ella. Si lo hiciera podría decirle cuánto la quiero en este momento, volcarle en el rostro oscuro esta mezcla de deseo animal y amor platónico (ella es, como yo, una sombra más en la cabaña). Esta situación es tan perfecta como incómoda para decirlo. Callo. Fumo un poco. El humo atraviesa la luz que gotea del cielo cada vez más angosto. El tabaco va a morir en mi boca. Aspiro largamente, como invitándome a verla por última vez. Después tiro la colilla al lodo que riega el suelo. Los dos botones de luz se apagan simultáneamente.

-Ya está- aclaro antes de recostarme sobre el ancho de la mesa. Ella también lo hace, oigo como su espalda hace crujir la madera. Ya está todo hecho, todo terminado. Sólo nos queda dormir. Quizás tengamos suerte y soñemos sobre nosotros antes que los sueños también se acaben en esta cabaña del fin del mundo.


Javier Piccolo

La Quinta Pata

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