sábado, 20 de diciembre de 2008

Moche y Tlatilco

Cerámica mochica

Niurka D. Fanego Alfonso
*
Sube conmigo amor americano.
A través del confuso esplendor
A través de la noche de piedra, déjame
hundir la mano
y deja que en mí palpite como un ave
mil años prisionera,
el viejo corazón del olvidado.

Pablo Neruda

Aún olvidados, ocultos, preteridos o tal vez lastimosamente yuxtapuestos, los ejemplos artísticos derivados del quehacer plástico americano revelan, a través de su estudio, la vastedad formal conseguida, así como los disímiles aspectos vitales a los que prestaran atención. De una u otra manera, todas las culturas expresaron por medio de sus artes diversos aspectos conductuales vinculados a la sexualidad humana. Generalmente concentrados en su explícita relación con la fertilidad de la tierra y la fecundidad, otras nociones de este ámbito se nos revelan, aún cuando se encontraran asociadas a ritos mortuorios, de enterramiento, culto al falo, mitos, tabúes, ceremonias, aún cuando constituyeran códigos éticos documentados para su pervivencia.

El estudio del comportamiento sexual de los pueblos amerindios ha sido posible, fundamentalmente, a través de la apreciación de sus creaciones artísticas, si bien en ocasiones, lo referido por los cronistas permite cotejar evidencias o disentir de lo que nos sugieren determinadas imágenes, muchas veces desde la pretendida altura de nuestras concepciones sobre la sexualidad.

Hacia 1838 se desarticula en España la Sala Reservada que acunara las llamadas poesías. Consistían en desnudos que, tamizados por repertorios mitológicos y bíblicos, se permitían reflejar algunos pintores para saloncitos y gabinetes privados adonde solían retirarse los monarcas después de comer. Ciertos Tiziano, Guido Reni y Annibale Carracci serían considerados indecentes, por lo que no resulta extraño que en el año 1957 aún se conservara bajo llave la colección de cerámica de corte sexual y erótico del Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima, Perú. El conjunto reunía piezas provenientes de varias culturas, resaltando la Mochica [1] por la cantidad de obras como por la variedad de posturas y acciones sexuales reflejadas.
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Cerámica mochicaDe hecho, las piezas seleccionadas [2] para la exposición Erótica. Erotismo y sexualidad en el arte constituyen un parco muestrario de la riqueza con que los moches expresaran su universo sexual, condensado en nueve posturas con algunas variaciones compositivas. No nos referiremos aquí a las representaciones donde aparece el cuerpo humano desnudo sin connotación erótica, ni aquellas donde resulta evidente la copulación de un ser humano con un Dios, sino a ciertas expresiones donde el amor profano está más cerca de ser reflejado aún bajo el perenne halo mitopoético que envuelve a estas culturas prehispánicas.

Entre los mochicas, las prácticas sexuales —al menos aquellas reflejadas en sus ceramos [3] y en las pinturas figurativas que en ocasiones les decoraban—, hablan de tenues caricias amorosas generalmente vinculadas a la actividad precoital, a la felación y a la masturbación. En posturas enfrentadas es común encontrar a la mujer acariciando el sexo masculino en modo más o menos intenso, mientras el hombre descansa una mano sobre la cabeza de la fémina, el mentón o uno de los senos, que prácticamente no resultan tributarios de besos o frotaciones. La mayor parte de las representaciones en que aparecen las figuras besándose, tal caricia suele ocurrir entre un ser vivo y una carcancha o muerto animado que traslucía su estado cadavérico a través del rictus facial y la representación de los costillares, pero exhibiendo su miembro viril en estado de erección. Esta manera de reflejar solo parcialmente esqueletizados a sus muertos responde a una concepción sexualizada de la vida post mortem. El culto a los difuntos, el mundo de los muertos o ucopacha, se permeaba así de tales actividades vitales que aseguraban su felicidad, incluyendo las eventuales incursiones de los muertos en el mundo de los vivos.

Se expresa un interés por reflejar las prácticas sexuales en ambientes íntimos, generalmente sobre un lecho dotado eventualmente de esteras, mantas y almohadas que cumplen funciones específicas durante el ejercicio amatorio. Cuando la pareja aparece cubierta, el ceramista procura reproducir con realismo y exactitud los órganos sexuales, aun cuando en dicha postura se reiteran las prácticas sodomitas heterosexuales comunes en la representación de la sexualidad moche. De hecho, son conocidas escenas de coito anal que transcurren mientras la mujer tumbada sobre su costado acuna un bebé. La frecuencia en que dicha práctica se observa ha llevado a especialistas a considerar como viable la teoría de control de natalidad. Otras interpretaciones abordan la posibilidad de que constituyera una variante erótica exaltadora de la líbido para ambos, tanto como una opción de placer para la mujer toda vez que su representación está impregnada de cierta entrega y aceptación, actitudes vinculadas más al disfrute y a la complacencia que al rechazo, si bien las expresiones faciales en ninguno de los dos sexos suelen acompañar la intensidad del acto. Mientras resultan evidentes las acciones de penetración vaginal o anal, la felación, la masturbación o las caricias precoitales, incluso la guía de la mujer en la introducción del pene o en la apertura de sus glúteos, los rostros no suelen describir una excitación desbordante transcurriendo el momento reflejado dentro de un éxtasis o de un placer mesurado no atribuible a la incapacidad del ceramista, según corrobora el estudio de imágenes de otra índole.

No se descarta la existencia de prácticas homosexuales, pero a excepción de un espécimen —de homosexualismo masculino—, ellas no fueron reflejadas en sus creaciones plásticas. Su ausencia iconográfica puede deberse a motivos disímiles, pero tal ejemplo nos obliga a considerar dicha ancestral y universal práctica. Las parejas en acoplamiento o en plena faena de caricias remiten a individuos adultos, generalmente en número de a dos. No existen referencias a pederastias aunque la presencia de un ejemplo, interpretado por algunos como posible paidofilia por masturbación, queda eliminado al contemplar la escena un carácter más bien ritual o quizá hasta terapéutico, en que los individuos se muestran impávidos, casi hieráticos, alejándose de lo puramente erótico.

Tomando en cuenta las representaciones disponibles entre las diversas culturas amerindias, los mochicas se encuentran entre los pocos que reflejaron el fellatio o coito bucal, generalmente protagonizado por la mujer, quien domina la acción. En relación a la masturbación resulta más frecuentemente la dedicada al hombre, en ocasiones en situación de carcancha, mientras que los exiguos ejemplos conocidos en mujeres remedan más actitudes de preludio por medio de caricias. Resulta interesante la perspectiva de ampliación del placer sexual cuando observamos la existencia de objetos posiblemente vinculados al autoerotismo femenino obtenidos en las excavaciones arqueológicas.

En cuanto a las escasas representaciones de bestialismo, en este caso, zoofilia, la cerámica Moche se inclina hacia una tendencia votiva o mitológica. Un exponente refiere las dimensiones del cuerpo del perro que posee a una mujer casi proporcionales al de la fémina, lo cual ha llevado a pensar en una representación de carácter simbólico, mágico-religioso, alejada de apreciaciones eróticas o sexuales. La mitología, expresada figurativamente desde épocas ancestrales, se nutría de aspectos sexuales imbricados en su devenir teogónico y antropogónico que explicaban las concepciones sobre la fecundidad humana y su traspolación a la fertilidad de la tierra. Todas estas piezas, tanto las más asociadas a determinada función utilitaria en su cualidad de contenedores, como aquellas de un carácter preeminentemente escultórico, constituyen una documentación nutrida de su cotidianeidad y del reflejo de mitos y ritos propios, en ambos casos, modelados a partir de aquellos ideales que les asistían como comunidad humana diferenciada.

Escena de aparente zoofilia
Dentro del horizonte mesoamericano destaca otra cultura por las representaciones de sus explícitas acciones amatorias. Se dice que los miembros de la cultura de Tlatilco [4] solían andar desnudos, apenas cubriendo sus cuerpos, mas sí decorándolos con pigmentos fundamentalmente rojos que se extendían a los accesorios con que adornaban sus tocados, pechos, brazos y piernas. De sus sepulturas se ha extraído el grueso de las evidencias que han permitido su estudio, de modo que estamos en presencia de figurillas a manera de ofrendas asociadas a creencias después de la muerte, cuya iconografía refleja un culto a la fertilidad de la tierra a través de la fecundidad humana.

De tal suerte, son abundantes, variadas y explícitas las posturas en que hombres y mujeres aparecen consumando acciones sexuales de extraordinaria soltura, pródigos en dinámica y deshinibición. Representaron escenas de caricias y felación mutuas, mientras la masturbación del hombre por la mujer parece constituir más bien un momento precoital. A diferencia de los moches, que en ocasiones aparecen semivestidos, el artista tlatilca refleja a sus congéneres siempre desnudos, haciendo hincapié en el complicado peinado con que rematan sus tocados. Sus rostros exhiben expresiones fuertes, pero tal vez más expresivas de la intensidad del momento como concepto que como particular reflejo del mismo. Así, las bocas y los ojos suelen aparecer abiertos o entreabiertos acentuando cada acto en que hombre y mujer se involucran activamente.

Las parejas de adultos heterosexuales dominan la producción conocida aunque en ocasiones los individuos que interactúan ascienden a cuatro y seis formando verdaderas orgías donde alternadamente las mujeres acarician los miembros en estado de erección del hombre que tienen a cada lado, formando un círculo. En otras las mujeres resultan penetradas mientras realizan actos de felación al miembro masculino de otra pareja, así como escenas en las que algunos individuos de ambos sexos, en pares, se acarician individualmente o masturban mientras observan el desempeño de otra pareja enfrascada en acciones diversas ya de un mayor carácter precoital. La intensa variedad de posturas sexuales de aproximación dentro de los patrones prono y supino, con un alto manejo de la líbido, en resumen, el extenso glosario de erotismo tlatilca, llegaría incluso a extenderse a una de las tipologías representacionales que le asisten culturalmente y es el mundo de los contorsionistas, el cual sería asumido dentro de este acervo de imágenes eróticas por su proclividad a acentuar el carácter sexual de dicha cultura.

El ser autoral y cotidiano, ancestral y mítico que se trasluce en cada creación de carácter erótico, revela el soporte intensamente vital con el cual bien podríamos definir a nuestras culturas amerindias, en especial, la Mochica y la tlatilca. Lo ontológico de aquellos increíbles hombres encontraría en términos sexuales profundas raíces con las que aferrarse a un mundo excesivamente cambiante ante sus ojos. Sus cuerpos, las sensaciones que de ellos se derivaban, sus relaciones eróticas y sexuales, terrenales, ceremoniales y míticas les anclaron definitivamente en el mundo del placer de los sentidos. De tal suerte, el erotismo indoamericano tiene aún mucho por revelar, por compartir, llegando a poseernos, a imantarnos en sus redes amatorias.

*Curadora de Arte Europeo

Notas:
[1] Moche —en alusión al principal centro ceremonial de esta cultura- o Mochica –haciendo referencia a su lengua— constituyó una cultura de rasgos regionales definidos perteneciente al Horizonte Intermedio Temprano. Se desplegó en los Andes Centrales, en la costa norte del Perú, y floreció entre los siglos IV al VIII DC. La ciudad de Moche se extendía en torno a dos grandes pirámides gemelas conocidas como huaca del Sol y de la Luna, llegando a albergar una de las mayores concentraciones urbanas del Perú.

[2] Los exponentes constituyen un préstamo temporal procedente de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, a la que agradecemos profundamente por su total colaboración en la persona del Sr. Ángel Graña.
Resulta imprescindible acotar que dentro del quehacer arqueológico es frecuente el manejo de reproducciones con fines investigativos, museológicos y divulgativos. La condición de ejemplar único o un precario nivel de conservación conducen a preservar los originales bajo especiales cuidados, reservándolos en ocasiones para el estudio de expertos, mientras copias a escala real y bajo rigurosa selección de materiales y técnicas, son exhibidas en modo permanente o temporal al público. Tal es el caso de la colección de tema sexual y erótico representativas de las culturas de Tlatilco y Moche atesoradas en la Fundación Antonio Núñez Jiménez. Por constituir una experiencia reiterada a nivel internacional dentro de la práctica museológica asociada a ejemplares arqueológicos, por la calidad y representatividad del conjunto abordado, así como por la relevancia que a los efectos cognitivos propicia en cuanto al contexto amerindio en función de la actual curaduría, se valoró la incorporación de reproducciones de cerámica precolombina. De tal modo, las seis primeras piezas catalogadas se confirman en su calidad de reproducciones, acotándoseles, siempre que ha resultado posible, la colección que acuna el original del cual parten.

[3] Siendo la Mochica una cultura militarista, sus miembros consiguieron desarrollar al unísono una exquisita producción cerámica utilitaria y ceremonial integrada por variadas tipologías dentro de las que destacan las vasijas escultóricas, muchas veces decoradas a pincel. Modelaron diversos tipos morfológicos concluidos con engobe, óxidos y bruñido. Su producción conforma un extraordinario legado documental y poético.

[4] Tlaltilco constituyó un asentamiento prehispánico del valle de México, uno de los primeros en asentarse en el Anáhuac, a orillas del lago Texcoco. Cronológicamente se ubica entre el 1500 y el 500 DC dentro del llamado Preclásico Medio. Tlatilco es voz Náhuatl y etimológicamente significa “donde hay cosas ocultas”.

Bibliografía:
Kauffmmann Doig, Federico. Comportamiento sexual en el antiguo Perú. Kompaktos G.S., Editores, Perú, 1978.



La Jiribilla, 20 – 12 – 08

La Quinta Pata

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