jueves, 23 de abril de 2009

Hasta el hombre soñado

Ramón Ábalo

El Armando y el Ramón no habían despertado todavía al mundo de la Calle Larga. Mejor dicho, no habían entrado con la totalidad de su ser, de sus intuiciones, inseguridades, timideces, temores de adolescentes sin infancia casi, o cuando más una infancia de pocas ternuras, estrecheces contundentes para marcarles disfrutes inalcanzables: "Algún día me podré comprar todas las historietas del mundo", se anticipaban a prometerse con el Pichuco, los Mazamorras -el Humberto y el Antonio- el Negro Mendoza, otros de los tantos marginados ingenuos. El alma de la Calle era un secreto en el que apenas si estaban iniciados, pero siempre a mano para los entreveros y las remoliendas dantescas. Pero así era toda la Calle, pobre en vituallas pero rica en palabras altisonantes, escenario cotidiano de patadas, piñas y puteadas, en un armónico equilibrio de remansos y jolgorios.

Ese era su mundo pero intuían que habían otros, a los que comenzaron a descubrir cuando encontraron un abrevadero en el que recalaban sus frustraciones y sus anhelos: cualquier página, todas las páginas impresas que caían bajo sus ojos, en sus manos. Abrevadero para sus ensoñaciones, las pasiones exaltadas en la novelería, sus héroes y los versos sublimes que les trastocaban la realidad para transmutarla en espera de abundancia por pobreza, timidez por prestancia, ignorancia por sapiencias, soledad por acompañamientos deliciosos, femeninos, refinados, esplendorosos.

Un confín la Calle Larga, sin límites muy definidos entre una urbanización incipiente y los contornos agrícolas – las viñas ubérrimas, los durazneros y los damascos exuberantes – apropiados para el ocio a la hora de la siesta, para el aprendizaje del cigarrillo, la preocupación por una existencia futura, las mujeres lejanas y esplendentes, el diálogo soez, a veces existencial: "¡¡...la pucha!! ¿vos creés que esto es vida? Mirá todo lo que queremos ser y hacer...y no tenemos ni pa'empezar..."
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Los días se sucedían al calor de las penumbras de los cafetines, el billar y el truco, los largos tragos y las tertulias parroquianas en las cuales los temas, por repetidos, no eran menos novedosos en el agregado de otros detalles, en la ironía gruesa, en los atributos viriles propios o de los antepasados, en los pergaminos familiares: "...mi viejo fue el mejor cortador de adobes de Pedro Molina..." Y el Armando que decía: "Mi viejo está por llegar de Chile...es tropero". Y contaba: "Qué huevos los de estos hombres, enfrentando las cumbres y los desfiladeros, las nieves y los fríos, los vientos blancos y los ventisqueros. Ese viento blanco amarrador de cuerpos y espíritus a los duendes de las montañas irritadas y violentadas por la osadía del hombre, ser mísero y pequeño, ensoberbecido vaya a saber por qué fuerzas o fortalezas que los alientan a hollar con insistencia esas cumbres petrificadas, blancas, embrujadas, altaneras, principio y fin en el espacio..." El Armando entonces sacaba unos papeles medio arrugados en los que se percibía alguna escritura, y con su voz ya abaritonada, decía un poema de esos que eran parte de lo que pudo ser su primer libro, con título y todo: "Roñas de siglos", que alzaba en ritmos y rimas sus propias carencias y las de sus padres, hermanas y hermanos, pero también las de un contorno anémico. Sin embargo, exaltaba ese futuro a alcanzar: "En tiempos de juventud la vida es luminosa para iluminar lo que viene".

La vida, su vida, no fue sino esos sueños y los que pudieron ser. Descubrió que sus espaldas eran fuertes pero no lo suficiente para el peso enorme de otras frustraciones y soledades que, con el devenir del tiempo, se le acumularían en el alma. Que él mismo – su poesía – sería su dolor y su utopía, para que

Nunca más de rodillas,
nunca más a pedazos,
nunca más a la muerte
sin haber respirado
nunca más como topos
nunca más acosados

El hombre por sí mismo
hasta él mismo lanzado
hasta su envergadura
hasta el hombre soñado*



* De Pachamama, su primer libro publicado, edición de l953.

La Quinta Pata, 23 – 04 – 09

La Quinta Pata

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