jueves, 14 de mayo de 2009

Educación en las Comunidades del Desierto o la violación del derecho a vivir con los hijos

Comunidad huarpe de El Puerto

La comunidad huarpe de El Puerto construyó su escuela a espaldas de la desidia de los funcionarios de las distintas gestiones que desde 2005, que en su mayoría, solo se encargaron de entorpecer el proyecto y negar el apoyo. El derecho básico a vivir con los propios hijos no les asiste a las comunidades rurales de toda la provincia, que deben desprenderse de sus niños durante diez días para que vivan en escuelas albergue. La historia de la patriada de los huarpes de El Puerto, 150 kilómetros al norte de la Ciudad de Mendoza, no solo muestra lo que es capaz de hacer una comunidad organizada y solidaria, sino que pone en duda la función de las escuelas albergue y la efectividad de los proyectos educativos que deciden por sobre las condiciones culturales y humanas de los sectores con menos oportunidades. La crónica que sigue se escribió en base al documental “Güentota, una escuela para El Puerto”, del realizador Miguel Ángel “Patán” Purpora, que se estrenara el 19 de abril, día del Aborigen, en el microcine de la Ciudad de Mendoza.

Temas a fondo
El cacique Ramón Azaguate se cebó un mate largo y pensó que ese silencio ausente en el que estaba sumida su comunidad huarpe tenía que solucionarse. Las mujeres andaban tristes, los hombres extraviados y el caserío se había transformado en un lugar sin vida. “Es la lejura de los niños”, dijo su hija Silvia mientras movía la pavita al rescoldo del fogón y suspiraba con amargura. Ella tiene tres chicos en la escuela albergue de San Miguel de los Sauces, a 35 kilómetros: la Pity, el Lorenzo y el mas chiquito que va al jardín, el Nahuel, que se tienen que ir lo mismo con la trafic 10 días al albergue, aunque llore y se enferme. En Mendoza han decidido que ese chico tiene que criarse con extraños.

Al igual que la de Silvia, el resto de las familias de El Puerto sentían que se quedaban secas, que les llevaban lo mejor de la vida y les devolvían extraños a sus propios hijos después de tantos días.
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Ramón, el líder de la comunidad, le dijo a su hija que no se olvidara de atender la parición de las chivas y que después fuera casa por casa convocando a los mayores a una reunión para esa misma noche. La noticia llego hasta la comunidad de Tres Cruces, a 12 kilómetros: “el viejo Azaguate quiere que nos juntimos hoy”. Fueron a desgano porque hacía mucho que no se reunían. A la tardecita empezaron a llegar y esperaron en torno de la rueda de mate, los Azaguate, la Lina y el Aníbal, la Marta, el Fabián y la Nena. A todos les dijo el cacique con su estilo sencillo y contundente: “Tenimos que hacer una escuelita aquí, en El Puerto, los niños chicos tienen que dormir en las casas”.

La idea sonaba tan descabellada e imposible como la construcción de las pirámides. ¿Cómo iban a lograr tener escuela propia los que no tienen nada, los últimos de los últimos, los que perdieron hasta el derecho hasta del agua limpia?

El lugar se llama El puerto porque antiguamente había una balsa que trasladaba a la gente de un lado al otro del río San Juan, río actualmente contaminado por altas concentraciones de boro que mata los peces y torna el agua imposible de beber.

“El viejo está loco”, decían por lo bajo las mujeres mientras cortaban junquillo, “no nos van a dar ni cinco”, vaticinó Marta, sin equivocarse, porque así fue, la Municipalidad de Lavalle dijo que no había presupuesto ni tiempo para construir pirámides en los medanales, lo mismo la Dirección General de Escuelas, desde el 2005, cuando empezaron las gestiones. “Ahora parece que los huarpes quieren vivir con sus hijos, como si no hubiera problemas más graves en Mendoza” habrá dicho algún funcionario de la DGE o del Municipio mientras postergaba nuevamente la reunión con los habitantes del desierto, para la semana que viene, o para la otra, para después de las elecciones, vénganse después de la Vendimia, hablemos cuando pasen las elecciones.

Temas a Fondo ofrece de aquí en más a través de relatos grabados la historia de cómo una pequeña comunidad de no más de 150 personas, olvidadas por todos, pudo sobreponerse a la indiferencia de los funcionarios y construir su escuela con ayuda de algunos voluntarios que afortunadamente vieron mas allá de las próximas elecciones, como el documentalista Miguel Angel Purpora, Patán, que trabajó durante tres años en un mediometraje sobre la comunidad de El Puerto, al tiempo que ayudo a levantar la escuela con sus manos.

La construcción del edificio se hizo con donaciones chiquitas que se fueron juntando: ladrillos, hierros, cemento, la bandera para izar todas las mañanas. Mientras los funcionarios de distintas gestiones se debatían en la conveniencia o la inconveniencia de que gente tan silenciosa y rara como los huarpes vivieran con sus hijos. Ellos se encargaron de levantar la escuela que comenzó a funcionar en 2008.

“Son 25 chicos, la matrícula es muy chica” les respondieron en Casa de Gobierno hace 3 años; “si es cuestión de tener más niños nos ponemos a hacerlos ya”, le respondió al funcionario un huarpe que había permanecido parado y que parecía hasta ese momento carecer del don de la palabra.

El ejemplo de la comunidad de El Puerto contagió a los pobladores de La Majada y el Cavadito que también levantaron sus propias escuelas.

El Blog de Vicente, 14 – 05 – 09

La Quinta Pata

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