domingo, 10 de mayo de 2009

Los amigos se ven en las desgracias

Suspenden los vuelos con México 'hasta nuevo aviso'

Miguel Bonasso

Suspender los vuelos con México "hasta nuevo aviso" tiene mucho que ver con esa fiebre electoral que caracterizó las acciones del reinado K.

Es malo gobernar en Estado de proselitismo, equivale a repartir besos teniendo la gripe porcina. Me parece que la medida de suspender los vuelos con México “hasta nuevo aviso” tiene mucho que ver con esa fiebre electoral que ha caracterizado buena parte de las acciones del reinado Kirchner y percude en lo doméstico al edificio institucional con creaciones sui géneris, como las “candidaturas testimoniales”.

No hace falta ser politólogo para deducir que, al escaparse la mortífera tortuga del dengue, se pretendió mostrar ante el virus A/H1N1 una ejecutividad contra los males importados que está muy lejos de ser cierta. Como lo prueba, entre muchos otros ejemplos, el testimonio del enviado especial de La Nación a México, Luis Moreiro, quien pasó sin ser controlado en Ezeiza al llegar en un vuelo triangulado proveniente de Santiago de Chile.

Según las principales fuentes periodísticas, la decisión de prorrogar la veda de vuelos directos con México fue tomada en las más altas instancias: léase Néstor y Cristina Kirchner. Según esas fuentes, se trata de una reacción visceral ante declaraciones del presidente mexicano Felipe Calderón quejándose por la discriminación que sufre su país en momentos tan difíciles.

No soy, por cierto, de los que creen a pies juntillas en todo lo que solemniza la letra de molde, pero en este caso tiendo a pensar que las versiones periodísticas no se alejan de la verdad. Conociendo la mesura del canciller Jorge Taiana, me parece poco probable que las formas utilizadas para anunciar la medida contaran con el apoyo entusiasta del Palacio San Martín.

Es evidente que tampoco se originó en el Ministerio de Salud. Si bien la ministra Graciela Ocaña perpetró el blooper de llamar a México “el hermano enfermo”, luego eludió la primera persona del plural a la hora de anunciar la prórroga. Dijo que “le habían informado” que la cancelación de vuelos se prolongaría, en vez de la expresión que hubiera resultado más lógica: “Nos vimos precisados a prorrogar, etc…”.
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Es evidente que esta decisión fue adoptada en el vértice del Gobierno y ha conseguido entristecer y encolerizar a los mexicanos y a todos los argentinos que encontramos en México refugio político o económico, oportunidades para rehacer nuestras vidas y hasta ocupación en el sector público y privado.

Las consecuencias son muy negativas: hay una escalada de declaraciones o actitudes que enfrentan a los dos jefes de Estado; una oleada de mails y llamadas telefónicas cargadas de puteadas contra “los pinches argentinos” abruman a nuestra embajada en México mientras en nuestro país la xenofobia encarna en taxistas que se niegan a llevar a turistas mexicanos, comerciantes que les niegan sus mercaderías y hasta se permiten increparlos, como lo hizo un imbécil autóctono con la corresponsal de Notimex, Cecilia González: “Si sos mexicana, ¿porqué andás sin barbijo?”

Además de lastimar los vínculos entre nuestras sociedades y nuestros gobiernos, la medida es manifiestamente errónea y asimétrica. Lejos de merecer el aplauso internacional ha motivado críticas de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud.

Es errónea porque los controles de Ezeiza son ineficaces y porque la cancelación de los vuelos directos no evita que lleguen posibles contagiados a través de vuelos triangulados con Chile y otros países.

Es asimétrica porque mide a México y a Estados Unidos con distinta vara, a pesar de que el territorio norteamericano también es un posible foco de contagio, como lo demuestra ya un caso comprobado en Brasil que se originó precisamente en aquel país.

El hecho de que recientemente se haya descubierto el primer caso en la Argentina y haya sido el de un abogado que vino de México no invalida las críticas precedentes: si la medida fue dictada por la elemental obligación de proteger a nuestros conciudadanos y no por otro tipo de especulaciones, debería existir un control efectivo en nuestro principal aeropuerto y una veda similar para los vuelos procedentes de Estados Unidos o los de otros países que también hacen escala en México. De lo contrario sólo conseguimos perjudicar a las compañías de aeronavegación mexicanas, ya seriamente dañadas por el colapso del turismo azteca.

Tampoco fue feliz la forma en que se anunció la cancelación de vuelos y la prórroga “hasta nuevo aviso”. Faltó humildad, sinceridad y solidaridad hacia los mexicanos. Si estábamos realmente obligados a la veda, munidos de argumentos científicos incuestionables, debimos exponerlos con rigor pidiendo disculpas por tener que aplicarla en un momento tan delicado para México, cuya economía ya está severamente amenazada por la crisis económica global.

Cualquiera que haya vivido en México, haya leído a sus grandes escritores o tratado simplemente a sus ciudadanos, sabe que las formas son esenciales en esa cultura milenaria. El lenguaje se articula sobre cortesías, alusiones y sugerencias, que no suelen ser comprendidas por nuestra manera más franca y muchas veces más brutal de encarar el diálogo. Expresiones como “su casa de usted” o el “mande” (originalmente: “mándeme usted”) en vez del rústico “qué”, lejos de expresar servilismo –como creen algunos tontos– constituyen la supervivencia de una añeja hidalguía que puede parecer superflua en un mundo cada vez más mercantilista y robotizado. Debíamos respetar las reglas de la cortesía por razones históricas que nos ligan de manera muy especial con la gran nación mexicana. Hicimos lo que no hizo Chile, ni Uruguay, ni Brasil. Y sin embargo estábamos más obligados con México que nuestros vecinos.

Confieso que en esta materia no soy neutral ni objetivo, ni quiero serlo. Tengo un inmenso cariño por México y un sentimiento de profunda gratitud. Me viene a la memoria el terremoto de 1985 que puso a prueba la solidaridad de los argentinos. Aunque la mayoría aprobó el examen, quiero rescatar el ejemplo de un hombre de quien me separaba la identidad política y me acercaba la simpatía humana: Facundo Suárez, el embajador de Raúl Alfonsín, que llevó a cabo una tarea extraordinaria.

Recuerdo especialmente la respuesta que le dio a un médico que le pidió recursos para escaparse con todos sus equipos. Facundo le reprochó que huyera cuando el país más lo necesitaba. “Lo que pasa es que estoy nervioso”, dijo el galeno. “Recétese un valium”, respondió el embajador.

La graciosa respuesta encerraba una verdad de puño: los amigos se ven en las desgracias.

Crítica digital, 10 – 05 – 09

La Quinta Pata

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