
Humberto Tumini
Más allá del resultado electoral, que con sus más y menos mostrará el debilitamiento del gobierno en este terreno, lo cierto es que lo principal que va signando el momento político en nuestro país es que estamos asistiendo a un cambio de época.
Como sucedió desde la derrota en Malvinas hasta la retirada dictatorial en 1983; también a partir del revés del alfonsinismo en los comicios de 1987 hasta el triunfo de Menem dos años más tarde; o desde el derrumbe del gobierno de la Alianza el 19 y 20 de diciembre del 2001 hasta la llegada de Néstor Kirchner.
Se está terminando un período signado por el predominio del proyecto del ex presidente, y estamos asistiendo – por desgracia – a su fracaso en cuanto a transformar en profundidad la nación. Ya se ha agotado, más allá de lo que se pregone desde el oficialismo y de alguna que otra medida aislada, la capacidad de seguir adelante con el objetivo inicial de hacer otra Argentina, más industrializada y desarrollada, más justa, más independiente y soberana, con mejores instituciones y democracia. Solo están seriamente – disculpen la franqueza – en condiciones de buscar gobernabilidad hasta el fin del mandato de Cristina; tratando para conseguirla de no tener que hacer demasiadas concesiones reñidas con el proyecto que se enarboló en un principio. Nada más.
No hemos llegado a este desenlace por lo bueno que han hecho los gobiernos del kirchnerismo, que no ha sido poco tanto en el terreno económico, como en el político, social, cultural e internacional. Particularmente en sus primeros años. No me voy a extender en esto ya que en infinidad de oportunidades lo hemos abordado, entre otras cosas porque ha sido la razón por la que nuestro Movimiento ha formado parte de ese proceso y del gobierno. Tampoco se debe – aunque para justificar la realidad actual desde los voceros del kirchnerismo se diga otra cosa – a que las condiciones locales e internacionales hayan sido adversas. Más bien todo lo contrario, el “viento de cola” económico existió al menos por cinco años; la derecha local acorralada y dividida por el derrumbe del neoliberalismo en el país no pudo concretar una oposición consistente hasta el conflicto con el campo en marzo del 2008; y los EEUU con Bush en la presidencia se empantanaron en Irak, tuvieron que aceptar un giro a la izquierda en la región y terminaron desbarrancándose en lo económico. Ni Yrigoyen ni Perón contaron con condiciones tan favorables para el intento de transformar la Argentina.
Leer todo el artículoLas causas de este fracaso hay que buscarlas en otro lado. En la concepción política e ideológica con que abordaron el proceso sus principales dirigentes. En primer lugar se confiaron en que los grandes grupos económicos – locales y extranjeros – que se sumaban al mismo al ver contemplados sus intereses, eran aliados seguros que invertirían y pondrían el hombro al surgimiento del nuevo país. Les hicieron entonces concesiones significativas. Me refiero a los del campo, la industria, los servicios, el petróleo, la minería, la construcción, etc. Pero esas concesiones fueron en desmedro de los sectores populares. No en vano el núcleo duro de la pobreza se mantuvo, los salarios de los trabajadores se recuperaron solo en parte y sobre todo en la fracción más alta que labora en blanco, y la distribución de la riqueza siguió siendo horrible por decir lo menos.
Coherente con esta visión del papel que cumplirían las grandes empresas, que supuestamente auguraba un escenario de tranquilidad frente a los intentos de desestabilización que pudieran venir de otros sectores empresarios desplazados o no contemplados de la misma manera, el kirchnerismo no vio necesario promover el protagonismo y la organización social de los sectores populares. La desalentó, se apoyó en la burocracia sindical y secundarizó, entre otros, a la CTA. Tampoco buscó – luego de un amague con la “transversalidad”- reconfigurar el sistema político, construyendo una nueva fuerza que expresara el proyecto de país que se pretendía y achicando el peso de los partidos tradicionales. A partir de principios del 2006 se empezó a hacer lo contrario, se acercó paulatina pero crecientemente al PJ como apoyatura principal; e incluso en algún momento hasta se especuló con promover el regreso al bipartidismo justicialista-radical con el argumento de cerrarle el paso a la derecha, como si desde 1985 en adelante el neoliberalismo no se hubiera retomado con aquellos.
¿Qué fue lo que sucedió luego en la realidad? Por lo pronto los sectores concentrados a los que se había apostado (en lugar de fortalecer mucho mas el rol del Estado en la economía) le sacaron mayoritariamente el cuerpo a la inversión; y en la primera de cambio empezaron a fogonear el aumento de los precios para agrandar sus márgenes de ganancia, ya de por si chocantes. El apoyo de los sectores populares, por falta de políticas activas y profundas hacia ellos, nunca llegó a ser intenso y comprometido (lejos, muy lejos de la adhesión obtenidas por los anteriores proyectos nacionales de nuestra historia). Las clases medias se fueron alejando al ver el regreso a un rol protagónico de la dirigencia justicialista que estuvo con Menem y Duhalde, y a la que no se la observaba muy distinta en sus métodos y costumbres que en aquel entonces. Y el PJ más temprano que tarde mostró lo que es: un partido ajeno –mayoritariamente – al proyecto nacional en curso y con sólidos lazos con los sectores dominantes.
Allí entonces, en lo político e ideológico, anidaron las causas principales de que este proyecto nacional que contaba con tan favorables posibilidades, haya fracasado en su objetivo de cambiar esencialmente el país en un sentido de progreso. No fue la falta de condiciones objetivas lo que condujo a esto, sino las limitaciones subjetivas – falta de claridad y convicción en el rumbo – de su dirigencia. Sí, por sobre todo a Néstor Kirchner nos referimos.
¿Y cuál es el escenario que se viene en la Argentina? Casi siempre que capota un proyecto que era –aunque a veces solo decía serlo – progresista, se fortalecen las opciones hacia la derecha. Y no será esta vez – por ahora al menos – una excepción, más allá de la falsedad electoral de que este gobierno que abrió con su fracaso esa puerta, puede impedirlo. Habrá que ver si predomina en ese sentido la alianza entre el justicialismo (el que ya está afuera y gran parte del que todavía no saltó la valla pero anda en eso) y los liberales de Macri, o la que hoy agrupa en lo fundamental a la UCR, el cobismo y la Coalición Cívica. Pero hacia allá vamos. Han ganado la iniciativa, fuertemente ayudados por los factores de poder, entre ellos los multimedios, y es difícil que no la conserven en los próximos tiempos.
No obstante esta derecha no es tan fuerte, y el contexto nacional e internacional en que se tendrá que mover no es muy favorable hacia ella. Por lo pronto adolece de un proyecto claro y común como el que tuvo en su momento la dictadura de Videla, o el menemismo posteriormente. El neoliberalismo que sostuvieron aquellos no es hoy un paradigma tan ostensible para los distintos sectores dominantes del país, y no es visible cuál es su recambio. Entre otras cosas por las modificaciones del contexto económico e incluso político en el mundo. A esto se le debe agregar que los acuerdos que sí tienen entre ellos, como frenar el avance del rol del Estado y favorecer de nuevo un papel más activo del mercado, invertir menos en políticas sociales, tener un piso más alto de desocupación para presionar a la baja los salarios, tirar para atrás la política de DDHH, buscar una nueva relación con los EEUU, etc., no los pueden blanquear así como así ante una sociedad que seguro no estará mayoritariamente de acuerdo en muchas de esas políticas.
Si a ello le agregamos que la situación económica mundial indica que las condiciones para nuestro país no serán por algunos años tan favorables como en el pasado reciente; y que no hay en estas fuerzas liderazgos consolidados, como tampoco posibilidades de agrupar a la mayoría de ellas en una opción común, sino que van a pujar entre sí, podemos concluir que no les será tan sencillo el intento de hacernos retroceder en el tiempo.
Con esta nueva época por delante (más allá de que todavía estemos transitando la salida de la anterior) el gran desafío de las fuerzas nacionales y populares argentinas es reagruparse para la batalla. Ya sabemos que la visión que tuvimos respecto de lo que significaba el kirchnerismo como proceso político, nos dividió durante estos años. Pero ese proceso se está terminando y entrando a la historia; el tiempo dirá quiénes tuvieron razón en su valoración, o qué porcentaje de ella. Pero lo cierto es que en el terreno de lo concreto vamos a otra cosa, con predominio inicial de las fuerzas de la derecha. La primera tarea entonces es comenzar lo antes que sea posible nuestro reagrupamiento. ¿Para qué? Para ofrecer una opción política diferente a nuestro pueblo, que aunque inicialmente sea minoritaria, será muy importante para disputarle el terreno a la derecha y como faro que ilumine el futuro. Para resistir y derrotar a esa derecha. Y por sobre todo para ir construyendo la fuerza política necesaria que vuelva a instalar en la Rosada un proyecto nacional, mucho más firme y consecuente en su objetivo de cambiar la Argentina.
Hubiera sido deseable en estas elecciones del 28 de junio asomar la punta emergente de esta estrategia de reagrupar en una opción propia – ajena al gobierno – a las fuerzas nacionales y populares. En algunos distritos podemos dar pasos en esa dirección, en especial en la estratégica provincia de Buenos Aires con la constitución de Nuevo Encuentro. Lo que no es poco. No obstante, en la mayoría del país la situación no ha madurado lo suficiente. El discurso engañoso del gobierno de que son ellos o es la derecha, junto a las visiones estrechas y muchas veces sectarias que aún existen en el campo progresista, no permiten aún dar un salto. Pero hacia allí vamos. Ese es el gran objetivo que empezamos a buscar en estas elecciones, y para cuya concreción en grande hay que trabajar desde el mismo 29 de junio.
Movimiento Libres del Sur, 11 – 05 – 09
La Quinta Pata
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