Delfina Acosta
Si hay un poeta que ha sabido despertar polémicas en su país, y también más allá de la Argentina, ese es Jorge Luis Borges.
Cuando Argentina perdió la guerra contra los ingleses, el autor de El Aleph tuvo las siguientes palabras sobre los soldados argentinos en torno a la derrota: “Fue una valiente retirada”.
Ha metido, como muchos artistas agnósticos o ateos, su dedo en la fe cristiana, y lo ha hecho con un basamento matemático y religioso al mismo tiempo: “Ese curioso dios que es tres, dos, uno”, escribió en uno de sus versos. Se refería, obviamente, a la sagrada Trinidad.
En cuántas ocasiones el ser humano se siente acorralado por la existencia, por los pesares de un mundo donde se instala la incapacidad de seguir soportando la sórdida ira de los dioses, o el silencio trágico del Creador.
Con ironía, el gran poeta que es Borges, escribe estas palabras para el desdichado lector: Del otro lado de la puerta un hombre/ deja caer su corrupción. En vano/ elevará esta noche una plegaria/ a su curioso dios, que es tres, dos, uno, / y se dirá que es inmortal. Ahora/ oye la profecía de su muerte/ y sabe que es un animal sentado/ Eres hermano, ese hombre. Agradezcamos/ los vermes y el olvido.
Así pues el poeta que amaba Buenos Aires, a la que lo unía no el amor, sino el espanto, nos invita a tener una postura elegante, casi digna; es decir, a agradecer tanto pudrimiento de carne dentro de un ataúd, y el olvido que llegará, de una forma sórdida y segura, pero llegará finalmente.
Ese es el alivio que nos ofrece el mayor poeta de Buenos Aires.
Hay lecturas filosóficas en sus líneas, que están regidas mayoritariamente por los endecasílabos o versos cultos.
Sí, los poetas son filósofos, o profetas, pero Jorge Luis Borges buscó la filosofía para encontrar en ella las más hermosas formas del desencanto, de la tortura del hombre ante el abismo de su nada, de la caída a un cielo incendiado.
No se concibe un Jorge Luis Borges crédulo, como un San Juan de la Cruz, o una Sor Teresa de Ávila. No. Sus poesías, como mariposas oscuras, aletean en un mundo donde la sangre fluye incesante hacia un mar ciego y furibundo. La violencia de la nada, que tan bien escribió en sus elegantes poemas, nos van deshojando con fiereza.
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