lunes, 5 de octubre de 2009

Chau Negra

En el exilio solo fue compañía en momentos cruciales del alma, pero qué compañía. Por ejemplo, en el momento de vivir una cultura diferente. Al principio se palpan los alrededores y se traman improbables huidas hacia el sur, repliegues desde estas tierras lejanas hacia la cuna tibia y amigable de la patria. En la casa transitoria reposan los casetes en estantes armados de ladrillos y maderas desahuciados: los casetes no deben escucharse a cada rato porque se arruinan y después cómo se reponen si nos hallamos aislados y los de acá poco saben de nosotros y por ahí ni conocen a la Negra. Terruño, el nuestro, que nos expulsa, pero desde el cual aún llegan los cantos de cinco sirenitas y la identidad florece asegurando que hay amores que no cambian, aunque todo cambie. A estas alturas uno se pregunta si es tan total el terruño como la voz potente y dulce de la Negra sugiere en su rol de antóloga exquisita de la canción popular de nuestros tiempos. ¿Existirá aún ese pedazo de geografía que rebasa holgado las cinturas cósmicas del sur? ¿Por qué esa melancolía cuando su voz se desata si ya estamos de vuelta de todo? Será porque la compañía de quien canta se extinguió de madrugada y no ha hecho sino recrudecer nuestras soledades. No mucho, sin embargo. Por suerte, todavía conservamos los casetes.

Hugo De Marinis


La Quinta Pata

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