domingo, 28 de marzo de 2010

Marcas

Beatriz García
*
Me visitó un amigo querido. Me pidió que me fuera. Te van a meter presa, dijo. Lo escuché con atención. Lo miré con cariño. El no entendía. No podía abandonar la casa, la familia, los ideales, el proyecto. Igual se lo agradecí.


Llegué una noche. Paré el auto en el puente. Un vehículo estacionado llamó mi atención. Había dos hombres adentro. Bajé y di la vuelta por la entrada principal. Abrí el portón y guardé el coche. Cerré, entré a la casa, me acosté y me dormí. Fue el 15 de marzo. Era el cumpleaños de una amiga. Que aún conservo.

Al día siguiente era mi cumpleaños número 26. Supongo que hubo festejo. Yo no lo recuerdo. Ni quien estuvo. Otro borrón.

Ocho días más tarde se agudizó todo. Esa noche, antes de dormirme, estuve escuchando noticias inquietantes en la radio. Eran los primeros comunicados del gobierno de facto. Marchas militares los preludiaban. Mi viejo dormía. Mi vieja planchaba.

La puerta de la casa de mis viejos era alta, antigua y bella. Cada vez que la atravesaba me embargaba una especie de orgullo. Era lindo vivir en una casa con semejante puerta.

Me despertaron los golpes en la puerta. Mi vieja pedía que se identificaran. ¡Gauchita la vieja, no la iban a atropellar así nomás! Alguien le contestó que si no abría iban a tirar la puerta abajo. Fuerza bruta nomás.

Cuando me asomé una marea verde oliva había inundado la casa. Mi vieja seguía reclamando. Mi viejo, en calzoncillos, sentado en el living, tenía la cabeza entre las manos.

Me llevaron. La vieja seguía peleando. Igual me llevaron.

El lugar estaba oscuro. Al rato pude distinguir siluetas de personas tiradas en el piso. Comenzó la comunicación. Esa que nos salvó la vida. Esa que nos salvó. Sólo a algunos.

En ese lugar conocí el horror. En ese lugar conocí la solidaridad. En ese lugar conocí la parálisis que produce el miedo. En ese lugar conocí la amistad indestructible. En ese lugar conocí los espasmos que produce la picana. En ese lugar conocí el canto como resistencia. En ese lugar conocí la fuerza casi infinita que da la convicción.

Tiempo después, ya de nuevo en la casa paterna, al cruzar el umbral de mi querida puerta, quedé paralizada. La habían herido. Las marcas de la prepotencia de la culata del revólver de aquella madrugada del 24 de marzo habían quedado allí como muestra.


*Ex presa política


Río de Palabras, 28 – 03 – 10

La Quinta Pata

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