Ramón Ábalo
Hasta el pelo más delgao hace sombra en el suelo, dice nuestro Martín Fierro, y para el Servicio Sacerdotal Nocturno, un servicio de la Iglesia Católica, hasta el alma más pecaminosa parece tener posibilidades de indulgencias. En este caso concreto del genocida José Martín Mussere Quinteros, que murió de un paro cardíaco en la celda del pabellón 8 de la cárcel de San Rafael, donde había sido alojado por estar siendo juzgado por el tribunal oral del Juzgado Federal de aquel departamento.
La muerte de Mussere, la semana pasada, mereció un aviso fúnebre en el diario Los Andes de ese servicio cuyo texto dice algo más que esa indulgencia. En efecto el texto afirma que el "servicio sacerdotal nocturno” ruega por el alma de su hermano Guardián José y por la paz de su familia". Lo que es más expresivo de esta indulgencia es que el hermano guardián José, por ser tal -hermano guardián - era un solícito guardián de almas perdidas en el laberinto y sinuosidades de la existencia, a las que les procuraba la salvación y el perdón divino. Qué paradoja, cuando Mussere era juzgado por su activa participación en el genocidio, en su condición de alto jefe policial, señalado concretamente por testigos fidedignos de ser autor, personalmente, de torturar, asesinar y hacer desaparecer a personas. Paradoja, pero no contradicción cuando está claro el rol de la iglesia católica, como institución, de haber transitado desde hace algo más de dos milenios los ámbitos del poder terrenal, santificando a sus detentadores y convirtiéndose en el más seguro aliado. Como en ese caso, está patente ese rol en las decenas de juicios que se están realizando en todo el país y donde aparecen hombres de iglesia, incluso sacerdotes, implicados fuertemente en los crímenes de lesa humanidad.
Ya se sabe, los grandes santos - y vírgenes - antes fueron grandes pecadores. La magnitud de los pecados terrenales del hermano José tal vez le alcance para una futura santificación. La rogatoria de sus pares en el Servicio Sacerdotal Nocturno es una señal.
Otro que fuera juez, en la picota
En los años de plomo Gabriel Guzzo era juez en la justicia federal aquí en Mendoza. Receptaba los cientos de habeas corpus que se presentaban por la desaparición, muerte, torturas o prisión durante los años de plomo. Nunca, pero nunca, dio respuestas positivas por esas peticiones, y como reconocimiento a sus dotes, desde hace décadas goza de una jugosa jubilación. Desde los organismos de derechos humanos siempre se lo señaló, tal lo hecho ahora con Miret y Romano, como un cómplice de los genocidas y merecedor de un juicio ejemplarizador. Y esa instancia parece que ha llegado y en poco tiempo más es posible que sea señalado y juzgado por lo que se lo acusa.
La Quinta Pata, 09 – 08 – 10
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