Alfredo Saavedra
En la carretera Interestatal 90 de Nueva York, en un punto localizado en el distrito de Rochester, hay –o había- una gasolinera cuyo servicio sanitario tenía fijado en la pared el aro de la tapa de un inodoro, ─invertida como una herradura de la buena suerte─ con una leyenda que decía: “En este aro se sentó la primera dama de la nación, distinguida señora Jacqueline Kennedy, quien honró con su visita este lugar en su paso por esta ciudad.”. Y se consignaba la fecha de dicho evento.
Tal vez eso demuestra el tan alto aprecio que se tiene por las insignes posaderas, de los no menos insignes personajes como la mencionada por entonces primera dama, en una de las más preclaras distinciones que el orgullo patriótico coloca en aras del prestigio nacional. Y es que en los Estados Unidos (y en casi todos los países del mundo cristiano) se rinde culto, con mucha devoción, al trasero de las mujeres, y de los hombres también, porque contrario a la cultura latina, por ejemplo, en ese país los glúteos del varón cuentan mucho para las mujeres en el escrutinio de las dotes atractivas del individuo. Aunque es indudable que en todas las razas y naciones (con excepción oficial del mundo musulmán) es el trasero femenino un motivo universal valorado a la hora de inventariar las cualidades físicas de una mujer. Las razones que motivan esa inclinación del hombre, será materia para el análisis científico separada del contexto de este artículo.
La actriz Jennifer López no es una mujer bella en los términos clásicos convencionales. Su fisonomía es del tipo común (average dicen en inglés) a la generalidad de mujeres. Es atractiva, bonita si se quiere, una excelente artista de cine que se hizo cantante un poco a la fuerza, pero con un prestigio más que sobresaliente, por sus monumentales nalgas, acreditadas en algún momento como las más fenomenales de Hollywood, cuya farándula a través de los semanarios de supermercado, exageró como es su costumbre, al asegurar que era la mujer con el culo más maravilloso del mundo (marvelous ass, decía el texto en inglés). Una hipérbole justificada por las necesidades del escándalo revistero, porque es evidente que quien salga a la calle en busca de la comprobación de ese argumento, se encontrará en los lugares públicos con ejemplares que nada envidiarán a la famosa artista.
Vienen al caso estas ocurrencias debido a que esta semana de nuevo los segmentos de la farándula en los ya mencionados tabloides, ya instalados en el internet también, destacan como un acontecimiento la designación del hombre (o artista) más “sexista del mundo”. Para el objeto de esta nota resulta irrelevante mencionar los nombres de los candidatos para tan estrafalaria competencia. No se alcanza a entender con exactitud el concepto de “sexista” porque no está muy claro si más allá de los atributos de atracción física naturales en los individuos por lo común calificados de “bien parecidos”, el concurso se refiera a los sujetos con mayor capacidad sexual.
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