Hugo De Marinis
Iba a buscar Mendoza montonera en mi biblioteca, pero me acordé que regalé mi última copia. Quería transcribir aquella Plaza de Mayo del 2003 a la que nos arrimamos después de la asunción de Kirchner, apenas terminado ese discurso punzante que debe haber sobresaltado hasta el sueño eterno del tío Cámpora. Solo a cappella recuerdo que como si brotaran de repollos aparecían barbudos, canosos/as, pelados y peludos/as que se abrazaban y besaban. En esa tardecita otoñal no prevalecían bombos ni banderas ni carteles ni cantitos y por ahí nadie se conocía, aunque nos conocíamos. Se asistía por curiosidad o intuición, aún con pizcas de escepticismo que en casos duraron hasta el miércoles pasado. ¿Cuánto tomaría hasta que el eco de esas palabras se trocarse en nueva frustración? Frustración que maliciaban los que han envejecido y los que cargaban con tantos fallos, físicos y del alma. En cambio los jóvenes, no. Ellos obviamente no han dudado, recuperaron lo extraviado: se metieron con todo. Esta historia no ha terminado. Lleva siete años, y persiste sin que se impongan las razones de los escépticos y los gorilas. Todo lo contrario gracias al aluvión de los pibes que mantienen la mecha encendida. Tenía que ser hincha de Racing este líder y haber pertenecido a la Tendencia. Lupo, qué macana la muerte.
La Quinta Pata, 31 – 10 – 10
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