Ernesto Espeche
Elegimos pensar la muerte de Néstor Kirchner al margen de cualquier reconstrucción biográfica. Lo hacemos, más bien, desde una perspectiva filosófica que entiende al devenir histórico como el gran marco que contiene y condiciona -de un modo casi caprichoso- a las conductas humanas y las manifestaciones colectivas.
El ex presidente argentino fue – a la vez – artífice y producto de nuestro tiempo. En su figura se expresa con suma claridad una etapa particular de la historia regional. Queremos decir que fue “puesto” por la historia en un lugar fundamental: en la gestión de la crisis neoliberal y la conducción de un nuevo proyecto nacional. Fue llamado a reorientar los grandes temas estratégicos en función de los intereses y expectativas de las mayorías postergadas.
Y la historia no conoce de azares. “Puso” en ese lugar a un hombre que expresaba al cabal espíritu de una generación derrotada en los años setenta. Con él como figura, la historia recuperaba a la política como instrumento de transformación, para darle visibilidad a los conflictos, para confrontar desde la investidura estatal a los poderes fácticos y para encabezar la batalla por establecer un nuevo sistema de valores.
Los grandes liderazgos populares aparecen, entonces, como resultado de un conjunto de condiciones históricas. En este caso, su figura irrumpe como contraste del modelo cultural de los noventa, signado por el desencanto por la política en el reinado posmoderno de los tecnócratas liberales.
En ese sentido, Kirchner es Chávez, es Lula, es Correa, es Evo, es Fidel. Es el sujeto histórico latinoamericano que se expresa en una identidad nacional particular. Él es la historia miasma, que arrasa con el saco mal abrochado y el pelo revuelto sobre la subordinación y la dependencia para reactualizar los ideales emancipatorios. Es él la historia que, con los ojos brillosos, descuelga los cuadros vergonzantes de los genocidas.
Solo un hombre capaz de encarnar el sentido histórico como él puede ser depositario de toda la furia oligárquica. Desde hacía muchos años que no se expresaba de modo tan unívoco el odio de los dueños de la patria. Esa señal fue rápidamente comprendida por casi todo el arco democrático y popular, y marcó el desarrollo de nuevos antagonismos que dotaron de renovada vitalidad el debate ciudadano.
La dolorosa muerte de Kirchner, sin embargo, no significa el descabezamiento del sujeto histórico. Él es, también, Cristina Fernández. Es la historia que, sin titubeos, asume el desafío de profundizar el camino hacia la liberación.
APM, 29 – 10 – 10
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