Vilma Fuentes
Parece más fácil predecir el pasado que el futuro. Más difícil, quizá, dar del presente una imagen exacta. Los actuales acontecimientos en Francia son comentados por los observadores a partir de comparaciones con el pasado: las manifestaciones precedentes, en especial la de mayo de 1968, aún presentes en las memorias. Sin embargo, el movimiento de hoy es totalmente distinto a los de ayer.
Encarar lo nuevo, afrontar lo desconocido, que debería ser el sueño de un espíritu libre, es la angustia del poder. Lo imprevisible impide dormir a quienes gobiernan. En estos días, una ojeada a las pantallas de la televisión francesa permite a los espectadores constatar que los ministros en ejercicio, quienes no cesan de desfilar en estos "extraños tragaluces" para tranquilizar a la población, ofrecen un rostro mucho más cansado que el de los trabajadores y estudiantes que desfilan en la calle y deberían estar extenuados. Pero es lo contrario lo que sucede: los manifestantes aparecen entusiastas, mientras los poderosos se ven rendidos de fatiga. Los ministros despiertan compasión: duermen mal. Una pesadilla perturba sus noches: el pueblo no los quiere y, más grave aún, la juventud del país, los hijos de la República, desafían su autoridad cuando no les lanza injurias y pedradas. ¿Cómo gobernar sin ser al menos respetado, si no querido, si se pretende ser demócrata, hostil a cualquier forma de dictadura?
Un signo que habría encantado a Sigmund Freud, analista del inconsciente, una metida de pata que prueba la fatiga de los ministros y su falta de sueño es la sucesión de lapsus que cometen en cuanto hablan.
El ministro del Interior (Hortefeux), al tratar de explicar los detalles de las nuevas medidas de seguridad, dice: "Las huellas genitales" en vez de "las huellas digitales". La ex ministra de Justicia (Dati) se aventura a hablar de economía y dice "felación" en vez de "inflación". Estas personas duermen mal y dicen no importa qué en cuanto abren la boca. Ejercen acaso un cierto poder, pero, para la mayoría, este se ha vuelto ilegítimo: es un aparato de Estado que existe por la fuerza de los cortejos oficiales, por los cordones de protección policiaca, por el fasto de los palacios nacionales y las recepciones, por los discursos en los canales de televisión.
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