Penélope Moro
La insospechada mañana en que dejó de existir solo desde lo físico el hombre que pasará a la historia como mucho más que un ex presidente, nos encontró en las primeras horas del Censo Nacional 2010. Seguramente el más particular de todos los realizados hasta el momento en estas tierras. El censo “más inclusivo de la historia” se dice que fue, por su reconocimiento como habitantes a quienes desde siempre se excluyó de ser parte de la población. Pero esta vez sí, aunque probablemente atravesados por la pena de la pérdida de quien hizo de la inclusión una política de Estado, pueblos originarios, discapacitados, afrodescendientes y parejas homosexuales pudieron responder en primera persona.
Fue un censo particular además porque aquellos que en los últimos años fuimos “encendidos”, como dijo la Madre de la Plaza, con la llama del compromiso y la convicción que arde al calor de este proyecto de país basado en la justicia social, nos vimos en la necesidad de militarlo ante la sed irracional de destrucción de los sectores que intentaron boicotearlo. Los mismos que a pesar de que en estos años nunca dejaron de crecer en cuanto a sus ambiciones materiales, no pueden evitar reaccionar con saña frente al terror que les provocan la generación de igualdad de oportunidades, la memoria presente del pasado sombrío que comienza a iluminar demasiada impunidad y la irreverencia decisiva ante los que pretenden la eterna subordinación de la política a la economía.
Ese día, como tantos desde hace ya tiempo, en el que muchos habíamos asumido con orgullo y responsabilidad una tarea ciudadana, un golpe helado e inesperado como solo la muerte sabe dar nos hizo temblar. Es que nos enterábamos que la construcción de este modelo de país, el que mantuvimos abarrotado entre sueños cuando dormíamos, había perdido al hombre que lo comenzó a cimentar. El mismo que junto a su compañera nos sacudió de la somnolencia para enseñarnos que la ilusión de una democracia ampliada puede y debe hacerse real.
Y mientras se nos iba apoderando la tristeza inevitable por la impotencia que provoca la muerte, pensar en el proyecto nacional y popular que ambos forjaron calmó el temblor. Compañeros los dos. Él primero y ella después a cargo de la nación. Cristina, responsable de las tareas más difíciles en la gestión de la profundización de las transformaciones que promovió Néstor. Y nosotros, tristes pero orgullosos de ser censados y pertenecer a este país. Jóvenes con el legado a flor de piel, y con las Madres, las Abuelas, los trabajadores, las amas de casa, los jubilados dignos y los chicos que ya hace un año reciben la AUH. Y los que están por venir.
Río de Palabras 33, Edición Homenaje, 04 – 11 – 10
1 comentario :
Muy sentidas sus palabras compañera..
Siga escribiendo que lo hace muy bien!!
Saludos..
M. Arenas
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