Juan Pablo Rojas
Los testigos que declararon hasta hoy en el juicio contra los represores en la capital de Mendoza pueden contarse con los dedos de las manos, sin embargo sus testimonios sirven para dimensionar el monstruoso aparato que funcionaba aplicando terrorismo durante el último gobierno de facto. La máquina de exterminar marchaba con muchas piezas en sincronía, sin embargo algunos, con conocimiento de causa, se empecinan en seguir llamándola “dictadura militar” como si en ese régimen no hubiesen confluido incontables sectores de la sociedad civil.
Quienes no desistieron a decir la Verdad, denunciaron ese armazón desde siempre. Sara Gutiérrez, hermana del joven Juan Gutiérrez quien fuera desaparecido junto a su novia Luisa Alvarado, resumió en su declaración: “se trató de un terrorismo cívico, eclesiástico, militar, policial y jurídico”. Familiares, Hijos, Madres, Abuelas y los pocos valientes que los acompañaron, no declinaron nunca en su derecho. Hoy en gran medida es su lucha la que empuja nuestra democracia, que no puede ocultar en su andar las marcas del yugo.
Esa Verdad, por la que lucharon durante todos estos años, hoy resuena en los tribunales y comienza a ser legitimada por la Justicia que parece despertarse de su letargo espantoso. Todo este tiempo de búsqueda incansable tiene como fruto una considerable transformación, porque de eso se trata: cambió algo en el horizonte, la Verdad siempre fue la misma, aunque desoída, acallada, pisoteada se mantuvo invariablemente presente.
Las víctimas junto a sus familias, a sus compañeros, a sus amigos fueron perseguidas, secuestradas, torturadas, violadas, desaparecidas, asesinadas por “subversivos”. Sus formas de subvertir el orden fueron las razones: así lo explicaron siempre las bestias. Esa condición no la abandonaron nunca y hoy se mantiene viva, la marcha obstinada e indeclinable por encontrar justicia tiene ese espíritu y el orden la fue empujando a ese lugar.
En una sociedad en la que dirigentes avalados por los votos no titubean al nombrar a un torturador al frente de la Seguridad o se lanzan con iniciativas de recuperar la proscripción militar, la marcha sigue siendo aún a contramano. En un contexto social en el que un destacado colaborador del genocidio ocupa con su relato la página central en un periódico y un partido político, que brindó su aparato íntegro al régimen dictatorial, llena con sus hombres las instituciones de la democracia, la lucha por la justicia sigue siendo una acción revolucionaria.
A pesar de los vientos renovadores que soplan con fuerza en el país, en ciertos parajes la lucha por recuperar la memoria es aún un gesto de heroísmo y valor. Decir la VERDAD, ayer como hoy, es un acto subversivo.
Río de Palabras 35, 02 – 12 – 10
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