domingo, 24 de abril de 2011

Disensos, internas

Rodrigo Farías

El peronismo y el radicalismo son fuerzas históricas que nunca van a dejar de existir. Poseen fundamentos culturales y sociales, históricos acaso, que se renuevan con mayor o menor ímpetu en cada generación.

El radicalismo cargaba a cuestas una decadencia de cinco décadas abyectas cuando logró recuperar el poder ejecutivo durante los ochenta. A finales de la década del noventa volvería a emerger prometiendo ser una renovación que en realidad terminó siendo el mantenimiento de una misma lógica. Posteriormente, mordería la tierra con un histórico uno y tantos por ciento de votos en 2003. Cuando se lo creía desaparecido para siempre, recuperó el papel de segunda fuerza histórica del país, en el 2009, ante el impacto catártico causado por la muerte de Raúl Alfonsín y el no positivo de Cobos, el traidor.

Por su parte el peronismo, perseguido y censurado por décadas, nunca pudo ser arrancado de las entrañas profundas de la sociedad. Aun luego del descrédito de la tercera presidencia de Juan Domingo con López Rega, la triple A e Isabel. El peronismo sobrevivió al menemato y el desplazamiento vergonzoso hacia la antítesis de lo que alguna vez fue. Emergió de nuevo, impensadamente, pues ya nadie esperaba que así ocurriese, con el kirchnerismo.

Desde el 2003 a la fecha, de manera escalonada y ascendente, el kirchnerismo no solo se planteó como una restauración del peronismo sino como una síntesis superadora que incorporó fuerzas que no fueron ni son peronistas pero que eran ideológicamente afines. Hoy se puede hablar de comunistas, radicales, socialistas, como así también de personas sin una identidad partidaria particular, que son kirchneristas.

Para que ocurriera esto, en el transcurso de la década pasada, a nivel nacional el PJ resolvió una histórica contradicción al experimentar en su seno una fractura, una separación que diferenció a un proyecto de derecha, el Peronismo Federal, de uno progresista, el Frente Para la Victoria. Esta separación de fuerzas y propósitos antagónicos que siempre se vieron obligados a convivir partidariamente le dio franqueza a la discusión política.

Sin embargo, esta división interna y posterior bifurcación del peronismo ocurrida a nivel nacional nunca sucedió en la provincia de Mendoza. Aquí hay una derecha y una izquierda que comparten sede. Quizá esa sea una de las razones por las cuales ha sido tan difícil para el Partido Justicialista concertar un “consenso” para elegir candidatos. Los tiempos políticos están reclamando otra cosa. Quizá sea hora de una transformación sustancial del PJ. Quizá sea el momento de instalar “disensos” necesarios a fracturas renovadoras para el PJ, que puedan incorporar en la provincia esa heterogeneidad compleja que constituye el kirchnerismo.

Río de Palabras 45, 21 – 04 – 11

La Quinta Pata

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