Daniel Basteiro
La negativa de Islandia a pagar por los errores de sus bancos abre la vía para el rechazo a la austeridad en Grecia, Irlanda o Portugal.
En las elecciones del próximo 5 de junio, millones de ciudadanos portugueses decidirán el color de su Gobierno, pero no el futuro de su país. Una reunión de ministros de Economía de la Unión Europea tiene previsto aprobar el 16 de mayo, una semana antes de que comience la campaña electoral, los detalles de un plan de rescate que incluye el desembolso de al menos 80.000 millones de euros y una colección de recortes, privatizaciones y cambios legales. Gane quien gane las elecciones, el vencedor deberá ejecutar en un período de tres años el programa de reformas que le impongan, erigido sobre las ruinas del que la Asamblea de la República rechazó el mes pasado. ¿Tiene alternativa? Los responsables de la zona euro y el Fondo Monetario Internacional, que se encuentran ya en Lisboa preparando el plan, lo niegan. Ante ellos se alzaron la semana pasada el 60% de los islandeses, que en un referéndum se negaron a cumplir la penitencia por los pecados de sus bancos.
¿Es Islandia una versión actualizada de Astérix el galo, enfrentado eternamente al Imperio romano, o una chispa que encienda la mecha? "Es el ejemplo de la recuperación de la democracia en un sentido pleno, la rebelión contra la toma de decisiones delegada en unos dirigentes que no consultan", responde Alberto Montero, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga. Según él, con el avance de la crisis, los ciudadanos de los países más acorralados han acabado por tener claro qué responderían en consultas similares. Pero alguien tiene que hacer la pregunta. En Islandia dependió del empeño de su presidente, Olafur Ragnar Grimsson, que se negó a firmar dos veces acuerdos del Gobierno con Reino Unido y Holanda. Los dos estados reclaman al país, de 330.000 habitantes, 4.000 millones de euros por la irresponsabilidad del banco Landsbanki y su filial Icesave, que durante los años de burbuja financiera ofreció altos intereses a holandeses y británicos deseosos de invertir.
"Son bancos privados y, cuando les iba bien, sus directivos tenían enormes bonus y salarios altos, pero, cuando les va mal, ¿es la gente corriente, los agricultores, pescadores, maestros o enfermeros los que tienen que pagar la factura?", se preguntó recientemente Grimsson en una entrevista. "Si esa es la naturaleza del sistema financiero, es la receta del desastre, además de fundamentalmente injusto", concluyó. El ejemplo islandés demuestra que entre definir el futuro previsto como "injusto" y reorientarlo media una urna.
La ausencia de referéndum Leer todo el artículoEn Irlanda también fueron los bancos los responsables de multiplicar el déficit público hasta el 32% del PIB, pero no hubo referéndum. Un gobierno con apoyos tambaleantes firmó en noviembre el rescate a cambio de durísimos ajustes antes de ser sustituido por la oposición, que los está ejecutando al tiempo que negocia una reducción de los intereses que paga por el préstamo. En el caso de Grecia, fue un Ejecutivo recién salido de las urnas el que aceptó las condiciones de la zona del euro a cambio de una lluvia de millones.
Probablemente no habrían sido necesarias sin las mentiras estadísticas de los gobernantes anteriores, asesorados por varios fondos de inversión norteamericanos. En Portugal, serán los principales partidos con posibilidades de gobernar los que se comprometerán con los recortes y las privatizaciones antes de escuchar lo que tienen que decir sus votantes.
"El ejemplo de Islandia traza la línea, el límite de la tolerancia de los ciudadanos", asegura Sony Kapoor, director del centro de estudios Re-define y asesor de varios gobiernos sobre reformas financieras. "Sinceramente creo que es demasiado poco, demasiado tarde", asegura en conversación con este periódico desde Washington, donde esta semana se ha celebrado la reunión de primavera del FMI. "El descontento popular debe ser canalizado para que llegue hasta los que deciden, pero estos no están escuchando, y el FMI es en eso un sordo ejemplar. Las promesas de regular el sistema financiero no se están cumpliendo", lamenta.
¿Cuál sería el resultado de una consulta popular sobre el rescate en Portugal, Irlanda o Grecia? "Sería un no a los recortes impuestos, pero no una catástrofe", según Montero, "porque ya ha pasado en América Latina en las últimas décadas", recuerda. "El voto popular permitiría a los gobernantes de Portugal presentarse ante los acreedores con el mandato de renegociar la deuda", algo que en Grecia puede que pase inevitablemente pese al rescate de 110.000 millones recibido hace casi un año.
El euro y la pérdida de soberanía
Kapoor, en cambio, recuerda que al ingresar en la eurozona estos países han perdido parte de su soberanía en pro de las decisiones que interesen a la unión económica globalmente. Para Ignacio Molina, experto en asuntos europeos del Real Instituto Elcano, un rechazo popular a un rescate puede ser una idea "romántica, pero muy simplista". Molina recuerda que "cualquier país puede declararse en quiebra, no hay nadie que pueda impedirlo", pero en el fondo sería un atajo caro en cuanto al prestigio nacional y la estabilidad de la zona euro. "Es ingenuo pensar que se pueden romper relaciones con los mercados internacionales o la globalización", un "suicidio" que arriesgaría "la sanidad o los sueldos de los funcionarios, que es lo que se paga con el dinero que se pide prestado".
Sea por la irresponsabilidad de la banca o de los gobernantes, las sociedades más castigadas por la austeridad comienzan a rozar el umbral del dolor al tiempo que se rearman con referentes culturales. Lecturas como ¡Indignaos!, del nonagenario Stèphane Hessel, todo un éxito editorial, llaman a la "insurrección pacífica" y la reconquista de la soberanía. "Nos dirán que los necesitamos y que lo que hacen es demasiado difícil de entender, que no pasará otra vez", reflexiona Charles H. Ferguson, autor del documental Inside Job, la película de moda para explicar la crisis; "pero hay cosas por las que merece la pena luchar", recuerda.
Aunque los motivos de la crisis de Portugal son distintos a los de la de Islandia, los ciudadanos de ambos países tienen en común la posibilidad de fijar su punto de vista contra lo que se está comenzando a denominar como deudocracia, o Gobierno de la deuda.
Público.es, 17 – 04 – 11
La Quinta Pata
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