Patrick Cockburn
(traducción: Hugo De Marinis)
Con el argumento de que la oposición viene siendo manipulada por Irán, el régimen de al-Khalifa ha tomado feroces medidas sectarias.
“Ahoguemos la revolución en sangre judía” era la consigna de los zares cuando orquestaron los progroms contra los judíos a lo largo de Rusia en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. El grito de guerra de la monarquía de al-Khalifa desde que empezó la represión contra las protestas pro-democráticas en el reino de la isla desde hace dos meses podría bien ser “ahogar la revolución en sangre chiita”. Así como los zares una vez usaron a los cosacos para matar y torturar judíos, y quemar sus sinagogas, el régimen minoritario sunita manda a sus enmascaradas fuerzas de seguridad todas las noches a aterrorizar a la mayoría chiita de la población por exigir igualdad en derechos civiles y políticos.
Normalmente la policía lleva a cabo sus redadas en los distritos chiitas entre la una y las cuatro de la mañana y arrancan a las personas de sus camas, golpeándolas frente a sus familias. Los detenidos padecen malos tratos y torturas en prisión. Uno de los activistas, Abdulhadi al-Khawaja, traído ante una corte militar la semana pasada con heridas faciales severas, dijo que sufrió cuatro fracturas en la parte izquierda de su cara, incluida su mandíbula, la que necesitó cuatro horas en el quirófano para su curación.
La ofensiva contra las protestas vino después de que Arabia Saudita y el Consejo de Cooperación del Golfo – también conocido como el “club de los reyes” por los seis monarcas del golfo – enviaran 1.500 soldados a Bahréin para asistir a la represión, que empezó el 15 de marzo. Pronto quedó claro que el gobierno se proponía un ataque salvaje a la entera comunidad chiita – un 70% de la población – en Bahréin.
Primero ocurrieron una ola de arrestos con cerca de 1.000 personas detenidas, de las cuales el gobierno argumenta que ha liberado a 300, pero no da cifras de los que aún se encuentran privadas de su libertad. Muchos dicen haber sido torturados y, cuando las fotografías de los que murieron bajo interrogatorio estuvieron disponibles, se pudieron observar marcas claras de golpizas. No hay señales todavía de que la declaración del rey Hamad bin Isa al-Khalifa de que el final de la ley marcial el 1° de junio, sea más que un mero ejercicio de propaganda para convencer al mundo, y a las empresas foráneas en particular, que Bahréin está volviendo a la normalidad.
Leer todo el artículoLa represión se da de manera generalizada. Algunas veces los hombres enmascarados de las fuerzas de seguridad que realizan las razzias en las villas chiitas también demuelen mezquitas y lugares religiosos de reunión. Al menos 27 de estos últimos han sido dañados o destruidos, en tanto que se han pintarrajeado grafitis anti-chiitas y progubernamentales en las pocas paredes que quedaron en pie.
El gobierno escasamente busca esconder la naturaleza sectaria de su represión. Para defender la destrucción de mezquitas y husseinniyahs (casas religiosas de reunión) chiitas, la administración argumenta que fueron construidas sin permiso de edificación. Algunos críticos han señalado que algunos de estos edificios tenían 400 años. Tampoco es muy probable que al gobierno haya cobrado un súbito entusiasmo por hacer cumplir regulaciones edilicias, solo desde mediados de marzo.
El gobierno tiene la determinación de no dejar piedra sobre piedra en los puntos emblemáticos de movilización de los manifestantes. Uno de los primeros lugares a ser destruido fue el monumento de la Plaza de las Perlas, una elegante estructura que conmemora a los pescadores de perlas en el golfo y que fue demolida un poco después que los movilizados se retiraran de ella. Una medida de la paranoia del gobierno es que ahora ha retirado de circulación las monedas de medio dinar porque llevan estampadas el monumento icónico de la Plaza de las Perlas.
Enfrentando muy pocas críticas de Estados Unidos - que está tan preocupado sobre los abusos a los derechos humanos en Libia - la familia al-Khalifa aplasta sin piedad a la oposición en todos los niveles. Enfermeros y doctores en un sistema de salud mayoritariamente atendido por chiitas han sido golpeados y arrestados por tratar a los manifestantes. Profesores y estudiantes están siendo detenidos. Aproximadamente 1.000 profesionales han sido despedidos y han perdido el derecho a sus pensiones. El único diario de oposición ha sido clausurado. A los estudiantes de Bahréin que se unieron a las protestas en el exterior les inhibieron sus fondos.
El movimiento de protesta original del 14 de febrero contenía activistas sunitas y chiitas y se esforzó por mostrarse no sectario. Sus consignas incluían que el poderoso primer ministro de Bahréin por 40 años, Sheik Khalifa bin Salman al-Khalifa, renuncie y que haya elecciones libres. También se pedía igualdad de derechos para todos, incluyendo el fin de la discriminación anti-chiita bajo la cual la mayoría se encontraba excluida de formar parte del ejército, la policía y las fuerzas de seguridad. Los trabajos en estas últimas, en cambio, eran dados a sunitas reclutados en Paquistán, Jordania, Siria y otros estados sunitas a quienes de inmediato se les otorgaba ciudadanía bahreiní.
Algunas veces el sesgo anti-chiita es explícito. Un periódico progubernamental publicó una carta que comparaba a los manifestantes con “termitas”, que son inteligentes pero se multiplican a velocidad alarmante y “son muy similares al grupo del 14 de febrero que trató de destruir nuestro bello y precioso país.” El comentarista recomienda exterminar a las “hormigas blancas, así no vuelven”.
El propósito de las torturas sistemáticas y los malos tratos infligidos a los detenidos es en primer lugar crear un sentimiento de terror en la población civil. No son solo los manifestantes o los activistas pro-democracia los que son elegidos como blancos. La televisión satelital de Al-Jazeera, financiada y teniendo como base al vecino Qatar, que jugó un gran papel en la publicación de protestas y los intentos de represión en Túnez, Egipto, Siria, Yemen y Libia, fue en principio mucho más reticente a informar sobre los eventos de Bahréin. Pero Al-Jazeera reveló esta semana que la policía bahreiní ha estado haciendo redadas en colegios de niñas, deteniendo y golpeando a las alumnas, y los uniformados son acusados de amenazar a las jóvenes con violaciones.
Una alumna de 16 años llamada “Heba” fue llevada con tres compañeras y detenida por tres días, durante los cuales recibieron palizas. Dijo que un oficial “me golpeó la cabeza y me empezó a salir sangre” y que la arrojó contra una pared. Aunque las estudiantes fueron golpeadas con severidad – dijeron – apenas sintieron dolor porque tenían mucho miedo de ser violadas. El partido Al Wefaq de la oposición bahreiní indicó que 15 alumnas fueron detenidas por la policía y que jovencitas de solo 12 años de edad fueron amenazadas con violaciones.
Aparte de la intimidación hay otro motivo por las palizas y torturas: concretamente, tratar de evidenciar, contra toda apariencia, que la oposición planifica una revuelta armada y que está manipulada por poderes foráneos, en especial por Irán. El objetivo, en el caso de Abdulhadi al-Khawaja fue evidentemente arrancarle la confesión de que él se proponía “derrocar al régimen por la fuerza en colaboración con una organización terrorista que trabajaba junto a un país extranjero”.
Los al-Khalifas son conscientes de que su carta más importante en el intento de desacreditar a la oposición es acusarla de tener vínculos con Irán. Cables de la embajada de Estados Unidos revelados por Wikileaks muestran que el gobierno de Bahréin estuvo continuamente denunciando este objetivo a la escéptica embajada estadounidense por varios años, pero nunca pudo proveer ninguna evidencia. Esta propaganda de denuncias sobre complots iraníes resulta grosera, pero cumple su función con éxito en los estados sunitas del golfo que ven la mano iraní detrás de toda demanda chiita por igualdad de derechos y por el fin de la discriminación. Las denuncias también cuentan con su audiencia en Wahington, sabedora de que su Quinta Flota tiene base en Bahréin y temerosa de cualquier circunstancia que pueda fortalecer a Irán.
La monarquía bahreiní, habiendo efectivamente declarado la guerra a la mayoría de su pueblo, probablemente se imponga en el corto plazo porque sus oponentes no están armados. El costo será que Bahréin, alguna vez considerado más liberal que sus vecinos, se está convirtiendo en una versión de Belfast o Beirut en el golfo, cuando aquellas estuvieron convulsionadas por el odio sectario.
The Independent, 15 – 05 – 11
La Quinta Pata
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