domingo, 1 de mayo de 2011

Juicios: Miret, filosófico y cínico

Ramón Ábalo

"Yo soy yo y mi circunstancia", o algo así que dijo el filósofo español José Ortega y Gasset decenas de años atrás y se convirtiera en una especie de latiguillo best seller, lo repitió varias veces el jueves último ante el Tribunal de la Cámara Federal de Apelaciones que se constituyó en Mendoza, el ya destituido ex-juez, ex-camarista y ex-fiscal Luis Miret para justificar su ya comprobada complicidad con los genocidas.
Su verborragia se desparramó durante algo más de tres horas, una táctica reiterada –el paso del tiempo – desde hace 35 años para eludir la concreción de justicia. El aferrarse al filósofo español fue la base de su apelación en la causa que se lo destituyó de su cargo por su afinidad con los ejecutores de las tropelías de la dictadura, pero que para Miret es una respuesta a una época agudamente conflictiva: "Quienes juzgan a los jueces (o sea a él) deben esforzarse en entender las circunstancias", repitió y una y otra vez el acusado, que se esforzaba en su propia defensa para obtener la nulidad de su procesamiento, y destitución, a mediados del mes pasado por el Consejo de la Magistratura. Estas "filosofadas" devaluadas en boca de un ser aún más devaluado moralmente lo obligaron a confesarse y doblegar su apuesta: esas circunstancias eran tan, pero tan complejas para su conocimiento y entendimiento como lo son para un ser común y silvestre, de poco alcance mental: "Las circunstancias influyen en las personas, en lo que hacen y omiten o postergan", y sostuvo a lo largo de su perorata que como juez no podía hacer nada. Más aún, teniendo en cuenta que recién se enteró de que habían desaparecidos en la Argentina, fue en 1985, con los juicios a las juntas militares. Hace un par de años atrás, a consecuencia de que lo teníamos "escrachado" en nuestro libro El terrorismo de estado en Mendoza, me invitó a su despacho en el Juzgado Federal, y entre amabilidades y tazas de café, en un momento me lanzó, sin ruborizarse y tranquilamente: "Se lo juro, que en aquellos tiempos no sabía lo que estaba pasando.." Claro, me quedé con la boca abierta pero le pude contestar: "Dr. no lo puedo creer, cuando era aquí, precisamente, en que en aquellos tiempos los organismos y los familiares de las víctimas acudíamos cotidianamente a este edificio para denunciar desapariciones, asesinatos y detenciones, con habeas corpus donde consignábamos el nombre de la víctima, las circunstancias y todos los datos que se podían obtener en esos momentos cruciales". No me quedaron dudas – que tampoco las habíamos tenido – de encontrarme con el cinismo más cruel.
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Tanto cinismo reiterado, esta vez en la sala de tribunales y frente al tribunal levantó en más de una oportunidad, murmullos de reproches de un ámbito que había sido superado en su contención por expectantes oidores. El concepto de omisión, acompañado por el de postergación, fue otro de los elementos a los que se aferró en su defensa. En todo caso - es lo que intentaba como concepto pseudo filosófico-jurídico- que si bien no se había enterado de lo que pasaba - crímenes de lesa humanidad - por lo que no pudo hacer nada como juez, en todo caso tan solo habían sido omisiones y postergaciones de sus obligaciones en la defensa de la vida y la integridad de las víctimas, a las que, como Luz Faingold, Fernado Rule y otros (tiene 46 causas), pudo observar personalmente instantes después de salir de la tortura con las humillantes huellas de las mismas, tales abusos. Y esa omisión, por un lado, y por el otro la postergación, tuvo que ver también por "sus circunstancias" y se explayó, por ejemplo, en que en esos momentos tuvo en sus manos una causa contra el que había sido interventor federal en la provincia, Antonio Cafiero, por la contratación y construcción de vasijas vinarias, para la Bodega Giol, la empresa estatal, algunas de ellas de acero inoxidable, que tenían - las negociaciones - un fuerte olor a corruptela. Detalló durante una hora larga los avatares jurídicos y administrativos que tuvo que manejar en ese caso, lo que lo obligó a que cuatro de sus secretarios (¡¡nada menos que cuatro!!) fueran los encargados del tratamiento de las demás causas que caían en su juzgado: "Imagínense, yo firmaba lo que se me acercaba por mis secretarios, confiando en sus saberes y lealtades, y seguramente que entonces hubo omisiones y postergaciones para el tratamiento de las que quedaban al margen". Claro, como las de las de las torturas, vejaciones, asesinatos y desapariciones, omitidas y postergadas por un caso de corrupción, mucho más importante para su imparcialidad y saber jurídicos, que juzgar la vida y la muerte en unos 80 habeas corpus, que ya los organismos habían presentado en la esfera federal y de su incumbencia directa como magistrado judicial. La masividad de las denuncias no fue óbice para que las "sepultara" en la "omisión y la postergación". O sí, dada su vocación ofídica.

Sibilinamente amenazó y pretendió amedrentar al tribunal, como asimismo se le deslizó de su lado oscuro - todo su ser - su afinidad con los genocidas, cuando dijo: "…analizar lo que pasó en 1975 y 1976, sin tener en cuenta el contexto histórico puede hacer que alguien caiga en un error....esa ideología ha creado un clima desde donde el fiscal (por Palermo, fiscal especial) emite su requisitoria y contagia a jueces de jueces, ¿temor a mostrarse independientes?" espetó no menos cínicamente al tribunal, y denunció que el procurador general de la Nación, Esteban Righi, fue montonero.

Luis Miret se desespera y arremete a como puede, aflorando con mayor expresividad el cinismo que ornamenta su personalidad. Pero hace rato que ya está condenado, como les ocurre a sus colegas Romano, Guzzo, Petra Recabarren, Carrizo, y otros más de la misma especie.

La Quinta Pata, 01 – 05 – 11

La Quinta Pata

1 comentario :

Anónimo dijo...

Siemprelúcido y admirado maestro Ramón Abalo.

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