Sebastián Moro
Como con bronca y junando: el último ataque contra los derechos de los trabajadores de prensa de Mendoza significó un principio de organización y un estado de alerta inéditos entre los damnificados. Impensada, por la agobiante mano de los dueños de los medios y sus lugartenientes (que sí aprietan y ahogan), la necesidad de unión y solidaridad entre los empleados decantó en única alternativa ante el vasallaje pactado entre patronal y sindicato.
Sucede que el sindicato de prensa de Mendoza, a pedido de las gerencias, deslizó bajo la mesa un nuevo convenio colectivo de trabajo en reemplazo del vigente 17/75 con el regresivo intento de empeorar (aún más) las condiciones laborales y salariales de los periodistas para incrementar (¡todavía más!) el bolsillo de los empresarios y gravitar sobre lo que escriben, fotografían, editan y firman los periodistas. El control de la palabra no es un objetivo menor en el pacto medios-sindicato y el modus operandi de imprimirlo revela manejos mafiosos no ajenos al poder.
El convenio trucho fue digitado por los popes mediáticos de la provincia; Clarín-Los Andes, Uno, El Sol-Televida (todos en situación monopólica por exceso de licencias, antes y después de la vigente Ley de servicios de comunicación audiovisual, por tanto en flagrante infracción y en proceso -estancado- de desinversión) con Roberto Pico, también patrón, pero desde el sindicato. Reconocido apretador de periodistas y compulsivo sospechoso de negocios caros al gremialismo corrupto, Pico legitima el CCT en nombre de un sindicato vaciado (por temor y espanto) de laburantes, repleto de irregularidades y prácticas punteriles. Con el pico untado el contrato “bajó” a los parias a través de escribascapataces como Jaime Correas y Marcelo Torres con directivas de fragmentar las negociaciones y hacer pasar al cuarto al personal. El ¡vienen por todo! caló al fin entre los trabajadores y el estado de asamblea y movilización devino histórico. Juntarse, levantar la mano, opinar, discutir posiciones son milagritos que, también hacia la sociedad, corresponde potenciar.
El miedo impuesto desde la dictadura cívico militar hizo estragos en las conciencias trabajadoras de los periodistas. Características propias de la vocación (por intérpretes y vulnerables en torno a la realidad del poder), la hiperflexibilización laboral de los 90 y la permanente concentración mediática hicieron el resto. El casi nulo acompañamiento por parte de los profesionales a la vital LSCA es un debate que al menos ahora se pone en cuestión. Dejar de callar para dejar de otorgar nos ubica en situación de reivindicación pero también de responsabilidad. Parece que nos lleva el presentimiento de que reconocernos sujetos políticos y sociales nos permitirá superar el miedo y las presiones. Aunque los tiras junen.
Río de Palabras 46, 15 – 05 – 11
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