domingo, 8 de mayo de 2011

Malas y buenas de la elección canadiense

Hugo De Marinis

Varias veces repitió satisfecho el amigo Cañas que una profesora suya, en la década de los ’80, mantenía que los tres partidos principales de Canadá (Conservador, Liberal y el autodenominado socialdemócrata: el NDP) eran lo mismo.

En el plano ideológico la profesora, aún hoy, tiene algo de razón. Si en Argentina es imposible poseer alguna relevancia electoral posicionándose en contra del capitalismo, imaginarse lo que es en Canadá. Con respecto a esto, Cañas cuenta que en su zona electoral un tal Figueroa se presentaba en nombre del Partido Comunista; sacó 80 votos – el de Cañas incluido – entre más o menos 40.000. El NDP, en cambio, impuso su candidato para regocijo de sus simpatizantes, desplazando al pollo liberal por primera vez y así contribuyendo al enterramiento momentáneo de este otrora glorioso partido – el folclórico Pierre Trudeau (1909 – 2000) supo ser su líder años ha – en el nivel nacional.

Malaria
La mala noticia para los buenos de acá es que el conservador Stephen Harper obtuvo suficientes miembros del parlamento como para formar un gobierno mayoritario. En buen romance significa que por lo menos por cuatro años hará lo que le plazca sin someterse a consensos con otras fuerzas.

Harper pertenecía a un partido ultra conservador con primacía en la provincia de Alberta que se llamaba Reform Party. Esta agrupación, similar al Tea Party yanqui, casi no poseía influencias fuera del terreno de su nacimiento; luego se asoció y logró copar al partido conservador. He ahí su punto de inflexión.

Aunque parezca raro hasta no hace mucho una gran parte de los conservadores canadienses respondían al nombre de red tories (conservadores rojos), un oxímoron, pero bien ganado, porque estos “rojos” contaban con una agenda social decente, hoy desaparecida.

Harper profundizará su alineamiento con la política exterior de Estados Unidos, privatizará todo lo estatal que pueda, el orgullo canadiense – el sistema de salud – se verá en duros aprietos, el desfinanciamiento de la educación pública continuará su curso, los empleados públicos y los sindicatos serán sus blancos preferidos acusados de ser las madres de los males canadienses, las corporaciones recibirán los tan ansiados recortes de impuestos que dicen generarán trabajo, confianza, que ocurrirá el tacaño goteo y también que todos serán felices y comerán perdices.
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Cañas insiste en que este es el momento ideal de poner violín en bolsa y marcharse a horizontes más benévolos y templados. No se le cree mucho porque también dijo lo mismo cuando Brian Mulroney – el padre del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica – se impuso en las elecciones de 1984 y duró hasta 1993.

Canadá parece estar a las puertas de la salida de la recesión. He ahí una posible razón por el triunfo conserveta, en especial si se observan las precarias situaciones por las que atraviesan las economías del gran vecino del sur y los pares ricos europeos. En realidad, la crisis, por el viento de cola de las commodities o por lo que sea, no se dejó sentir como en otros lados. Los canadienses son gente mesurada y prefirieron lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Buena venturanza medida
La buena noticia, entonces, si es que de estas elecciones queda alguna, es que se desató la tormenta anaranjada del NPD. Por primera vez son la oposición oficial. Subieron de 37 a 102 representantes en el parlamento, más de la mitad de ellos en la díscola Quebec.

Se habla de polarización y uno se tienta a imaginar que la primavera de los países árabes y la de los gobiernos populares de América Latina, en cierta forma encontró su camino de contagio en el antiguo Dominion canadiense, más que nada en las regiones francófonas.

Ardua tarea por delante para este nuevo líder de la oposición, Jack Layton, quien ahora cuenta con la oportunidad de embarrarse las botas y crecer para convertirse en las próximas elecciones en opción de gobierno. No podrá forzar consensos pero con una voz firme y clara podrá adquirir nuevas simpatías que deberían estar dirigidas a parte de ese 38% de electores que el lunes 3 de mayo no ejerció su derecho al voto.

El Bloc Quebecois – el partido nacionalista y autonomista antes mayoritario en Quebec – fue prácticamente barrido del mapa en su tierra natal. Sus votos fueron a parar al NDP, más probable por iracundia de los votantes que por convicción socialdemócrata, por lo que hablar de concientización o crecimiento del partido de Layton es, cuando menos, prematuro.

La profesora de Cañas viene a cuento de nuevo. Quizá no sean tan idénticos los tres partidos mayoritarios de Canadá como ella solía pensar. Hay matices; sobre todo en la defensa de lo público. La cuestión a futuro, es decir, cuando el NDP esté en condiciones de gobernar, será cómo soportar las presiones del poder real sin cederlo todo, como normalmente ha ocurrido con los así llamados moderados en este país. Las corporaciones se tornarán particularmente celosas y violentas en la protección de sus patrimonios y ventajas. Los latinoamericanos conocen bien cómo funcionan. Pero como el NDP no es gobierno todavía – y quizá no lo sea nunca ni sea tampoco nunca como los latinoamericanos – en estos cuatro años no puede más que sumar y hacer oposición moral – más que real – a la nueva mayoría neoliberal-conservadora.

La Quinta Pata, 08 – 05 – 11

La Quinta Pata

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