Hugo De Marinis
Con la incomodidad de un viajero medio pelo en el asiento clase económica de un veterano avión trasatlántico, leo, en la medida en que las estrechas condiciones me lo permiten, “Zonceras argentinas y otras yerbas” del actual jefe del gabinete, el contador y abogado Aníbal Fernández.
Me cuestiono la elección de la lectura para este viaje ya que a esta altura de mi vida deberían interesarme solo autores experimentados, no advenedizos.
Un libro que se refiere de modo directo a otro famoso – el
Manual de Zonceras argentinas del maestro Arturo Jauretche – no promete originalidad. El título revela también cierta ingenuidad primeriza. Pero mi afán por fisgonear en las trastiendas del poder sumado a una adictiva neofilia bibliográfica, me empujan con frecuencia a emprendimientos que terminan en lamentables pérdidas de tiempo, precisamente, cuando ya el tiempo de (mis) lecturas deviene oro. Leer al ministro Fernández, así y todo, me resulta sorpresivo, revelador y no constituye una pérdida de tiempo.
Para quienes proceden de la izquierda e insisten en apoyar de una manera u otra al modelo nacional y popular, el ministro no genera, digamos, abrumadora devoción. Brota una hostilidad intuitiva por este hombre cuya figura es, asimismo, ferozmente sombreada por los medios empresarios de comunicación. A eso se agregan sus funciones de
bulldog, de salir al encuentro ante cargo o ataque que se pretenda hacer al gobierno: va con los tapones de punta y no deja mono con cabeza.
A una persona así, a un hombre así, a alguien así construido por la sociedad mediática y del espectáculo, y para colmo reconociéndose él mismo en extemporáneos aires de guapo, no le debe salir fácil el hacerse querer. Véase si no, el reportaje de Eduardo Aliverti en
Marca de Radio del sábado 20 de agosto: cuando le preguntan si se arrepiente de una acusación arrebatada a Pino Solanas por una quema de vagones en la provincia de Buenos Aires, contesta que se hace cargo, aún cuando “mete la pata” y se da el lujo de guapear culturalmente con que como cineasta nacional prefiere a Leonardo Favio y no al referente de Proyecto Sur. Después afirma que no cree en la autocrítica: si hay errores “se peina y sigue adelante”, y a lo sumo se empeña en no cometerlos de vuelta. Cuando lo indagan sobre la soja, se larga con que habría que plantarla “hasta en las macetas” y cuando el programa lo apura con el tema del hambre en la Argentina actual, señala que están dadas las condiciones para que esto no ocurra de ningún modo. Astuto, no amplía sobre el tema y los periodistas no re-preguntan.
Leer todo el artículoEn la charla con Aliverti, llama la atención su conocimiento enciclopédico de historia política argentina, de la tradición cultural nacional y popular, y otros saberes, citados de manera espontánea, de memoria: un arte casi olvidado hoy, no digamos ya por políticos, sino por intelectuales y profesores.
La imagen dura de él que devuelve la prensa hegemónica, y aun la oficial, no se condice con la versatilidad semi – erudita que demuestra en ámbitos casuales como la entrevista realizada por un medio más o menos amigo o por la intimidad confesional del libro de divulgación. Semi – erudita y no erudita a secas porque conserva los deslices plebeyos que se malician en el autodidacta hijo de laburantes, hecho a sí mismo, orgulloso de tal condición y que se despacha con líneas inusuales como las siguientes:
…¿qué más queríamos? Justo en ese momento, cuando el país andaba como el culo , y el mundo nos cortaba la cara, el tipo vino y GO-BER-NÓ. Hizo confluir los intereses particulares en un interés colectivo que él mismo determinó (para eso lo habíamos votado, ¿no? ). Eso es un presidente. Eso es lo que debieron haber hecho los presidentes. Para eso uno elige a un gobernante. Y al que no le guste, en definitiva, lo que no le gusta es la democracia (73).
“La política se hace o se padece”, decía Bernard Shaw. “Andá a aullarle a la luna” dirían en mi barrio (89).
A parrafadas semejantes difícilmente las pueda deglutir un lector burgués, pequeño o mediano, y menos uno garca. Pero la mujer o el hombre de cierta persuasión del pensamiento corriente de hoy, popular y en expansión, claro que sí, y con más fruición que mero gusto.
Cuando logro sustraer mi atención a las turbulencias del cielo que surfeo encima del Atlántico, me sorprenden sus citas de filósofos: Aristóteles (69) y Hegel (73); estudiosos como Michel Foucault (70); teóricos como Antonio Gramsci (73). Sospecho que escribir con la compu es fácil y tentador porque tenés internet y la facilidad que otorga la consulta disponible al toque. No es que me convenza que no se machetee pero mi desconfianza duda. Aquí Fernández se muestra respetable y hasta querible. El libro suma muchas zonceras acumuladas por los argentinos. Vale la pena reconocerlas y reflexionarlas, aunque la mayoría de las traídas a colación son más discutibles que ciertas.
A menudo creemos que ciertos individuos, como Fernández, son cuasi analfabetos o incompetentes y que con sus peregrinas escrituras no hacen sino confirmar sus mediocridades. En este libro no es ese el caso. Como dice la presidenta en el prólogo, este es un ministro “zarpado” que puso, pone y pondrá en aprietos más de una vez a toda la administración con su estilo frontal, antagónico, pasional, de guapo de barrio que se las banca y que posee una lealtad inquebrantable.
Fernández es el paradigma del “otro” de una izquierda medio pelo con quien cuatro decenas de años atrás no se habría consentido el más mínimo diálogo. Igual que con el JSP Facundo Moyano – el hijo del Hugo de la CGT: viendo 6, 7, 8 me enteré que es lector de John William Cooke) – representan síntomas de los tiempos nuevos, estos que unos cuantos, recalcitrantes y puristas pero todavía buenos, se resisten a convalidar, a pesar de las gratas evidencias presentadas.
La Quinta Pata, 04 – 09 – 11
La Quinta Pata
No hay comentarios :
Publicar un comentario