domingo, 11 de septiembre de 2011

El mito de Mendoza conservadora

Ramón Ábalo

¿Se puede afirmar que el pueblo italiano era fascista y le dio apoyatura al Duce en forma incondicional? ¿El pueblo alemán al nazismo? ¿Lo mismo el pueblo yanqui al rasgo – mucho más que un rasgo – imperialista? ¿El de la España franquista? En todo caso curiosas y trágicas paradojas de esas historias provocadas por gobiernos de países que han sido rectores de la cultura universal, como la Alemania de los grandes filósofos y pensadores, la de Goethe, Hegel, Marx; poetas como Heine, músicos como Wagner y Beethoven; la Francia de la revolución y la Comuna, la de los grandes poetas como Baudelaire, Valery; novelistas como Balzac y Víctor Hugo; pintores como Cezanne, Degas y cientos más; la España de Cervantes, Calderón, Séneca, Unamuno, Goya, Picasso; países cuna de la ciencia y la técnica como Inglaterra y EEUU; la Italia de la música y el bell canto; países que han sido - y son - protagonistas de las más repudiables, odiosas e inhumanas prácticas del colonialismo, represión y genocidio. Es que por encima de los anhelos de perfección de las mayorías populares, de la realización en dignidad, del cultivo de los valores espirituales y éticos, prevalece, momentáneamente, la irracionalidad, el oscurantismo y la voracidad de las elites oligárquicas y explotadoras, con sus cargas de violencia y muerte.

La euforia masiva de los argentinos, por el campeonato mundial de fútbol en el 78, una hechura de la FIFA para el regodeo de la dictadura, ¿en realidad fue, además, el aplauso mayoritario al genocidio cívico-militar? Y claro, no fue así porque los pueblos son víctimas, en todo caso, del terror o el engaño. Pero cuando llega el momento, hacen sonar el escarmiento, como decía Perón.

Y como pueblo, el mendocino no es la excepción, y por eso tiene una rica historia, desde el fondo mismo de esa historia con los huarpes, pehuenches, puelches, de luchas por sus derechos sociales y de vida en contra del poder hegemónico, que es el poder real, el económico y financiero. Y por eso, no es ningún acierto cuando se dice "que Mendoza es conservadora", tal vez por una visión distorsionada como cuando se es cegado por destellos de luminosidad. Los sectores urbanos cabeceras de los departamentos y en especial el llamado Gran Mendoza, se destacan por una urbanización trazada después del terremoto del 1861: calles bien alineadas, veredas anchas, acequias, arbolado profuso, plazas y espacios verdes por doquier y un movimiento cotidiano de sus habitantes colmando los sectores comerciales, bancarios, gastronómicos y de distracción masivos, todo con un alto grado de expresión económica, sin que falte una rica tradición cultural.

Pero hay señales claras y fuertes de los rasgos idiosincrásicos colectivos que afirman una voluntad firme de progreso, de esfuerzo y sacrificio en una tierra que es piedra y arena – el Cuyum – clima con extremos filosos en el calor y el frío. La lucha contra el desierto y el sometimiento a las alturas andinas para el logro del agua que es elemental para la vida, la existencia y el desarrollo humano en todo sentido.
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Esta simbiosis del humano menduco con la naturaleza desmiente a los argumentos de quienes, incluso mendocinos, que asumen como verdad incontrastable de una Mendoza llena de virtudes, pero conservadora. Como el gobernador Jaque, que a punto de asumir el gobierno, dijo aquello de que "soy conservador, como todos los mendocinos". Y enhebrando este concepto, la de los que dan, también, como verdad universal, que los pueblos originarios, como el de los huarpes, eran "dóciles", entregados a los designios del extranjero español colonizador y extinguidor de vidas y haciendas de los nativos. Dejan de lado la historia real, esa que señala que su extinción como pueblos – no solamente como imperios – ese nativo, incluso el huarpe, resistió tanto que el colonizador tuvo que recurrir, hasta ahora inclusive, a la violencia, a la superexplotación. Y al exterminio. Según decir de estudiosos, ese exterminio fue nada menos que unos 40 millones de seres humanos que vivían en estas tierras, desde el Yucatán hasta Tierra del Fuego, Lo dicen estudiosas como las docentes de la UNC e investigadoras del Conicet, María Teresa Brachetta, Beatriz Bragoni, Virginia Mellado y Oriana Pelagatti, en el libro titulado "Te contamos una historia de Mendoza (de la conquista hasta nuestros días)". Tomamos tan solo un breve párrafo para reiterar nuestra afirmación: "...Entre que los huarpes no conocieron la escritura y, por ende, muchos aspectos de su cultura y sociedad nos resultan desconocidos, y que fueron presentados retóricamente como los vencidos, pocas caras ofrece el relato de la conquista de los territorios que hoy constituyen la provincia de Mendoza. Sin embargo, sí hay otra cara destacable. La de los distintos episodios de resistencia indígena que hará trastabillar la idea arraigada de que los huarpes eran pacíficos. El relato intenta hacer comprender la lógica social y política de la época: "Los huarpes resistieron el traslado forzoso a Chile (eran forzados a trabajar en las minas de cobre) refugiándose más allá de la frontera o cambiando de jurisdicción para no pagar el tributo...De capturar una fecha esta podría ser 1564, ese año un grupo de huarpes se rebeló al punto tal que en Santiago se temió que fracasara la conquista". Este concepto de las autoras (NR: en nuestra sección Reseña de Libros, hay un exacto comentario de nuestro colaborador Alejandro Frias) se explaya algo más: "...La cosa no quedó ahí. En el siglo XIII los pehuenches hicieron temblar "la paz de los cristianos". Por este tembladeral se levantó el fortín de San Carlos, frontera sur de un imperio que hacía de la defensa de su jurisdicción una cuestión política central".

No nos explayaremos sobre la resistencia de los pueblos – originarios y actuales mendocinos – para afirmar nuestro concepto de que, concretamente, lo de Mendoza conservadora es un mito, y que va a quedar plasmado en una profunda y severa investigación que podría titularse, en forma de libro, algo así como "El mito de Mendoza conservadora", en autoría con el socio en la escritura, Hugo De Marinis.

La Quinta Pata, 11 – 09 – 11

La Quinta Pata

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