Alejandro Frias
“Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano”, de los españoles Antonio Lafuente y Andoni Alonso, es un gran aporte en la cinchada entre propiedad privada y la propiedad común del conocimiento.
¿De quién es la ciencia? ¿Quiénes están autorizados a hacer ciencia? ¿Quiénes son los beneficiarios de un saber? A partir de estas preguntas podrían dispararse extensos debates que no solo abarcarían a la ciencia como tal, sino que calarían profundo también en un entramado que incluiría la política, la sociedad, la economía y, por supuesto, la filosofía.
Estos son los caminos por los que se desplaza Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano (Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes), de los investigadores españoles Antonio Lafuente y Andoni Alonso, un trabajo en el que ahondan planteos que hacen a la investigación científica y al usufructo de sus resultados.
A lo largo de la obra y mediante ejemplos que van clarificando cada uno de los puntos a tratar, los autores exponen cómo la tradición y los intereses económicos han ido en desmedro de, por un lado, el acceso de la gente a la información científica y, por otro, de la capacidad de esa misma gente de acceder a los beneficios de los descubrimientos científicos.
Desde la necesidad de una reestructuración del planteo de cada uno de los problemas científicos a la posibilidad de involucrarse en estos problemas de parte de cualquier persona, cada ejemplo puesto en Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano echa luces sobre la posibilidad de intromisión de los ciudadanos en la búsqueda de respuestas a los problemas que los afectan (o simplemente les interesan) y al valor de estas como parte de un saber científico que pasaría a aumentar el conjunto de saberes universales al alcance de todos.
Para que esto quede más claro, pensemos en dos ejemplos que podemos encontrar a diario en varios lugares del mundo y que a veces solo aparecen como noticias en los periódicos pero que, sin lugar a dudas, pueden derivar en grandes aportes al conocimiento. Pensemos en los familiares directos de una persona afectada por una enfermedad, o en el mismo afectado. Pueden darse casos en lo que, en la búsqueda de una solución, este grupo de “investigadores” lleguen a conclusiones a las que desde las academias no se pudo arribar. Y lo mismo sucede, por ejemplo, con movimientos sociales que luchan para proteger un bien común, como el agua, o que se oponen a la explotación minera contaminante o aquellos que prueban alternativas para lograr buenos cultivos, sin plagas ni enfermedades, pero evitando el uso de pesticidas dañinos para el suelo o la salud humana.
En contraposición, Lafuente y Alonso se refieren a la “ciencia a la carta”, es decir, aquella que se hace por dinero, más específicamente, aquella que obtiene resultados a la medida de los financistas de la investigación. En este sentido, es más que relevante el dato de que “el 15% de los científicos declaran que alguna vez modificaron los resultados para acomodarse al gusto del mecenas”, estadística que los autores toman de una investigación de Martison.
Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano es un gran aporte en la cinchada entre la ciencia como aquel edificio prohibido para el común de la gente y la ciencia como un espacio permitido a todo aquel que se sienta motivado a investigar sobre los problemas que le interesan, en una época en la que las tecnologías de la comunicación permiten el acceso más fácil al conocimiento.
La Quinta Pata, 16 – 10 – 11
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