Eduardo Hugo Paganini
Autor: Academia Argentina de Letras
Lugar y Fecha: 2008, 2ª edición; Buenos Aires.
Editorial: Emecé (Grupo Planeta), 700 págs. Después de un largo silencio de imprenta, la Academia Argentina de Letras, nuestro faro en la corrección lingüística y corresponsal autorizado de la Real Academia Española, publica la segunda edición de este diccionario del habla de los argentinos, bajo la evidente supervisión de su presidente el profesor Pedro Luis Barcia.
Como es de rigor en trabajos institucionales la autoría suele quedar en estado de anonimia o de bloque, acontecimiento que aquí se concreta remitiendo a una “comisión” y a un “departamento”, cuyos integrantes se mencionan, pero aguardando su turno jerárquico, en las largas nóminas de académicos, integrantes del organismo en cuestión. No obstante ello, la figura del citado Barcia, ocupa un sitio protagónico en tanto presidente del ente como estudioso del tema al firmar el enjundioso estudio preliminar:
Los diccionarios del español en la Argentina .
Ese extenso introito resulta valioso por sí mismo y consiste en un paseo histórico por los sucesivos intentos de sistematizar la lexicografía propia de estas tierras. Sin abandonar en ningún momento el encuadre técnico y epistemológico, el autor puede recurrir a un estilo ágil y dinámico, sin ausencia de complicidades hacia el lector atento (P. ej.
“El Abad Molina los nombra: ‘picos’, ‘peludos’, ‘mulitas’ y ‘bolas’ y naturalmente, le hace sitio a un animal fabuloso, digno de Juan Filloy: el oop.” ), del mismo modo, no tiene empachos ni remilgos a la hora de la traducción directa (“ocote (culo)”).
La distribución espacial estructural de la obra contiene más de 90 páginas para el estudio previo y prólogos, 568 para el diccionario propiamente dicho y 50 para las referencias bibliográficas que resultan muy valiosas a quien desee ampliar una búsqueda.
La obra posee por ende el valor y merece el reconocimiento que toda empresa monumental demanda, sobre todo si esa magnitud está definida por una entidad compleja, vital y flexible como el habla de un país, con sus unidades y sus discrepancias lingüísticas. Por eso los siguientes comentarios solo llevan el interés del aporte y de la observación que se puede efectuar desde una mirada desplazada hacia el oeste y quizá desde mi ignorancia:
Leer todo el artículoNo coincidimos cuando la región de Cuyo queda lingüísticamente integrada por las tres provincias clásicas más el noroeste de Neuquén (el resto de esta provincia no se menciona en ninguna otra región).
• En el corpus de vocablos, lamentablemente no se hace referencia a una etimología explicativa del origen o de la derivación de sentidos, dato que siempre da luz a la lexicografía y a la comprensión de un término.
• Da la impresión de que la mirada remeda la estructura socio-histórica hegemónica donde la ciudad puerto decide por los demás, puesto que muchas voces locales llegan a ser registradas mientras otras quedan afuera. Así le pasa a “hijuela” (que aparece su versión salteña (
lote heredado) pero no la cuyana), en “pileta” falta el sentido cuyano de cisterna), “caschi” merece un sitio pero no lo logra nuestro “choco”, lo mismo sucede con “torito” tan usado aún en el llano de Mendoza; lo mismo con “especial” como modalidad de emparedado de Buenos Aires y no nuestro “barroluco”.
• También parece confirmarse que los académicos suelen estar lejos de las pasiones populares (sospecha que alimentamos desde cuando pibes de barrio), específicamente de los ricos aportes del fútbol. Curiosamente aparece “fulbito”, pero “fulbo” no, y con el agravante de una injusticia pues define
“hacer fulbito” como
“desarrollar un juego intrascendente” y omite el indispensable agregado:
pero bonito . No aparecen “chutazo”, “orsai”, “arquero”, “juez”, “hincha”, “juez de línea” (pero sí “juez de raya” en las cuadreras), “Bombonera”, “Monumental”, “Cementerio de Elefantes”, “Globo“, “picarla“, “picar”, “efecto”, “barrera”, “pechito”… pero sí se registran dos vocablos — lo maravilloso y lo siniestro—: “caño” y “barrabrava”.
• Tampoco se han visto el “churrasco”, la “churrasquera” ni la “parrilla”, ausencias que indefectiblemente debilitan la argentinidad; se respeta el inglés “sándwich” y no se registra el tan masticado “sánguche”; la “chaya” es sólo juego de aguas por lo que gansos, pavos y gallos pueden tomar esto como peligroso antecedente; desaparecieron varios como “minifalda”, “mover el piso”, “ir con onda”, nuestro futbolístico y vial “aorillar”, el tan castrense “tagarna”, el controversial “pituto”, palurdo, mequetrefe, o bien el tan usado “plomo” o “plomazo”; los tan de moda “obvio” y “nada” de los coloquios cotidianos y que merced al uso televisivo ganaron tanto terreno, no están consignados.
• Y quedan algunas cuestiones de susceptibilidades semánticas: como algunas omisiones en entradas, tal el caso de “chorizo” que olvida la estructura de las viejas casas construidas a lo largo de una galería y quedaron definidas en ese estilo; el uso de “caso” para singularizar alguna personalidad (Ej:
Fulano? Es un caso! ); “mariquita” y “tortillera” o “torta” en sus acepciones de género tampoco están definidas; a “pincharrata” le falta la referencia denominativa para los
boy scouts ; “quedar pegado” merece ser complementado con la relación a negocios poco claros u honrados; el viejo “mono” o “monito” que los linyeras llevaban colgado de un palo, apoyado en sus hombros, no figura; en nuestro “che” hubiera sido valiosa alguna ampliación hipotética sobre sus orígenes probables; no coincidimos con que son sinónimos exactos “boludo” y “pelotudo”;
Por último, el Diccionario se demora con precisión y extensión en los usos y variantes de “huevo” (“
hinchar los ~, romper los ~, costar un ~ y la mitad del otro, hacer ~, no comer ~ por no tirar la cascara ), pero no anota la frase tan expresiva
tener los ~ por el suelo . Expresión que seguramente los autores de esta obra podrían expeler luego de nuestros comentarios, que surgieron sin malicia.
La Quinta Pata, 20 – 11 – 11
La Quinta Pata
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