domingo, 20 de noviembre de 2011

Jaime querido, el cielo está contigo

P. Rubén Capitaneo
*
La noticia nos golpeó demasiado. No por esperada duele menos. Tratando - sin lograrlo - de contener las lágrimas, necesité mirar hacia adentro, hacia el corazón, y me pareció ver claramente que la noticia era aparente. No te habías muerto, simplemente habías abandonado tu cuerpo gastado en anunciar la vida. Ahora estás más vivo que nunca.

Y me pareció verte partiendo hacia el norte neuquino para compartir el andar de los criollos que hacen patria junto a la cordillera agreste; y te vi hecho remolino de viento cálido entre piños de chivos que buscaban mejores pastos. Te hacía serenidad en las arrugas de ese rostro anciano. Eras sonrisa franca en la tímida sonrisa de nuestros chicos del campo. Abandonabas tu vieja “estanciera” para montar el zaino prestado que te llevaría a matear hasta el rancho más alejado. Dabas vueltas y vueltas en torno al rahue sagrado de la rogativa mapuche acompañando a los mapuches que te sentían su hermano, y tu sudor y el de tu caballo se mezclaban con el de ellos y regaban la tierra reseca de injusticia; mientras que la polvareda inmensa subía al cielo como el mejor incienso formando palabras que decían: Padre de todos .

Y desde Ahilinco hasta la Angostura ibas andando caminos, cruzando ríos, superando pantanos, trepando montañas y bajando a los valles; y en tu alforja de peregrino de la dignidad humana se iban amontonando reclamos dolorosos de esa tierra quitada, de ese alambrado corrido, de esa intimación cruel del poder desconocedor que desde el lejano Buenos Aires dicta la vida o la muerte de nuestros paisanos neuquinos. Y te refrescabas en el arroyo limpio para seguir andando junto a los más postergados. Así vi que ibas haciendo de tu vida algo imponente, muy parecido al Lanín: sereno, firme, de pie...mientras en tu corazón guardabas el fuego del Pastor que ama. Y te vi partir de madrugada con la camioneta cargada de alimentos para los obreros que reclamaban sus derechos en la huelga de El Chocón. Y allí recibías tu bautismo de hombre de pueblo . Y te vi crucificado en la soberbia de los poderosos de uniforme o traje y corbata, que como habían decidido oprimir al rebaño, no querían entender las razones del Pastor.

Y te fuiste hacia los barrios, y allí entre oraciones y empanadas compartías el vino de la esperanza y de la fe de un pueblo que descubría tu paternidad incluadicable.
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Y cuando la patria se tiñó de sangre, no te atrincheraste en tu Neuquén amado. Saliste a pelear en todos los frentes; y sin abandonar tu casa saliste a las calles de la república a decirle No a la muerte. Y sin tenerle miedo a quedar mal, sin investigar a quienes caminaban por la vida, te sumaste a ellos para luchar por la dignidad de todos. Y así te hiciste voz de un pueblo que estaba desangrado en su cuerpo y paralizado por el miedo. Y los generales no te escucharon y jamás te recibieron en sus usurpados despachos...tenías demasiado olor a rancho, gusto a pueblo, luz de vida. Y te hiciste ronda junto a las Madres de Plaza de Mayo; grito joven en cada muchacho con ideales, reclamo justo en los obreros oprimidos, palabra clara ante tanta mentira disfrazada y silencio cómplice. Y así seguirás andando el pueblo para no perder nunca la huella verdadera.

Por eso hoy te vi entrar sonriendo a ese Reino sin sombras. Te recibió Ceferino que en un abrazo te cubrió con su poncho mapuche, mientras que - diligente como siempre - María Huincamán te alcanzaba un mate. Y un Jesús vestido de humanidad pobre se acercaba a abrazarte mientras te decía: Vení, Jaime, vení bendito de mi padre, porque tuve hambre en cada barrio de Neuquén y me diste de comer, porque estaba desnudo de dignidad y me abrigaste, sediento de Justicia y me ofreciste el agua de tu compromiso; porque cuando me desaparecieron me buscaste y acompañaste a mi madre cuando me buscaba rondando la plaza; y cuando el estanciero me corría el alambrado sobre mis ya pobres tierras me ayudabas a luchar por lo justo, y cuando el ranchito cubierto de nieve se ponía oscuro - siendo de día - tu sonrisa ponía luz mientras saboreaba el tecito de yuyos que te había preparado la abuela en la taza menos cachada. Vení, porque cuando como canillita voceaba el diario en las heladas mañanas, no sólo me comprabas lo que vendía sino que me regalabas tu corazón de amigo. Vení, porque cuando era explotado en las grandes obras o en la opresión cotidiana, siempre estuviste compartiendo tu solidaridad de hermano. Vení, porque mi Evangelio lo enseñaste sobre todo con tu vida.

Y vi al Cristo cuando ponía su brazo sobre tu hombro y te invitaba a pasar hacia la rueda donde Enrique Angelelli te recibía fraterno tarareando una chaya riojana que, a su lado, sonriendo, silbaba Carlos Mugica. María Huicamán ya había arreglado el mate, mientras que María Auxiliadora junto a tu madre y tus hermanas estiraban la masa que anunciaban unas deliciosas tortas fritas. Un poco más allá, vi a Tata Dios que sentado bajo una vieja araucaria cargada de piñones dorados, resplandecía de ternura y le hacía un guiño - como señal cómplice - a los 30.000 ángeles de rostros desaparecidos y vestidos de ideales que, empuñando sus bombos y guitarras, atronaron sonrientes -como parafraseando lo tantas veces escuchado en tu tierra neuquina-: !!!Jaime, querido, el cielo está contigo!!!

* Párroco de Villa La Angostura, Neuquén

Tiempo Latinoamericano Nº 51, Córdoba julio de 1995, Año XIII. (Cortesía de Eduardo Hugo Paganini)

La Quinta Pata

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