domingo, 6 de noviembre de 2011

Por un marxismo científico y utópico a la vez

Alejandro Frias

“Materialismo histórico. Interpretaciones y controversias” es el nuevo libro de Ariel Petruccelli, en el que profundiza en un debate que urge.

Hacer dialogar a Marx desde sus escritos con quienes han partido de él para la explicación y comprensión de la sociedad y las relaciones de poder que se mueven al interior de esta. Esto, de manera más que sintética, es lo que propone Ariel Petruccelli en su nuevo libro, Materialismo histórico. Interpretaciones y controversias (editorial Prometeo).
Petruccelli ahonda con este trabajo en un debate que urge y que tal vez el materialismo se adeuda desde hace tiempo, a la luz de las necesidades de una actualización, un aggiornamiento, si se quiere, para poder analizar las relaciones de poder.
A propósito del lanzamiento de Materialismo histórico. Interpretaciones y controversias, hablamos con Ariel Patruccelli, en una charla que sirve como introducción e invitación a la lectura del libro y al replanteo que propone desde él.

- ¿Cómo se modifican las relaciones laborales en función de las nuevas tecnologías?
- Mi especialidad no son las nuevas tecnologías actualmente en desarrollo, pero me atrevería a decir algo que surge de las investigaciones sobre innovación tecnológica en distintas sociedades y períodos históricos. En primer lugar, yo diría que hay que desterrar la idea de que una nueva tecnología implica necesariamente cambios en las relaciones laborales y, sobre todo, que esos cambios adoptan un único sentido posible. Hay un fetichismo de la tecnología que sirve muy bien a los intereses de los dueños de los medios de producción: los empresarios y las corporaciones capitalistas en nuestro contexto. Ese fetichismo dice que ciertas modificaciones laborales son indispensables, ineludibles, como adaptación a las nuevas tecnologías, presentadas, además, como indispensables para sobrevivir en la competencia industrial. Bueno, ante esto, yo diría que la experiencia histórica muestra que cualquier conjunto tecnológico tolera un abanico más o menos amplio de relaciones de trabajo diversas. Desde luego, la tecnología condiciona, no cualquier relación laboral es compatible con una línea fordista de montaje, por ejemplo. Pero si condiciona, la tecnología no determina causalmente a ninguna forma organizativa específica. La forma que las relaciones laborales adopten dependerá, en buena medida, de las representaciones que los sujetos tengan sobre sí mismos y sobre la tecnología, de la relación de fuerzas entre las clases, de oportunidades políticas y de muchos otros factores que habrá que estudiar en cada caso.

- Pero, definitivamente, esto también altera las relaciones de producción.
Leer todo el artículo

- Sin ninguna duda. Hay un proceso de interacción causal múltiple y complejo entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción entre sí, tanto como entre este conjunto económico y las representaciones sociales, las cristalizaciones políticas o los contextos culturales. Yo diría, sin embargo, que este complejo proceso de retroacción no es necesariamente simétrico. Mi interpretación del materialismo histórico concede una cierta primacía explicativa a las relaciones de producción, y con ello se contrapone a las interpretaciones más ortodoxas, basadas en la primacía de las fuerzas productivas, pero también a las interpretaciones que colocan el acento en la lucha política de clases. Creo que hacer hincapié en las relaciones de producción permite, por un lado, explicar cuándo, cómo y por qué se desarrollan las fuerzas de producción, que no poseen una tendencia universal al desarrollo en todo tiempo y lugar, así como comprender las coordenadas objetivas que condicionan y limitan a la lucha política. Es decir, rechazo toda forma de reduccionismo, por ejemplo, intentar explicar toda manifestación ideológica como mero subproducto de la economía, pero no rechazo la existencia de jerarquías explicativas. Y creo que Marx acertó al insistir en la importancia de las relaciones de producción.

- Te interrumpí cuando ibas a referirte al otro aspecto que surgía de las investigaciones sobre innovación tecnológica.
- En segundo lugar, entiendo que es fundamental discutir la idea de que el crecimiento tecnológico y la expansión productiva son un bien en sí mismos. Vivimos en un mundo en el que las palabras desarrollo y crecimiento adquieren inequívocamente, “naturalmente”, un significado positivo. Pero esta es una concepción discutible, como se ve claramente cuando aplicamos las palabras desarrollo y crecimiento a cosas como el cáncer o la delincuencia. Hoy en día, por lo demás, se ha hecho bien visible, para quien quiera ver, la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta finito. Las fuerzas productivas, para decirlo con una frase de Marx de las menos conocidas, se están convirtiendo en fuerzas destructivas. El capitalismo está arrasando ecológicamente al planeta, y con ello socava la base misma de la supervivencia humana.

- Y desde el materialismo, ¿cómo puede analizarse la aparición, participación y formas de presión de los grupos ecologistas que surgen espontáneamente ante hechos como la explotación minera?
- Yo diría que los problemas ecológicos son hoy muchísimo más graves que en cualquier época pasada, y por eso mismo mucho más visibles. En cierto modo, se trata de un problema de magnitud. Sin embargo, no tengo dudas de que muchos autores vieron muy tempranamente, en el siglo XIX, por caso, las cuestiones ecológicas. Te podría citar a Cournot, por ejemplo. Pero también Marx dijo cosas muy interesantes al respecto, que durante mucho tiempo, en medio de la hegemonía de las concepciones desarrollistas, fueron en general ignoradas. Por ejemplo, cuando planteó la posibilidad de que las fuerzas productivas devinieran destructivas, su sentencia respecto a que el capitalismo destruía a la naturaleza o su llamado a ser responsables ante las generaciones venideras y los recursos que les dejamos.

- En este contexto, ¿qué ejes son los que se mueven en el análisis?
- En el mundo contemporáneo, las mutaciones al interior de los procesos laborales incluyen modificaciones técnicas, tales como la robotización, la digitalización, etc., que es en lo que se insiste generalmente, pero también alteraciones en las formas de organizar socialmente los procesos productivos, extractivos y distributivos. El problema es que estas modificaciones estrictamente sociales son presentadas como técnicamente determinadas, cuando casi nunca es así.

- Pero si bien claramente no es así, ¿no se genera una retroalimentación entre lo que construye el sujeto y lo que imponen los métodos de producción que modifica en ambas direcciones los procesos productivos y las relaciones en general?
- Sin ninguna duda, hay un proceso de interacción y de retroalimentación. Las circunstancias en las que esto ocurre, así como las posibilidades que habilitan, son, sin embargo, enormemente diversas. No hay ninguna razón para pensar que haya en este campo alguna regla transhistóricamente válida. Althusser concibió alguna vez a la historia como un “proceso sin sujeto”, lo cual implicaba que los agentes humanos serían una especie de marionetas movidas por fuerzas impersonales, las estructuras, sobre las que no ejercen ningún control posible. En contrapunto, Edward Thompson elaboró una concepción alternativa: la historia concebida como “práctica humana no dominada”, en la que el peso se colocaba en la agencia humana antes que en las estructuras, aunque la misma tuviera poca capacidad para realizar exitosamente sus fines. De allí lo de “no dominada”. Por mi parte, yo estaría de acuerdo con Perry Anderson cuando señaló que el yerro fundamental de estas concepciones reside en su carácter ahistórico. Históricamente ha habido situaciones en las que el peso de las estructuras deja a los agentes márgenes de innovación, libertad o disidencia muy estrechos, pero hay circunstancias, en cambio, en las que los sujetos poseen mayores opciones, aunque la capacidad de evitar los resultados no buscados de sus acciones sea muy escasa. El socialismo, en todo caso, se propone crear las relaciones sociales que permitan, por primera vez en la historia, una auténtica autodeterminación popular, por medio de la cual la historia sea hecha, antes que sufrida, por los sujetos. Este anhelo se ha mostrado más dificultoso y problemático de lo que se pudo suponer en el pasado. Pero creo que sigue siendo un anhelo legítimo. Y la crisis civilizatoria a la que nos están conduciendo el capitalismo y la sociedad de consumo debería incentivarnos a meditar sobre estas cosas.

- Una última para terminar. Ante la situación de cambios veloces en la sociedad y en los medios de producción, ¿cuáles son los desafíos a los que debe hacer frente el materialismo para aggiornarse?
- Es un tema vasto y complejo. Pero, sintetizando y simplificando al máximo, yo diría algunas cosas. La primera es que el marxismo debe ser crítico de las concepciones ingenuas del progreso. Hoy está claro que los niveles de consumo de los países capitalistas centrales no son expandibles al conjunto del planeta: simplemente es imposible, en nuestros días y en cualquier futuro concebible. Esto obliga a tener que abandonar la idea del socialismo como una sociedad de irrestricta abundancia. Pero si las cosas son así, entonces se deriva que los problemas de la justicia distributiva, que el marxismo pudo menospreciar mientras pensó que en el futuro habría de todo para todos, serán inerradicables, así que los marxistas debemos desarrollar una teoría normativa adecuada, como en buena medida lo han hecho el último Cohen y Alex Callínicos. También es ahora muy evidente que una sociedad y unos individuos orientados al consumismo no logran llegar jamás a esa instancia, prevista por Marx, en la que los sujetos se dedicaran a la libre creatividad autónoma: permanecen eternamente como consumidores pasivos recurrentemente frustrados que buscan compensar su frustración con nuevos consumos. Una forma de vida insostenible ecológicamente, filosóficamente pobrísima y éticamente frustrante. Por último, entiendo que el desafío del futuro consiste en desarrollar, a la vez, cambios socioestructurales de envergadura en un claro sentido anticapitalista, y un ethos y unos valores igualitarios, solidarios y anticonsumistas. Teniendo en claro que los vínculos entre estas dimensiones no son de causalidad simple: ni los cambios estrucuturales entrañarán por sí solos los cambios en las representaciones y en las conductas, ni los cambios simbólicos son suficientes o provocan mutaciones estructurales. Se necesitan ambas cosas al mismo tiempo. En fin, el marxismo de nuestro tiempo debería ser científico y utópico a la vez.

La Quinta Pata, 06 – 11 – 11

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario