Dave Zirin
(Traducción: Hugo De Marinis)
El primer afro-estadounidense en dirigirse a la legislatura del estado de Carolina del Sur no fue Booker T. Washington o W. E. B Du Bois o el doctor Martin Luther King. Fue el campeón peso pesado de boxeo, Smokin’ Joe Frazier, quien murió esta semana a la edad de 67 años. Frazier acababa de emerger victorioso de su épica batalla de 1971 contra Muhammad Ali, en una pelea que se escenificó como una guerra cultural entre “el desertor”, Ali y el “héroe del establishment ”, Joe Frazier. Si estabas en contra de la guerra de Vietnam te habrás quedado ronco cinchando por Ali. Si estabas porque se humillara a los hippies, a los raros y al poder negro, tirabas por Smokin’ Joe.
Tras la muerte de Frazier, muchos escribieron que él no me merecía esas etiquetas: que fue injustamente rotulado como un “vendido” por Ali y que sufrió por ello. De hecho, es verdad que Ali y Frazier fueron amigos antes que sus conflictos consumieran a Frazier con una furia inusitada. También es cierto que cuando Ali fue forzado al exilio por resistir la conscripción, fue Joe Frazier quien le dio dinero cuando muchos otros no le dieron más que la espalda al “Mejor de Todos”.
Ali le dijo a Frazier, “solo mantenete haciendo bolsa a estos tipos en el ring, yo seguiré peleando contra el Tío Sam y un día los dos haremos un montón de dinero juntos”.
Pero en 1971 ambos hombres se encontraban actuando sus roles. Ali se burlaba de Frazier por ser la encarnación del
Tío Tom. Frazier también – aunque es menos recordado – se burlaba de Ali por estar en contra de la guerra. Decía que porque él amaba a los Estados Unidos iría con orgullo a pelear a Vietnam. Asimismo insultó repetidamente a Ali llamándolo por su nombre de nacimiento, “Clay”.
Leer todo el artículoY así, luego de ganarle “la pelea del siglo”, Joe Frazier aceptó esa invitación para hablar en la legislatura de Carolina del Sur: era todo un héroe.
Uno de 13 hijos, nacido en la más abyecta pobreza en Beaufort, Carolina del Sur, es ciertamente comprensible por qué aceptó la histórica invitación. Pero esto no lo hace menos responsable de otorgar legitimidad a su papel como “el bueno” en el melodrama Ali-Frazier.
Hablando en un salón con una bandera confederada como telón de fondo enfrente de una cámara con solo tres representantes negros entre 170 funcionarios elegidos, el mensaje de Frazier fue cordial. Dijo chistes que causaron grandes carcajadas acerca de crecer en Beaufort y decir “sí, jefe” y “no, jefe” sin que importara la pregunta.
Allí manifestó gravemente, “Debemos proteger a nuestra gente, y cuando digo ‘nuestra gente’ quiero decir blancos y negros. No pensemos más quién maneja el coche más lujoso o con quién va a jugar mi pequeña hija, o al lado de quién se va a sentar en la escuela. No tenemos tiempo para eso”. Después, su propia hija de diez años, ante grandes aplausos, se levantó y dijo, “flota como una mariposa, pica como una abeja. Mi papá es el que se la dio bien dada a Mohammed Ali”.
Mientras la cámara y sus funcionarios se derretían, Ali ardía de rabia. El derrotado campeón dijo que Frazier “estaba confraternizando con el enemigo”. A los ojos de Ali, su rival se había convertido en héroe de las mismas personas que cuando era joven en Carolina del Sur, ni siquiera hubiesen escupido en su dirección.
Mientras los setenta se iban pasando y los movimientos que florecieron al inicio de la década comenzaban a marchitarse, las burlas de Ali a Frazier se hicieron menos políticas y más indefendibles. Cuando sobrevenía la otra épica pelea de 1975 en Manila, Ali llamó repetidamente a Frazier, “gorila”. Recitaba versos sobre cuán “negro y feo” era su rival. Para Ali, todo era parte del show. A Frazier eso lo lastimaba más que cualquier trompada del arsenal de Ali.
Años después, Ali confesaba: “Dije muchas cosas al calor del momento que nunca debí decir. Le puse sobrenombres que no debí ponerle. Pido perdón por eso. Lo siento. Todo eso fue solo para promover la pelea”.
Joe Frazier no quería saber de nada de disculpas. En su retiro habría expresado su satisfacción en el papel que probablemente jugó como responsable del mal de Parkinson que hoy padece Ali. Cuando Ali encendió la antorcha olímpica en las olimpíadas de 1996, Frazier indicó pesar de no estar ahí para empujar a su antiguo adversario hacia las llamas.
Las raíces de su furia fueron mucho más profundas que cualquier cosa pronunciada por Ali. Joe Frazier ganó la medalla de oro en las olimpíadas de 1964. Nunca eludió la conscripción. Tampoco fanfarroneó con que iba a tirar su medalla al río Ohio. Jamás dijo “Dios maldiga a los Estados Unidos”. Pese a esto Ali encendió la antorcha mientras Frazier se quedaba clavado y amargado en su casa. El establishment eligió al antihéroe y Joe Frazier solo fue el complemento tonto de la dupla.
Otra cosa que aturdió a Frazier fue cuando su Filadelfia adoptiva decidió colocar la estatua de un boxeador, eligió al muy ficcional – y muy blanco – Rocky Balboa como su hijo favorito. Él hizo las cosas en “la forma que correspondía” y Filadelfia le dio el revés de la mano como si la ciudad fuera uno más de sus despreciativos “jefes” de su juventud de Beaufort.
Este no debió ser el destino de Joe Frazier: el héroe a mano de todos aquellos que deseaban que Ali fuese castigado por sus posiciones políticas: Este no debió ser el destino de Joe Frazier: internalizar y lamerse las heridas de cada puazo que provenía del “Gaseoso Casiuss” en vez de dejarlos pasar sin molestarse. Este no debió ser el destino de Joe Frazier: rechazado por el mismo establishment que se mostró tan rápido en abrazarlo cuando le convino y lo necesitó. Smokin’ Joe merecía algo mucho mejor.
The Nation, 09 – 11 – 11
La Quinta Pata
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