domingo, 25 de marzo de 2012

Primeras resistencias de mendocinos “sin nada”

Hugo De Marinis

Mucho se festeja el advenimiento de la uva y el vino a finales del siglo XIX, con sus afines y pujantes agroindustrias, como factores modernizantes y singulares del progreso mendocino y la definitiva entrada de la provincia en el capitalismo contemporáneo esparcido como tsunami a lo largo y a lo ancho de la geografía “civilizada”. Sitios puntuales de nuestra ciudad honran con los nombres de los artífices de ese progreso (Arístides Villanueva, Emilio Civit, Tiburcio Benegas, Antonio Tomba et al), que abrió las puertas de la producción de Mendoza al resto de la nación y, con limitado alcance, al mundo (occidental). Y las fue cerrando a los gastados feudos de la antigua hegemonía.

Aquel progreso, sin embargo, contó con un aporte cuantitativo, sustancial e imprescindible, de unos personajes casi siempre omitidos como pilares de primer orden en el desarrollo local: el peón, el jornalero, el obrero y aquellos miles que de una u otra manera servían a los nuevos y viejos emprendedores. La referencia a estos marginales del sistema ha consistido por lo común en una visión complaciente y paternalista donde se resalta el colorido folklórico de una gente humilde, alegre, mansa, con una solo aparente buena disposición al trabajo y sin interés en hacer olas en cuanto a sus paupérrimas condiciones de existencia. Este panorama benévolo tiende a intensificarse en los primeros días de marzo, cuando los mendocinos nos celebramos y somos celebrados con el espectáculo de la fiesta nacional de la vendimia.

Respecto a estos pobres de nuestra tierra no abundan registros que detallen sus carencias y protagonismos en la acumulación de la riqueza ajena, a no ser que los rastreemos en los recuentos de los ricos. La historia, verdad difícil de refutar urbi et orbi, la escribió la clase dominante también en nuestros pagos. Tal hecho, de cualquier manera, no impide los esfuerzos por indagar nuevas precisiones sobre esa época porque aquellos seres del mundo del trabajo más duro y peor retribuido, obviamente no solo eran componentes contentos y pacíficos del proceso llevado a cabo para el avance de la sociedad. Como sus predecesores los pueblos originarios, gauchos y criollos pobres, también con lo poco que había a mano en ese contexto histórico y con astucia individual, se las ingeniaban para resistir.
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Había en efecto pocas referencias del contorno que mostraran caminos para encarar esas resistencias. Las fronteras de nuestros hermanos los indios, empujadas por la civilización hacia su extinción, las reglamentaciones nacionales acerca de la penalización de la vagancia, con la exigencia a los dueños de nada, de portar lo que constituía el pasaporte que habilitaba malamente la libertad de movimiento – la papeleta de conchabo – dejaban mínimas posibilidades colectivas de pelear las penurias en conjunto.

Las resistencias precoces a los abusos de los poderosos, entonces, eran escasas y surgían del algún encono individual de un pobre sin nombre por las condiciones de explotación a que estaba sometido. Una de las restringidas formas de cuestionar la voluntad omnímoda de los propietarios – y de la que hay registros porque los medios de comunicación informaban al respecto – era la fuga. La papeleta de conchabo – vigente hasta 1903 en que una ordenanza del ministerio de gobierno de la tercera administración de Elías Villanueva (primo de Arístides), la anuló – restringía el derecho de peones, jornaleros, obreros y miembros del servicio doméstico a movilizarse y elegir otra posibilidad de empleo.

Se denominaba fuga lo que constituía por lo menos un delito ético de los empleadores, quienes para asegurarse el servicio cautivo del sin nada, le impedían no solo su movilidad sino que lo endeudaban en las ruinosas proveedurías, conocidas por el abusivo sobreprecio de las mercancías básicas para la supervivencia del trabajador. Resulta que además de la retención del fruto de su labor, el pobre empleado le quedaba debiendo al dueño / proveedor: como deudor no se podía marchar sin pagar. Para reforzar lo anterior se utilizaba el rigor policial, que aliado al del propietario, hacía cumplir al pie de la letra este adefesio de reglamentación, persiguiendo, castigando y al final restituyendo por la fuerza a los fugados que habían pasado a ser considerados delincuentes.

Hubo un caso que se hizo público y se conoció gracias a la atención que le brindó la prensa debido a la intervención del cónsul de Italia en Mendoza quien se quejó a las autoridades porque un grupo de sus connacionales pretendía abandonar sus ocupaciones por atraso en la liquidación de sus haberes y con la intención de agenciarse otro empleo. Fueron arrestados por no llevar la consabida papeleta (Los Andes, 9 de abril de 1891 [1]).

Habrá que esperar los albores del siglo XX para los primeros intentos de organización gremial de obreros y trabajadores que ya comenzaban a sumar entre sus filas el aporte inmigratorio – en 1914 constituía el 27,6% [2] del total de la población mendocina – con su cuota de experiencia sindical e ideologías de avanzada. Es importante destacar sin embargo que antes de este ingreso masivo de extranjeros, en noviembre de 1890 se declaró la primera huelga reconocida en Mendoza: los que estaban a cargo del tendido ferroviario hacia Chile, situados en Uspallata, dejaron sus puestos en protesta por el adeudamiento de salarios por parte de la empresa chilena de construcción Clark y Compañía – de los hermanos Juan y Mateo Clark – que en medio de las obras se había fundido y se valió de todas las maniobras a su disposición para no cumplir con sus obligaciones.
Los dueños solo de su fuerza de trabajo continuarían sus luchas sin cejar durante todo el siglo pasado y lo que llevamos de este hasta nuestros días, con altos y bajos, pero con más coordinadas resistencias colectivas, que a su vez dieron paso a la concomitante sofisticación de los medios de represión. Esta historia de luchas y resistencias no acaba de ninguna manera como quisiera alguna frivolidad posmoderna: es la historia que nos interesa y nos proponemos ayudar a desempolvar y difundir.

[1] Citado por Rodolfo Richard-Jorba en Empresarios ricos…Pág. 196, nota 519)
[2] Empresarios ricos…pág.193.



Fuente: Richard-Jorba, Rodolfo. Empresarios ricos, trabajadores pobres. Rosario: Prohistoria, 2010.
Vargas Cádiz, Nestor. “Los hermanos Clark” Losamigosdeltren.cl (http://www.amigosdeltren.cl/personajes-historicos/los-hermanos-clark)

La Quinta Pata, 25 – 03 – 12

La Quinta Pata

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