domingo, 1 de abril de 2012

30 de marzo de 1982, épica mendocina antes de Malvinas

Ramón Ábalo

Como un hito de lo que denominamos en el libro en el que estamos trabajando con el socio de escrituras, “El mito de Mendoza conservadora”, es en tiempos de cólera y épicas como las que venimos viviendo desde hace décadas en esta Argentina, que este pedazo de tierra cuyano destaca una rebeldía popular sin pausas aún desde el mismo fondo de su historia. Lo fue aquel 30 de marzo de 1982, con una dictadura genocida alicaída a la que ya se le podía "mojar la oreja". Esto fue lo que decidió la CGT, llamando a un paro general por pan, paz y trabajo, entendiendo que ya era el momento de sacar el pecho, ponerlo y enfrentar a las balas y una estructura estatal optimizada tras los muros del Pentágono y la CIA del imperialismo yanqui, para aniquilar la rebeldía de los pueblos latinoamericanos. No era poco, cuando ya los organismos de derechos humanos habían contabilizado desapariciones, torturas, fusilamientos y asesinatos, como asimismo exclusión social, laboral, educacional, cultural y exilio exterior e interior de millones de argentinos. En 1980 se conoció el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), como resultado de una misión que estuvo en el país, forzada la dictadura por los organismos para permitir esa misión. Comprobó lo que se venía denunciando por dichos organismos y así se corroboró universalmente la esencia represiva y criminal de la dictadura.

Ese día, ya había transcurrido su media jornada, estaba programada una concentración y marcha para enrostrar a la dictadura su miserabilidad humana y el rescate de la soberanía popular. Nada menos. Ya en soledad casi, grupos de trabajadores, culturales (Teatro Abierto, el cancionero popular) y fundamentalmente, los organismos de derechos humanos, habían empezado a erosionar la paz de los cementerios de la dictadura genocida. Era claro que esa consigna cegetista de paz, pan y trabajo era la cobertura del anhelo de recobrar la soberanía popular.
Los organismos humanitarios se sumaron a la protesta y se dieron cita ese día - el 30 - para sumarse a la bronca tantos años acumulada. De acuerdo a lo programado por la CGT, las distintas columnas de manifestantes que se concentrarían en diversos lugares, debían confluir a la explanada de la casa de gobierno a partir de las 16:00. Los organismos se citaron en la esquina de San Martín y Colón, para allí sumarse a los manifestantes que se dirigieron al lugar citado. No sólo éramos los militantes de los organismos como Madres, Familiares, la Liga, el Movimiento Ecuménico, la Asamblea Permanente, sino también amigos de las víctimas y simpatizantes políticos y sociales.
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Ya en el trayecto desde el local de la Liga, en calle Entre Ríos, el optimismo de una jornada distinta menguaba en la medida que transitábamos la avenida San Martín al lugar de la cita. Es que no percibíamos signos de que la convocatoria hubiera calado masivamente en el colectivo menduco. Pero en la medida que nos acercábamos, sí nos llamaba la atención que desde el Sur, eran evidentes grupos masivos de peatones que transitaban solamente por las veredas. Instalados en el punto de referencia, sentimos disparos que alguien dijo que eran de ametralladoras. Eran disparos de armas de fuego, sin vuelta de hoja. Previamente, con un par de compañeros, entre ellos Alberto Vega, el abogado de los organismos, nos animamos a dirigirnos hacia el sur hasta llegar a Pedro Molina. Marta Rosa Agüero, Isabel De Marinis, Isabel Pérez, Cora Cejas, la gringa...Albino Pérez, su esposa y sus hijas, y decenas más componían el grupo, así como otros compañeros del resto de los organismos. Allí tuvimos información, por esa oralidad comunicacional del boca en boca, de grupo en grupo que se da naturalmente en ese tipo de circunstancias, algo que pude ratificar cuando el Mendozazo, en el ‘72. Claro, con una cierta imprecisión que siempre es algo más de la realidad, lógicamente. Entonces allí nos enteramos de que se había producido una balacera desde las fuerzas represivas hacia la columna que venía desde el local de la CGT, por calle Patricias Mendocinas. En una solicitada de la CGT, conocida el viernes pasado, se denuncia que el comandante Carlos Horacio Garay, era el jefe de la represión que dio muerte a Benedicto Ortiz y herido a varios manifestantes.

Prosiguiendo con el relato en primera persona por haber participado en el meollo de la bronca colectiva, llegamos al momento en que por un incidente entre algunos grupos y un patrullero de la policía, como a la señal de una voz o un gesto invisibles, se lanzó a la calle y allí se encolumnó y de un vistazo compruebo – comprobamos - lo inimaginable: una masividad popular enfrentando a los ya genocidas. El terrorismo implantado por el crimen masivo, al menos en ese día se rompía como un recipiente de vidrio caído al suelo. O al menos se trizaba.

Se va a acabar / se va a acabar...
Ya comprobada la represión y las víctimas, la columna de la CGT bajó por Pedro Molina y al llegar a San Martín, encaró hacia el norte, dejando de lado el primer objetivo que era ocupar la explanada gubernamental. Varias cuadras fueron rebasadas por los manifestantes, y los cánticos rebeldes se reproducían desde miles y miles de gargantas ¡se va a acabar / se va a acabar / la dictadura militar! , que la bronca y el ingenio populares potenciaron la esencialidad: ...¡se va a acabar, se va a acabar, la dictadura criminal! Y al llegar a Lavalle, con la CGT y su secretario general al frente, J. Zaffora, se encaminó hasta la catedral, frente a la Plaza Sarmiento, sin dejar de gritar las consignas, a las que se agregó un solo grito lleno de ira cuando se comprobó que en cada bocacalle estaban emplazados tanquetas y camiones con soldados. Retumbaba en los espíritus y en el cemento de los edificios: ¡Asesinos! ¡asesinos! ¡asesinos!

La derrota fue en las calles
Eruditos sociólogos y politicólogos se esmeran todavía en sacarle punta al lápiz para descifrar por qué la aventura belicista en Malvinas, apelando a los manuales del arte de la guerra, y si los estrategas genocidas desconocían lo elemental: la relación de fuerzas. Ningún oponente al imperio isabelino podía ignorar el poder militar que posee, más los de sus aliados yanquis y europeos, mancomunados en el colonialismo depredador desde hace siglos. Se les escapaba el deterioro al que habían llegado, potenciado por ese 30 de marzo, marcando el quiebre total del poder genocida. Por encima de ello, evaluaron que las expresiones populares en las calles de las metrópolis argentinas ese día constituían la avanzada incontenible de ahí en más. Porque esa épica de aquel 30 de marzo de 1982 los precipitó a la derrota al haber mancillado, una vez más, la específica misión de defender la soberanía del país en los límites de la frontera, desde el interior hacia lo externo. Sin ética profesional, ya habían hocicado su cobardía en el fango de la barbarie. Y claro, el heroísmo en Malvinas fue exclusivamente de los soldados rasos, los hijos del pueblo.

La Quinta Pata, 01 – 04 – 12

La Quinta Pata

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