domingo, 6 de mayo de 2012

Lo mira por tevé

Hugo De Marinis

El viaje, como los de los últimos años, lo dejó molido, mareado, grogui, medio sordo. Tirado en la cama recordaba melancólico los tiempos en que montarse a un avión era asunto de burgueses o desesperados. Antes, existía la posibilidad de repantigarse en un par de asientos vacíos y aún con las incomodidades inherentes a la situación, echarse un apoliyo. Los aviones raramente se llenaban.

Ahora los asientos han devenido asientitos en los que además de la preocupación por caber, hay que rogarle al destino por los buenos modales del que te toque al lado, no vaya a ser que trate de avivarse pasándose los límites de su lugar con ánimos invasores. Con el cuento de la eficiencia empresarial, piensa, dentro de poco van a permitir, ofreciendo un descuento minúsculo, que se viaje de “dorapa”.

- La mayoría de la gente nunca se subió a un avión, ni lo hará en su ciclo vital – le aclara su compañía para que no dramatice una fruslería y focalice en que si ha venido, entre otras cosas, fue para presenciar cómo se despliega este tema de YPF.

* * *

Pasaban los minutos y continúa acostado y amodorrado con la televisión encendida emitiendo el zumbido ininteligible de los discursos de los diputados que se suma al zumbido aéreo de sus oídos. Medita, en el caos onírico de su estado, sobre la última vez que se arrimó a la Plaza del Congreso. Dormita: más que pensamiento es sueño: sueño dirigido. Aquella vez llegó para tener la experiencia de festejar con las nuevas generaciones el primero de mayo, unos diez años atrás.

Con una compañía diferente – joven, musculoso, con experiencia de calle – recorrieron varios sitios de concentración que fueron parcelados de acuerdo al pelaje del convocante. De la Plaza de Mayo y del Obelisco no recordaba mayor cosa – quizás las sogas que señalaban la frontera entre los que marchaban y los que observaban, y alguno que otro garrote portado por los que cuidaban la movilización, supuestamente un artefacto de defensa.
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Por las cercanías del Congreso el ambiente era más abierto. En la ocasión infirió que se podía integrar sin obstáculos y así lo hizo. En el medio de un mundo de compañeros trabajadores y desocupados peló distraído su atado de cigarrillos. Al instante se vio rodeado de una pequeña multitud juvenil que ayudó a que el atado se esfumara sin su esfuerzo. Ante alguna reticencia, la compañía joven le sugirió:
- Comparta compadre, sea generoso – y en voz más baja – a ver si todavía nos dan la biaba.

Compartió y agregó un bono forzado: los chicos le reclamaban también monedas para comprarse un sánguche porque no habían comido desde la mañana y ya era bien entrada la tarde. El fumador empedernido comprobó que por prevención los quioscos de la zona permanecían cerrados. No sería fácil por el momento que pudiese reponer el paquete. Su compañía joven le adivinó el gesto de ansiedad y le largó:
- A estos pibes ni se les ocurre comprarse un paquete de puchos; por ahí con las monedas que les diste, alguno suelto.

* * *

Cigarrillos sueltos: “país virtual y país real”. Con estas palabras sobresalta su modorra evocativa. Palabras de la presidenta que la prensa amable a la gestión oficial ha adoptado para denunciar las enormidades de su opuesta, la prensa corporativa. Su preferencia traída desde lejos es la del “país real”. En su somnolencia cree haber entrevisto al diputado mendocino Enrique Thomas fatigar razones por las cuales negarse al voto afirmativo junto a los 17 pares que representa en lo de la nacionalización del 51% de las acciones de YPF. País real, país virtual, ¿cuál de los dos?

La compañía actual le acerca Clarín que plantea que todo está mal. A su lado guarda Página 12, que en su entusiasmo por la gestión gubernamental, por lo general omite defectos. Sin embargo, la común posición progresista de este último matutino se le hace más apetecible y de inmediato rechaza la cabeza del multimedio:
- Llevatelo – a lo que la compañía contesta con otra cosa: - No hay por qué tener miedo, pero si vas a ir más vale cuidate, como si estuvieras en cualquier otra ciudad grande del mundo.

Claro. “Cuidate” quiere decir que en sus planes no figura acompañarlo. Puede apreciar el cielo súbitamente oscurecido a través de la ventana de la habitación. De decidirse, más allá de lo que digan los medios, quien tendrá que poner el cuerpo será él. El elemento que se aglutina hoy frente al Congreso - se da cuenta - no padece las mismas penurias que el de hace diez años, por lo que los puchos, si los tuviera, no correrían peligro. Pero no los tiene ni tendrá por los achaques de la veteranía que lo obligaron a abandonar el vicio. Hace mucho asimismo, que no carga monedas en sus bolsillos.

¿Qué será? ¿El país virtual o el real?: no importa. Ha dispuesto no ir y mirarlo por tevé; cree que, más que por temor, por fiaca. El viaje hizo estragos con sus piernas y tiene los pies hinchados, aunque del mate ya está alerta y sigue con interés el discurso de cierre del Chivo Rossi. No entiende por qué la confianza de llamarlo Chivo si no lo conoce. Debe ser porque le cae simpático y le suena como un tibio baño de sinceridad que traiga a colación los huevazos de antaño, los aplausos presentes y eso que dice acerca de la perdurabilidad de las ideas.
Calcula que el hombre, muy como cualquier otro – demasiados furcios – no es un dotado en las artes oratorias. Pero ve que suple esas insuficiencias con ganas, emotividad, pasión. Rossi lo contagia en su esfuerzo por dirimir lo perentorio en cuanto a las necesidades del país real. Pese a sus reservas, el viajero está de acuerdo con la mayoría. Pese a sus reservas, nota que los cristales de sus lentes se nublan de repente y antes de que su compañía actual regrese a la habitación se apura… pese a sus reservas, a invitarla a cenar a algún restorán cerca del Congreso.


La Quinta Pata, 06 – 05 – 12

La Quinta Pata

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