domingo, 29 de julio de 2012

La importancia de las pequeñas cosas

Rolando Lazarte
*

Cuando veo las palabras aparecer en la hoja, algo en mí se empieza a ordenar. Algo empieza a estar en su lugar. Ese algo soy yo mismo. Esa hoja es esta hoja, y es la vida también. Todo el mundo escribe, de distintas formas. Todas y todos estamos, en todo momento, escribiendo. Se escribe con la presencia, con el modo de ser, con la forma como nos relacionamos.

Con nuestros actos y con nuestros sentimientos, vamos escribiendo la continua escritura del mundo y de la vida. Tal vez fuera esto lo que Jorge Luis Borges quisiera decir al escribir, poéticamente, que “no hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo”. Yo no sé si esto es lo que Borges quiso decir pero esto es lo que yo quiero decir, y lo digo: todos estamos siempre escribiendo. Todo es un escribir constante. Y la vida misma va escribiendo siempre, de distintas formas, con todo su acontecer. Y ahora ya voy llegando a dos pequeñas pero grandes cosas a las que me gustaría referirme.

Un pequeño acto, de gran importancia para mí, realizado en marzo de este año, en el cual fue inaugurada una placa recordatoria con el nombre de los estudiantes y profesores que fuimos perseguidos por la dictadura argentina en 1976. Con ese acto tan simple, se cerraba un ciclo de exclusión y de mentira. Nosotros no cometimos ningún delito para que las autoridades usurpadoras nos expulsaran 36 años después, esto fue dicho. Hay una placa con nuestros nombres.

No hicimos nada de malo. Al contrario, hicimos un plan de estudios de la carrera de sociología, volcado hacia las necesidades de las clases populares, en una perspectiva de liberación. Esto fue considerado delictivo por los delincuentes de 1976. No lo es. No es delito construir redes comunitarias, romper el foso que separa a las clases sociales entre sí: intelectuales y profesionales de un lado, trabajadores y trabajadoras y pueblo del otro.
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No quisimos eso. Ya han pasado todos estos años. Y en este mismo año en que se me reconoció públicamente como alguien decente y digno, con esa placa tan simpe en el aula magna de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo de la que fui alumno hasta la expulsión en 1976, y de la que soy egresado, participé en la formación de un grupo de terapeutas comunitarias y comunitarios en Lagoa Seca, en Paraíba, el estado brasileño en que vivo.

Las cosas se juntan. Se unen los tiempos. Pasado y presente. Continuidad. Ahora el texto continúa. Estos acontecimientos vividos en Lagoa Seca provocaron un movimiento interno de unión. El pasado de mis tiempos de estudiante en movimiento con otros estudiantes que querían una universidad al servicio de las clases trabajadoras y del pueblo, se unía con el tiempo presente, mi actividad como formador en Terapia Comunitaria Integrativa, la tecnología de cuidado creada por Adalberto Barreto.

Cuando me vi en la sala con las terapeutas y con los terapeutas en formación, me tocó hablar de Paulo Freire y de la antropología cultural, dos de los pilares básicos de la Terapia Comunitaria Integrativa. En ese momento sentí que se habían realizado mis sueños de estudiante de sociología de los años 1970. Allí estaba yo, como parte de aquel colectivo utópico que había hecho lo posible para hacer una sociología con la gente, y no sobre la gente. Para liberarnos juntos, y no para dominar ni imponerle nada a las demás personas.

El sueño se estaba realizando en mí, frente a mis ojos. El impacto que tuvo esta formación en TCI fue inmediato, no solamente en mí, sino en todas las personas que participaron de la misma. En mí se evidenció mi verdadero lugar, mi verdadero ser el hacer que me hace. El hacer que me cose con la vida de las demás personas, con el mundo, conmigo mismo. Hasta entonces yo no me daba cuenta de que soy escritor, más que sociólogo, más que cualquier otra cosa en mi vida. Un terapeuta comunitario escritor.

Es bueno saber quién soy, y esta es una de las preocupaciones principales de la TCI: que cada persona se descubra a sí misma, que yo sepa quién soy. Se realizaban al mismo tiempo el sueño de mis tiempos de estudiante, y el objetivo principal de la TCI: el descubrimiento del ser auténtico. No son los papeles sociales los que dan contenido a la persona, los que le dan un sentido a su vida.

La vida de uno tiene sentido si se arraiga en su propia vida. Si mi ser y mi hacer de hoy, tienen que ver con la historia que construí hasta este hoy en que escribo, en que me veo sobre todo como alguien que escribe, alguien que escribe y es escrito al mismo tiempo por el movimiento del mundo.

Y ahora viene un tercer elemento que se incorpora, no como un mero agregado, sino como un cemento más, una costura quién sabe más sutil, por su simplicidad, en el tejido de mi vida: el mensaje de Jesús. Me he incorporado al grupo cristiano que se inspira en la Teología de la Liberación, en la vertiente inspirada en José Comblin. Comblin fue un sociólogo y teólogo belga, que vivió muchos años en Brasil y también en Chile. Este grupo se llama Kairós- Nos Também Somos Igreja, y forma parte del Movimiento Internacional Somos Iglesia (IMWAC).

Comblin fue perseguido por las dictaduras militares que asolaron estos países e ignorado por la jerarquía de la iglesia católica, alejada del seguimiento de Jesús. Pasó sus últimos anos en un barrio pobre de los alrededores de João Pessoa, en Paraíba, inspirándonos con sus escritos y con su vida. En él descubría alguien que era lo que escribía. Este fue siempre para mí el éxito de un escritor. Aquel o aquella que es lo que escribe.

Esto es escribir poéticamente: ser lo que se escribe. Encontré en Comblin la vivencia del mensaje de Jesús que necesitaba. No porque él se pusiera delante del mensaje de Jesús para querer imponer una interpretación personal, sino al contrario, porque fue limpiando ante mis ojos el seguimiento de Jesús, mostrándolo como algo libre y vivo, en permanente renovación.

No solo sin dogmas, sino deshaciendo los velos de las interpretaciones impuestas desde una estructura eclesiástica volcada sobre ella misma, alejada del mundo, de la gente, y de Dios. La simplicidad del mensaje de Jesús, decía Comblin, es para nosotros como la ciudad puesta en la cumbre de la montaña. Tal vez nunca la alcancemos, pero ella nos va guiando en nuestra caminata.

Este hombre simple a pesar de su elevada erudición y cultura me dijo la última vez que lo vi: sea fecundo en su literatura. Creo que sus palabras se están cumpliendo en mi vida. Ser fecundo en la literatura es nacerse, es la autopoiesis, es darse a luz. Estos días después de Lagoa Seca, están siendo días de rencuentro, de reflujo a la fuente original.

No puedo menos que notar cómo todo en mi vida ha venido convergiendo y sigue concentrándose cada vez más en el momento presente. Una plenitud por la que solamente puedo dar gracias, y en la que veo el resultado de la caminata total de mi vida hasta este instante. Es el tiempo de Dios. Y uno no está solo en esta hora, al contrario: todo está aquí, todo es esto y yo soy este todo en el que me reconozco.

Decía Comblin que el amor es aquella parte nuestra que no muere. Entonces reconozco en este presente pleno, el fructificar del amor que me anima desde mi propia esencia, que se ha venido realizando a lo largo de mi vida. Reconozco en este instante pleno, a mis padres y a mis hijos e hijas, a mis hermanos, a mi esposa, a toda mi familia, a mis amigos y amigas, a las personas que me ha hecho ser el ser que soy.

*Doctor en sociología por la Universidade de São Paulo, licenciado en Sociología por la UNCuyo. Miembro de la dirección de la ABRATECOM-Associação Brasileira de Terapia Comunitária, del Grupo de Estudos e Pesquisas em Saúde Mental Comunitária de la Universidade Federal da Paraíba y del Consejo Editorial de la revista Consciência.Net.

La Quinta Pata, 29 – 07 – 12

La Quinta Pata

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