Hay una razón de época, la crisis del capitalismo pone en crisis el ideario liberal y limita el campo de maniobras de la burguesía y sus proyectos políticos actuantes en el movimiento. Dicho de un modo simple, pero contundente: estamos ante el inicio del final de la época histórica abierta en 1789 con el ascenso de la burguesía como clase dirigente de la humanidad toda, ascenso que -no casualmente- se hizo levantando en una mano la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano mientras se sometía los pueblos con la otra. Tal como decían los documentos de la Fundación Ford, de la Trilateral y los llamados “documentos Santa Fe” de los estrategas del Imperio norteamericano, los organismos de derechos humanos se pueden dividir en dos grupos: los que aspiran a mejorar el capitalismo con su accionar humanista y benefactor y los que soñamos con destruir el capitalismo, aportando a la lucha popular, el torrente de la memoria histórica y de la justeza de los reclamos y consignas del campo popular. Creemos firmemente que ser parte del segundo grupo, desde nuestro nacimiento en 1937, en ocasión del comienzo del fin del capitalismo (aunque no se pueda asegurar que su reemplazo sea un estadio civilizatorio superador) es un atributo importante que –de por si- genera oportunidades para crecer de diversas maneras.
Hay una razón regional, los pueblos de América Latina están protagonizando luchas históricas, recuperando valores sembrados en quinientos años de resistencia, que hacen de nuestro continente el territorio de la esperanza para la humanidad. América Latina es hoy , sin dudarlo, el centro del movimiento revolucionario mundial y sus luchas se explican muchas veces en clave de derechos humanos. La idea de un socialismo del siglo XXI que sea el nombre del pleno acceso a todos los derechos para todos se abre paso de la mano de la convicción que más y más seres humanos adquieren de que el capitalismo es incompatible con el desarrollo nacional y social, con la mantención del medio ambiente y con la dignidad humana. Pensar la vigencia de los derechos humanos como un proceso de carácter regional, volver a Bolívar y San Martín, a Sandino y Farabundo Martí, a Salvador Allende y el Che Guevara, nos genera una gran oportunidad de ligar la idea de los derechos humanos a la gran causa de la Segunda y Definitiva Independencia de los pueblos, causa estimulada por la crisis del capitalismo que volverá a poner a rojo la contradicción entre patria y colonia, como lo muestra la invasión a Libia y su bárbara colonización petrolera. El agua dulce, los minerales, el petróleo, los alimentos, nuestras praderas, la cultura de trabajo acumulada, etc. son un patrimonio que el imperialismo pretende absorber totalmente y pondrá a prueba el verdadero carácter de los gobiernos de la región.
Y hay una razón más, de fondo, que surge de que estamos transitando una nueva etapa en la lucha por los derechos humanos, resultado del acumulado histórico de décadas de esfuerzos colectivos, de los cuales la Liga ha sido parte. Una nueva etapa que permite juzgar y condenar a una parte de los genocidas, que se puede pensar como una etapa de expansión de derechos –al menos en el plano de la visualización y reconocimiento formal- y que habilita nuevos debates sobre el modo de avanzar en la lucha contra la impunidad de ayer y de hoy. Claro que la nueva etapa está muy vinculada a la política de la fracción política que hoy es hegemónica en el peronismo y en el bloque de poder, una fracción política que hizo de la cuestión de los derechos humanos su mito fundacional y legitimador; con las ventajas reales que deparó para la lucha –al decidir acompañar desde el gobierno reclamos históricos del movimiento- y por las dificultades que se generan dado que cada acción se piensa como una acción de construcción de hegemonía política y cultural en detrimento de otros sujetos, incluida la Liga, acaso en uno de los primeros lugares.
La oportunidad también deviene de la propia labor de cooptación de banderas y organismos por parte del gobierno. De las contradicciones que esa acción genera entre un mayor espacio y legitimidad social para la llamada “cuestión de los derechos humanos” y la auto limitación que numerosos referentes y organismos se han impuesto a la defensa contemporánea y cotidiana de los derechos humanos, ya sin comillas. Nunca como hoy se ha hablado tanto de los derechos humanos en la Argentina, y no solo en términos de memoria. Nunca como hoy se ha visto una porción del movimiento de derechos humanos (la más mediática y favorecida siempre por el poder para la difusión de sus ideas y acciones) tan temeroso de defender los derechos humanos de los que luchan, de los pobres y migrantes, de los jóvenes y las mujeres, de los pueblos originarios y otros sectores que sufren hoy en día la represión policial (de la Federal y las provinciales) y de las fuerzas represivas en general (sobre todo de Gendarmería, Prefectura y Penitenciaria). El llamado “caso Schocklender” puso de relieve, ante propios y extraños, que la cuestión de la autonomía no es meramente un problema ético o teórico, sino la condición de existencia de un movimiento de derechos humanos creíble y confiable para los que luchan. Muchos han soñado en estos años con reemplazar a Hebe y las Madres en el imaginario popular, pero no es tan fácil y no cualquier cacatúa llega al lugar de Carlos Gardel; tampoco será fácil para nosotros, ni lo pretendemos, pero creemos posible ocupar un espacio mayor para la propuesta política de la Liga entre los que sufren violación a sus derechos, luchan contra la impunidad del genocidio, luchan por sus derechos hoy mismo y en el amplio espacio democrático que ha crecido en la sociedad al amparo de la lucha histórica por el Nunca Más, el repudio al Terrorismo de Estado y el propio impacto de los juicios en curso contra los genocidas.
Se trata de encarar, sin prejuicios ni auto limitaciones, la cuestión del mito en la construcción política. En el movimiento de derechos humanos se han construido mitos que poco tenían que ver con la real sucesión de los hechos y las conductas pero en un momento dado, por una combinación de factores, ese mito se hace creíble para millones. Hoy ese mito fundacional, “la pureza de los pañuelos”, “las únicas que lucharon contra la dictadura”, está afectado de distintas maneras: por los hechos de corrupción indisimulables que afectan a algunos, por la verdad que va surgiendo de los juicios del que va surgiendo un nuevo relato sobre el Terrorismo de Estado y la lucha contra la impunidad. No por casualidad, en la intervención de la decana de Derecho, Dra. Mónica Pinto, al reflexionar sobre los juicios reales, solo menciona el juicio contra Etchecolatz y el del Negrito Avellaneda; siendo la Liga parte de los protagonistas de ambos. Se trata de trabajar con más ahínco en fortalecer el mito del Negrito como joven víctima y resistente de la dictadura, de tratar de instalar con más fuerza que la Liga estaba de antes, estuvo siempre y estará al lado de los que sufren y de los que luchan. Como todo mito necesita una base de realidad y desplegar todo lo que se pueda. Y es que en la historia radica uno de nuestros puntos más fuertes para ocupar espacios sociales y políticos para nuestra propuesta política. La oportunidad, puntualmente, radica en que por la historia y la política, por la acumulación de doctrina y de militantes, de amigos y aliados, la Liga puede ocupar una parte de ese espacio al que ya no le es tan fácil asimilar por los organismos “de afectados”, venerados por la prensa oficialista tipo “6, 7, 8” pero que han perdido buena parte de la magia con que enamoraron a una parte del pueblo argentino en los años de la impunidad dura de Alfonsín y Menem. Una y otra vez hemos dicho que la cuestión de fondo no es la corrupción, sino la perdida de autonomía dado que en ese espacio de subordinación se generan las conductas y fenómenos que han mellado la legitimidad social de dichos organismos.
La Liga puede ser parte de un proceso de reformulación doctrinaria y reagrupamiento de fuerzas, que, en principio, se definen por tres banderas y un principio articulador central de toda nuestra actividad. Las tres banderas son: una, la de la integralidad de los derechos humanos entendida como inescindibles y contemporáneos; dos, la mirada latinoamericana como clave de la lucha por su plena vigencia por los caminos de la integración de los pueblos y tres, la idea de la autonomía como distancia del poder y los gobiernos, nunca como indiferencia, neutralidad o apoliticismo. Y todo ello se materializa, efectiviza, concreta en la práctica de la solidaridad con todas los que luchan y con todos los reclamos populares; la solidaridad como ser partes y hacernos cargo, como hacer nuestro el reclamo y la lucha, como modo de involucrarnos seriamente en el conflicto social y político en el que se gesta la defensa de los derechos humanos alcanzados y la lucha por conquistar nuevos.
La Liga puede agrupar a centenares de militantes populares, incluidos profesionales universitarios del derecho y otras disciplinas humanistas, ya sea que tomen a la Liga como su único ámbito de militancia o lo combinen con militancia en partidos políticos, sindicatos, colectivos culturales o funciones publicas. Por encarnar una cultura de lucha y resistencia que se vincula al antifascismo y los intentos revolucionarios del siglo XX, la Liga puede contactar con las nuevas ideas y formas de encarar la rebeldía y la resistencia a la negación de humanidad que es el capitalismo en el mundo, América y la Argentina. Pensarnos como parte de un colectivo más grande, como parte de un bloque político social en formación desde finales del siglo pasado, imaginarnos como amigos y aliados de decenas de fuerzas políticas, sindicales, sociales y culturales, nos permite pensar un lugar concreto para la Liga en la alternativa popular que el pueblo necesita para sostener los pasos dados en estos años y enfrentar los desafíos que la crisis y la tendencia a “naturalizar” el capitalismo nos traerá en los próximos años; justamente en el lapso pensado de estos próximos seis años. Renunciar expresamente a toda forma de vanguardismo o de construcción de un proyecto político autosuficiente enmascarado en un movimiento de derechos humanos no solo es un problema de honestidad intelectual, también nos libera de tensiones y exigencias que han terminado liquidando más de un colectivo de militantes con tanta o más legitimidad que la Liga.
Acaso la primera condición para aprovechar la oportunidad es reconocerla y asumirla. La oportunidad no existe fuera de nosotros. La oportunidad está en nosotros mismos. En la fuerza de nuestros abogados y querellantes en los juicios. En la labor de nuestros militantes en la solidaridad internacional. En la cuidada defensa de nuestro patrimonio histórico. En la firme voluntad de cambiar cotidianamente simplemente porque los desafíos son nuevos y no hay recetas ni ensayos para abordarlos. Difícil pensar en otro valor que la fuerza de la voluntad al tratar de entender la vigencia de la Liga a lo largo de casi tres cuartos de siglo. Seguro que no alcanza, pero seguro que sin ella no se puede soñar en que haya una oportunidad para crecer y mucho menos en aprovecharla. Como dice el poeta Gabriel Celaya:
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo
La Quinta Pata, 01 – 07 – 12
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