domingo, 21 de octubre de 2012

La palabra y la pelota

Eduardo Paganini

Entrando al área chica con palabra dominada

El fútbol televisivo y las percepciones del espectador parecen fluir por senderos divergentes, pero —como suele suceder— el peso de lo dicho impone que el relato se sobreponga a la realidad. Un intento por descifrar una operación semiótica.

Entrando al área chica con palabra dominada


Los que tenemos muchos campeonatos en nuestras historias de vida hemos pasado por varios formatos de televisación: desde los partidos fragmentados —en granuladas películas de blanco y negro— a través de aquellos enormes televisores hasta el detallismo hiperrealista de la tecnología del HD de hoy, pasando por el avance del video —la máquina de mirar— con su facilidad de traslado y su fidelidad para recopilar situaciones de diferente naturalezas.

En una de esas etapas, en tiempos no tan lejanos, esta actividad deportiva quedó exclusivamente en manos de empresas de canal de cable, y por ende quedó privatizada su emisión: para ver fútbol hubo que pagar. Con ello, consecuentemente, se inventó la propiedad privada del gol, mejor dicho la propiedad privada de la percepción del gol: hasta que la empresa poseedora de la licencia no ponía al aire el show de los goles, nadie podía verlos en la pantalla. Como consecuencia de ello tuvimos apasionantes programaciones como, por ejemplo, cámaras que mostraban en vivo y en directo tribunas, galerías o plateas a lo largo de los 90 minutos de un partido determinado mientras algún relator daba cuenta de lo que sucedía en el campo de juego— con muchos menos detalles que en una radio— pero la imagen de la conversión del tanto o su jugada quedaban excluidas. Del gol: ¡niente!
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Por eso, en ese sentido, la aparición del fútbol para todos no dejó de ser un avance en el desarrollo del imaginario colectivo, habida cuenta de la importancia que adquirió este deporte en el terreno de las identidades culturales. Imaginemos la absurda situación —pero no improbable— de algún ciudadano vedado de opinar sobre el gol de Maradona a los ingleses simplemente por no haber tenido cable en su hogar (de paso recordemos que esta situación es solo hipotética porque en la mayoría de los gobiernos de turno, las presentaciones del seleccionado nacional adquirieron carácter de asunto de estado y se propiciaba sistemáticamente su televisación por canales de aire).

El comentario anterior tiene tono de aclaración y advertencia previas para el lector desprevenido que interprete del análisis que aquí se despliega como una nota de rechazo, repudio u oposición a la aparición del bloque deportivo por la tevé abierta. Por lo contrario, no solo estamos de acuerdo con la decisión, sino que entendemos debería ser más extensiva e incluyente de otras categorías y especies deportivas. Inaugurar uno o más canales para ese tipo de programación, si fuere necesario.

El foco temático que se desea abordar tiene que ver con las voces de los partidos, con el relato y su vínculo con la imagen que aparece simultáneamente. Por supuesto que hay singularidades y estilos, que cada voz tiene nombre y apellido e historia periodística, además de posición social, política, económica y cultural, pero en este caso se pretende abordar cierta tendencia global de las emisiones, sin deslindar ni asignar cualidades personales. Se desea hablar de un estilo televisivo global.

En primer término, no deja de llamar la atención la similitud de televisación que tiene esta tv pública con sus antecesores, los canales privados y privadores. A tal punto, que re-surgen en la nueva propuesta y casi como en una sucesión de etapas cronológicas: a) la misma visualización del partido con su misma estética, su misma mirada del evento y los mismos encuadres técnicos , b) algunas de los mismos relatores y periodistas con sus mismas voces y que estaban —hasta horas antes de pasar a la tv estatal— muuuy identificados con las entidades privadas de medios audiovisuales, c) sus comentarios de circuito cerrado, caracterizados por su frivolidad, levedad y elitismo, ch) la naturalización de cierto lenguaje soez y chocante.

De todos modos, no son esos puntos los que entendemos como los más delicados en este tema. Hay otro aspecto que por su carácter aparentemente secundario puede tomar una entidad de mayor porte y consecuencias: la imposición de una verdad a través de lo que se relata a pesar de que la imagen y la visión señalen otra realidad.

Veamos cómo se puede explicar esta idea… Quizá con un ejemplo: el partido está por finalizar en un empate para el que un equipo hizo más fuerza que otro o se desesperó más para conseguir la igualdad. Un comentarista dice: …las cosas del fútbol… Equis Equis Club se lleva injustamente la suerte de un punto mientras que Volantines Juniors ve resignada su carrera en el campeonato a pesar de haber sido claro dominante en el juego…etc. etc. A veces, el periodista puede ser complementado por otro colega que acentúa la partitura, por medio de lo cual terminamos convencidos de que Equis Equis Club “tuvo mucho tarro”, según viejas expresiones futbolísticas en desuso. Pero también a veces —si fuimos telespectadores de esa competencia— sentimos, nos parece, que no fue tan así como dice esta gente… nos abriga la duda… empezamos a vacilar de nuestros criterios para valorar la calidad futbolística (síntoma muy insano en un argentino que se precie). Así estamos cuando imprevistamente, y como consecuencia de tanta tecnología al servicio de todo, la pantalla ofrece un cuadrito estadístico muy breve que dice: “Posesión del balón: Equis Equis Club 48%, Volantines Juniors 52%”. Evidentemente, un dato que muestra una situación de igualdad deportiva, y que corrobora nuestra sensación, quedando al descubierto que el relato del acontecimiento trató de enmascararlo, travestirlo, dibujar otra cosa. Desconocemos el objetivo, probablemente no sea trascendente y no sea más que la necesidad de ese ñato por creerse infalible en conocimientos sobre historia, técnica, táctica y estrategia del fútbol. Quizá una necesidad profesional para seguir en el ranking de los buenos relatores, un ardid laboral para garantizarse laburo para lo futuro…

Este síndrome de mirá lo que te digo aparece también en episodios menores del juego, y la mayoría de las veces tiene un tono favorablemente crediticio hacia los jueces —excepto que esté manifiestamente disconforme con ellos. Esto sucede en los orsais o en los fules, cuando la velocidad de la jugada o la parcialidad de la toma muestran una escena vertiginosa, imprecisa, que puede ser una cosa como otra… Frente a su repetición, asistida por mecanismos tecnológicos y digitales, que impresionan pero no aclaran, suelen los relatores confirmar lo que sigue siendo una duda. El telespectador solo ve que la caída es más lenta pero no ve dónde se origina, cómo impactan los cuerpos, ni cuándo. Pero no importa, la sentencia ya está dictada: el relator cerró el expediente. Quizá más fácil sean los casos de las posiciones adelantadas, porque allí están las líneas dibujadas que marcan la colocación del último hombre, pero… los prestidigitadores de las palabras también aquí pueden hacer su juego: a favor de una voz diferente de la imagen tienen la posibilidad de una cabeza inclinada, un codo doblado o una pierna flexionada que por milímetros salen o entran de la zona prohibida, o bien el juego de la perspectiva permite decir cómo ese hombre que lo veo atrás en realidad me dicen que está adelante…

Es verdad, el fútbol ahora es para todos. Pero parecería que lo único que podemos hacer todos es encender el aparato, porque lo que veremos allí será decisión de una sola voz, la del relator/comentarista de turno.

La Quinta Pata

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