Cuando los primeros españoles llegaron a lo que es hoy la provincia de Mendoza, la población indígena estaba compuesta por dos grandes parcialidades: la de los huarpes y la de los puelches. Esta división debe señalarse ya que existen sustanciales diferencias en el tipo de vida de ambas agrupaciones. Es generalizada la creencia de que los pehuenches también ocuparon este espacio físico; sin embargo, un detallado estudio de la documentación pertinente indica que estos pueblos en la época que se está tratando vivían en un sector de lo que hoy es la República de Chile y que ingresaron a las provincias argentinas en pleno período colonial.
Las fuentes para el conocimiento de la cultura de los huarpes es obtenida a través de los textos escritos por los primeros cronistas de América, los viajeros, por la documentación generada por la actividad gubernamental, jurídica, eclesiástica, etc. Curiosamente la información proporcionada por la arqueología es poca y fragmentada. Esta no ha podido complementar el conocimiento obtenido a través de las fuentes históricas. Por lo tanto, lo que se conoce de estos aborígenes corresponde al momento de la ocupación hispánica, desconociéndose toda la historia de tiempos anteriores. En suma, resta por investigar cuál es el origen de este pueblo, en qué fecha se instaló en estas tierras y cuál fue su desarrollo cultural en ese lapso.
Según los investigadores que se ocuparon del tema, los huarpes de Mendoza se extendieron por todo el territorio provincial, excepto el sector que se dilata al sur del río Diamante. Los límites de ocupación serían al norte de la frontera actual con la provincia de San Juan, al sur el río Diamante, al oeste la Cordillera de los Andes y al oeste el río Desaguadero.
Se ha especulado acerca del significado del
término huarpe. Según parece la raíz “huar” tiene mucho que ver con el nombre propio de la divinidad principal de ese pueblo que es Hunuc Huar. La partícula “pe” se encuentra presente en muchas palabras relacionadas con situaciones de parentesco por consanguinidad. De ser esto cierto se podría traducir el término huarpe como “pariente de Huar”, pero no cualquier pariente, sino aquel que está ligado por lazos de sangre. Siguiendo esta línea de pensamiento, podría interpretarse que ellos se consideraban como descendientes directos de la divinidad o bien que participaban del alma de la deidad principal. Desde una perspectiva social esta concepción se extendería hasta el punto de que los huarpes se considerarían como un pueblo elegido por los dioses y en cierta manera mejor que los demás. Este tipo de pensamiento se encuentra presente en muchas poblaciones humanas, especialmente entre aquellas que no conocen la escritura.
En el confín norte colindaban con otros grupos huarpes cuyos asentamientos más importantes se situaban en el valle de Caria o Tucuma, hoy valle del río San Juan. Con estos los huarpes de Mendoza poseían grandes semejanzas y se distinguían solamente por algunos detalles. En el sector sur los huarpes eran vecinos de los puelches y con ellos poseían tantas similitudes como profundas diferencias culturales. La cordillera no constituía una barrera natural para el contacto entre los grupos humanos que se instalaron en uno u otro lado. Sin embargo, existían entre ellos marcadas disparidades, tanto en los aspectos biológicos como culturales. El límite este es el que presenta mayores problemas, pues la documentación existente no es clara y se presta a variadas interpretaciones. Parece ser que el sector de la provincia de San Luis que linda con Mendoza estaba ocupado por grupos nómadas muy móviles, que no estarían emparentados ni social ni culturalmente con los huarpes.
Los aborígenes que ocuparon el centro y norte de Mendoza no lo hicieron en forma homogénea. Existieron concentraciones de poblaciones en relación directa con algún río o arroyo de cierto caudal. Así, por ejemplo, eran importantes los valles de Cuyo o Huentota —hoy valle del río Mendoza—; el valle de Guanacache —hoy valle del río del Agua y el sistema lagunar epónimo—; el valle de Uco —denominación que aún hoy se mantiene—. Este corresponde al sector que se encuentra al norte del río Tunuyán, mientras que el sector sur se lo conocía como el valle de Jaurúa.
Un asunto no totalmente dilucidado es el que atañe a la cantidad de indígenas que ocuparon estas tierras a la llegada de los españoles. Las fuentes no coinciden en sus estimaciones y las diferencias numéricas son apreciables. Algunos cronistas calculan una población de 15.000 almas, otros entre 2.500 y 3.000. Este aparente error no es casual, las estimaciones se realizaron de acuerdo con los intereses particulares de los encomenderos, ya sea por tener necesidad de mano de obra en Chile o en Mendoza.
Varios cronistas hacen referencia al aspecto físico de estos huarpes ya que, a sus ojos, los perciben como diferentes de los otros grupos indígenas americanos. Este hecho se hace patente pues en más de una ocasión se los compara con los aborígenes de Chile. En este caso, nuevamente la arqueología se ha visto impedida de poder aportar datos de interés anatómico, ya que los restos esqueletarios han sido encontrados sin una identificación cultural precisa o bien muy fragmentados o deformados.
Luego de haber caracterizado a esta población, casi sin querer se desliza un gran interrogante. Si los huarpes eran tan distintos de sus vecinos ¿de dónde habrían provenido? Este reclamo aún hoy no se puede satisfacer. Hipotéticamente se podría pensar en que este pueblo desciende de estratos poblacionales muy antiguos con muy poco —o nulo— cruzamiento biológico con otros grupos humanos.
De acuerdo con las descripciones realizadas se puede configurar el tipo físico huárpido de la siguiente manera: la cabeza y la cara alargadas, bóveda craneana alta, estatura elevada, cuerpo delgado y no muy robusto, pilosidad normal —pero mayor que la de los vecinos de Chile— y el color de la piel bastante oscuro. De todas las cualidades que se les atribuyeron a los huarpes, a estos primeros españoles les llamó la atención la relación existente entre la estatura y delgadez de estos hombres y mujeres. Hasta tal punto que fueron descriptos como
“bien tallados y dispuestos, galanes de cuerpo,... las mujeres son delgadas y muy altas (como en ninguna otra parte)” . Sobre este tema hay un punto que aclarar. Tal vez, los huarpes no eran de estatura tan elevada como se pretendía, sino que la estatura de los españoles del siglo XVI, respecto a la actual, era bastante baja y por ende veían a estos indios como muy altos. Si bien los varones cosecharon varios piropos —algo no muy común para la época— como ser que eran bien agestados, ingeniosos y habilidosos, las mujeres fueron más favorecidas pues, a las virtudes mencionadas se le agregó la de ser muy agraciadas. Término este que podría interpretarse como si se ponderara su belleza física.
La
ocupación del espacio se hacía sobre la base del dominio que ejercía un cacique sobre una determinada área de terreno. Sobre este territorio el grupo humano que dependía de este desarrollaba su actividad económica —recolección, cacería, pastoreo y cultivo— y era, a su vez, el lugar de residencia. Los núcleos poblacionales así formados no constituían una aldea, sino solamente un caserío compuesto de seis o siete unidades habitacionales, que daban cabida a unas treinta personas. La distancia entre uno y otro caserío dependía de diversos factores como podían ser la cantidad de tierras fértiles, su posición relativa dentro de la red hidráulica, la presencia de bosques, etc. En términos generales, puede afirmarse que la distancia entre uno y otro núcleo giraba alrededor de los 20 kilómetros.
Historia de Mendoza: Período Prehistórico: Etapa Prehispánica, Fascículo 4, Diario Los Andes. s/d
Baulero: Eduardo Paganini
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