domingo, 7 de octubre de 2012

Lectura continua

Rolando Lazarte

Muchas veces, cuando leo, no leo solamente el libro que estoy leyendo. Yo no sé si esto te puede a llegar a pasar a vos también, que estás leyendo esto. Es como si uno al leer, se fuera unificando con todas las otras veces anteriores en que leyó. Se van juntando los lugares, los libros, la gente alrededor. Los libros en los estantes, en las bibliotecas, en las mesas. Los amigos y amigas alrededor, comentando, riéndonos, filosofando, interpretando. Entonces esta mi lectura actual, por ejemplo No camino de Swann, de Marcel Proust, me conecta con José Saramago, con Jorge Luis Borges, con Gita Lazarte, con Ramón Muñoz, Julio Cortázar, Graciliano Ramos, Vargas Llosa, García Márquez, Martha Medeiros, Lya Luft. La lista es infinita. Un texto se va uniendo a los demás textos, se forma una hoja infinita. Reviven los mundos anteriores y los actuales se conectan. Se forma un único mundo continuo. Lovecraft, Poe, Bradbury. El libro continuo. El evangelio de San Lucas, la imitación de Cristo, la Biblia, los libros de Comblin, los libros de Mamina. Gandhi. Chico Xavier. Ahora mismo leía el libro de Proust que te decía y me fui yendo al libro continuo. El Quijote de la Mancha. El Martín Fierro, Tabaré, de Zorrilla de San Martín. Cada libro, cada librería de nuevos o de usados. Austria, Italia, Mendoza, Buenos Aires, Santiago de Chile, João Pessoa, Córdoba, París. Un único texto, una única página. Es muy lindo, no sé si te das cuenta. Un único libro es todos los libros. Y uno se va uniendo al que fue en todas esas otras ocasiones. Amigos y amigas, seres queridos, familiares, reviven, se reúnen a nosotros en esa lectura continua. Paulo Freire, Adalberto Barreto, el libro sin fin.

▼ Leer todo

Página eterna


A veces me dejo caer, por decirlo así, en una especie de hoja. Pero no es que me imagine que hay una hoja y me dejo caer en ella o sobre ella. Es que verdaderamente tengo la sensación inequívoca, de estar dejándome caer sobre una hoja. Es una hoja de un libro, de un color marrón amarillento de tiempo. La sensación es la de ir siendo absorbido por esa hoja inmemorial. Esto me da un consuelo inmenso. El día ha ido pasando, he ido yendo a varios lugares y viniendo de otros, en ese incesante ajedrez cotidiano. Y ahora que ya es de tarde, ahora que la tarde de a poco se va transformando en noche, la sensación de estar ya casi del todo en la hoja, casi ya del otro lado de la hoja, me trae una tranquilidad enorme. Pienso si este consuelo es por la vida de escritor que uno lleva. La poesía es una forma de ser, un modo de estar en el mundo, o varios modos. Hoy en el hospital, mientras dejaba el cuarto de una persona amiga internada, me llevaba su sonrisa como un regalo. Y al entrar en el corredor, vi un haz de luz que venía desde el cuarto de donde estaba saliendo. Supe esto, que la poesía es una manera de ser, una manera de estar en el mundo. Pensaba que este mundo de los escritores y de las escritoras, es un mundo muy singular. Uno se va adentrando en una dimensión atemporal de la existencia, y allí se encuentra, en ese lugar sin tiempo, en ese tiempo detenido en que las cosas y las personas parecen estar desde siempre y para siempre, incorporado por así decir a la eternidad. Y allí no hay dos sino uno. Allí está todo lo que fue, los seres amados que ya se fueron, más presentes que nunca o tan presentes como siempre. Y esto ocurre en un día en que las rutinas se rompen y uno por una especie de rendija se contacta finalmente con lo que está aquí, consigo mismo, con el ahora eternamente presente. Las escritoras y escritores forman una especie de comunidad atemporal. Recrean la vida como dioses y diosas incesantes. Y al leer y al escribir, te sumerges en esa página sin tiempo, que incluye todo lo que hay, todo lo que existe.

El robo del tiempo


El robo del tiempo. Se había constatado, desde hacía ya una cierta cantidad de tiempo, que algún tiempo había desaparecido. Esto se pudo comprobar a partir de la situación de que, con el celular y la televisión, la internet y semejantes, las personas habían abandonado el presente. El presente, tan ansiosamente buscado en otras épocas, de repente había perdido casi por completo su valor. Las personas estaban unas cerca de otras, físicamente a veces, pero por completo ajenas unas a las otras y las otras a las unas, pues esto era recíproco y verdadero. Entonces, así de pronto, de repente y como quien no quiere la cosa, el presente, nada más ni nada menos que el tiempo presente, lisa y llanamente, se había ausentado. Y si el presente no estaba, si el presente, nada más ni nada menos que el presente, ausente estaba, imagínense ustedes cómo estaban las cosas, fíjense. Si como te digo, la gente estaba una al lado de la otra, pero cada una tan lejos, porque estaban hablando por el celular o pensando en los e-mails que habían mandado y que no sabía si se los habían contestado, y qué habrían dicho, o si solo seguirían llegándole esas cadenas enfermas, haga esto y le pasará aquello. O mire vea qué interesante lo que pasó no sé dónde. O entonces, pensando en lo que te habían dicho ya, otros e-mails pasados, ya leídos e incorporados, en esa especie de diálogo continuo, tan lindo, como si el mundo se hubiera transformado de pronto en un gran conventillo, como decía Ray Bradbury. Qué macana que se murió Bradbury, che, no te das cuenta. Y Carlos Fuentes, y Silo, Osho, no sé si me explico. La gente se va muriendo. Unos o unas antes, otros y otras después. Y ya se viene acercando la vez de que te va a tocar saltar a vos, pero saltar adónde, che, no me vengas con estas cosas que no me quiero morir. Nadie quiere, pero se mueren igual, qué te has pensado. Y pensás que a vos no te va a tocar. A mí no, que ya me las rebusqué, ya sé cómo voy a hacer para no morir. Pero no se los voy a decir. Lo van a saber cuando no me vean más, pero solo algunos y algunas van a saber qué pasó con éste que escribe estas cosas. Los escritores y escritoras no mueren, no sé si te has dado cuenta. Es muy lindo. Todo el mundo lo sabe. ¿Te fijás?

La Quinta Pata

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