Alfredo Saavedra
Gran conmoción ha causado el terrible evento ocurrido el viernes en una escuela de la pequeña ciudad de Newtown, del estado de Connecticut, Estados Unidos, con el masivo asesinato de veinte niños y siete adultos, cometido por un joven individuo cargado de armas de fuego, de diferentes calibres, en una repudiable acción, inconcebible en la mayoría de países del mundo, que no se ufanan de ser abanderados de la libertad ciudadana en el orbe.
El triste episodio, que es parte de una cadena de hechos similares en el pasado, en esa nación, lleva dolor a toda una comunidad y por extensión a todo un país y a latitudes más allá de esas fronteras, con el peso de la incredulidad de que en este suceso la mayor parte de víctimas hayan sido infantes, entre los cinco y diez años de edad, cuyo aliento de vida haya sido cortado cuando su existencia despuntaba llena de promesas.
El perpetrador de este abominable hecho, Adam Lanza, de 20 años, llevaba una ametralladora semiautomática calibre 223 y dos poderosas pistolas, identificadas como una Glock y una Sauer, además de acarrear con suficientes proyectiles de recarga, como preparado para una cacería. Arsenal no permitido sin licencia especial, según lo informaron las autoridades al describir los acontecimientos. Se dice que las armas estaban registradas a nombre de la madre del asesino, profesora en la escuela escena del crimen, Nancy Lanza, quien fue ultimada también por el hijo, antes de su desventurada presencia en el recinto escolar.
La bendición del uso de armas en privado la dieron en el pasado los santos patrones del armamentismo particular, actores del cine de pistolas, John Wayne y Charlton Heston, muy amigos de Ronald Reagan, también propagandista de las armas para uso doméstico. Heston, quien se popularizó en su papel de Moisés en la película Los diez mandamientos, fue por mucho tiempo director de la National Rifle Association, una turbia organización que patrocina el uso de armas de fuego por particulares.
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