Rolando Lazarte
Un día más había comenzado. ¡Cuántos días habían pasado ya desde el comienzo de tu vida! Y sin embargo, no deja de sorprenderte esta repetición nunca repetida. Los días pasados se van juntando unos con los otros, formando un rompecabezas perfecto. Aún aquello que creíste que nunca debiera haber ocurrido, también forma parte de tu historia. Una historia de mucha gente. Una historia de tu pueblo, de tu gente, de tu familia, de la humanidad. Los días pasados y este día se juntan, se unen, se funden, se confunden, forman una sola cosa. Y este nuevo día que está comenzando, que ya ha comenzado, parece ser la cumbre de la montaña, el punto más alto de la pirámide. Desde aquí miras todo el panorama, todas tus jornadas, las personas que fuiste viendo o conociendo desde el comienzo de tu vida. No puedes dejar de sentir una emoción muy profunda. Cada una de esas caras, de esas voces, de esos seres que forman parte de este rompecabezas infinito que eres tú, a su vez son también rompecabezas infinitos como tú, formados de millares de millones de actos juntados también desde el comienzo de los días de cada uno de estos seres. Recuerdas los pájaros, los cactus, las jarillas, los chañares, las montañas. El Cerro de la Gloria. Puente del Inca. São Paulo, Mendoza, João Pessoa. Tantos lugares. Todo se va juntando, se va componiendo. Y en este nuevo día que ya ha empezado a querer clarear, vas sintiendo todos los amaneceres anteriores, como si fueran un único y continuo amanecer. Un amanecer infinito.
Liberación interior
Ayer a la tarde, entraron en crisis los ismos y las “logías” entre las cuales pretendí algún día encontrar las orientaciones para actuar en mi vida. Eran tantos los consejos, justificados racionalmente, hablando en mi cabeza al mismo tiempo, que tuve que dejarlos, previa charla con alguien que conoce el fondo de mi alma. Entonces vino una especie de silencio, que se formó en mi interior como una imagen visual tridimensional: un cubo hecho de cubos blancos en el centro, formando una cruz: esto era el silencio.Los demás eran cubos negros, en los vértices del cuadrado. Esto lo vi cuando salí a caminar a la tarde, mientras andaba caminando por una de las calles del barrio donde vivo. Ese blanco me fue calmando. Fui dejando de pensar en qué tantas orientaciones para vivir y actuar, que me atosigaban. Me había intoxicado de razones interiores para actuar como debía ser. Una especie de policía interior activada y mantenida por mí mismo, como creo que le debe pasar a todo el mundo, para actuar correctamente, para no equivocarme.
No necesito de tantas orientaciones. Hay algunas que ya forman parte de mí mismo, pues son muy antiguas y se han ido como que incorporando a mi propio ser. Pero no necesito andar por ahí con una especie de vademécum interior que a todo instante me esté queriendo forzar a ir en esta o en aquella dirección.
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